Buscando a Azorín por La Mancha (10)

Ramón Fernández Palmeral
Don Rodrigo de Pacheco, semblanza de Don Quijote

Sr. Azorín:

   Con esta efemérides del IV Centenario, toda La Mancha se ha engalanado y se ha puesto «guapa» como suelen decir ahora nuestra juventud, se ha metido en obras y en argamasa, se nota la inversión pública. Ahora en 2005, y con la Constitución de 1978, esta región pertenece a la Autonomía que se llama Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha con capital administrativa en Toledo, la Junta ha organizado las celebraciones publicadas en el Boletín Oficial del Estado, Madrid, nº 156 del 29 de junio 2004, cuya comisión preside el Presidente de Gobierno don Luis Zapatero, y vicepresidente el Presidente de la Junta, y vocales de los Ayuntamiento más representativo (El Toboso, Argamasilla, la Universidad Castilla-La Mancha.

   En el III Centenario (Gaceta de Madrid, Madrid, nº 2, 2-01-1904), no hubo ningún representante de La Mancha porque Castilla la Nueva, la de las regiones, no tenía autogobiernos, acaso, no existía La Mancha administrativamente, no existía acaso la Diputación Provincial de Ciudad Real, se ve que no lo organizaron todo desde Madrid, entre ellos estaba el temido e influyente periodista Mariano de Cavia, de El Imparcial que podía poner en jaque a un gobierno.

   Actualmente hay dos iglesias y un Centro parroquial en Argamasilla, pero sin duda la iglesia que a nosotros nos interesa visitar para saludar a don Rodrigo Pacheco, y darle noticias de lo que sucede estos días en La Mancha, doblemente luminosa es la de San Juan Bautista, donde el silencio tiene su asiento y su rosario, la examino desde la puerta del Ayuntamiento; con su torre cuadrada es poderosa, en dos vanos se ven las campanas de bronces nuevos que el tiempo ha arrebatado de su oración, y sobre ellas, rodeada en su mitad por una adarve con almenas, se alza, puntiaguda hasta pinchar el cielo, un pináculo cuadrado acabado en pirámide con pararrayos que conecta directamente con estos cielos manchegos, radiantes, zarzos que transpiran encantamiento.

   Aunque la iglesia se empezó a construir en 1542 por don Juan de Ornero, la torre no se construyó hasta 1913 por mediación del interés y las gestiones de Pedro José Menchén y Ramírez de Orellana, porque sin duda alguna, toda arquitectura tiene su tiempo de maduración y acabado. Al comienzo de la guerra civil en 1936, el templo -después de quemar las imágenes, destruir el retablo y llevarse las campanas- fue utilizado como garaje por los milicianos, y era un garaje pues la portada de la capilla que daba a la carretera fue tapida para ampliar la carretera, símbolo de progreso, infraestructura terrestre, que el parecer, no podía pasar por otro sitio, así se construye la historia de nuestro patrimonio con improperios a la arquitectura que no se puede defender, piedras inocentes, vilipendiadas por intereses espurios de urbanizaciones e inmobiliarias que como alacranes se van comiendo el granito noble, vetustas, arcadas y arcos de triunfo romanos, temerosos testigos de nuestra mano criminal arqueológica. Porque sepa señor Azorín, que las piedras de los sillares de nuestras murallas, de nuestras iglesias, de nuestros puentes romanos, nos tienen pánico.

   Nos sentamos en unos de los bancos de la Plaza de España, a mi espalda se ve la farmacia nueva, abro el libro de La ruta…, por la pagina 99-100, en la que usted mantiene una exacerbada conversación con don Cándido, aseguraba el clérigo «pues yo digo que don Quijote era de aquí; don Quijote era el propio don Rodrigo de Pacheco, el que está retratado en nuestra iglesia, y no podrá nadie, nadie, por mucha que sea su ciencia, destruir esta tradición». Y después de quedar usted convencido de que Alonso Quijano, el Bueno, era de este insigne pueblo manchego, se ha acercador a la academia de la rebotica.

   Tocaba hacerle la visita de cortesía a don Rodrigo de Pacheco y sobrina, según la tradición señora aristocrática que no sabemos cómo se llama, lo cual es siempre una descortesía. Entramos en la iglesia, cuyas columnas de cemento indican una restauración reciente, en esos momentos no había ningún grupo de escolares dentro, toda la iglesia era para nosotros, como yo siempre empiezo por la izquierda, me encontré, apenas, sin esfuerzos, en una amplia capilla el famoso y visitadísimo cuadro de don Rodrigo Pacheco, no tanto como el Entierro del Conde de Orgaz en Toledo, donde además, en Toledo hay que pagar una entrada y, que fue revalorizado por Rusiñor según José María Martínez Cachero, y también por los modernitas entre ellos usted, que escribió algo sobre el Greco, pero ahora no tengo a mano mis apuntes.

   El esperado cuadro anónimo, dicen los expertos, que tiene semejanzas con el estilo de El Greco, por ello se le supone que sea de un alumno aplicado, fechado en 1601, aunque también cabría preguntarse si a los argamasilleros les interesa o no identificar al autor del caballero don Rodrigo Pacheco, modelo que muchos cervantistas han tomado como espejo de don Quijote; era marqués de Torre Pacheco que habiendo sufrido una dolencia grave del cerebro fue curado por intercesión de Nuestra Señora de la Caridad de Illescas. (Virgen que lleva el nombre de Illescas –Toledo- con fama de milagrera que fue pintada por El Greco entre 1603-04). Un cuadro donante o exvoto donde se ve al caballero y a su piadosa sobrina, a los dos les ha llegado el luto y visten golas a la sazón de la época. Cuenta la leyenda que Cervantes conoció a este caballero en Argamasillas.

   No hay conciencia de luz ni arde el chisporreo de mariposas o velas de cera, ahora las velas son eléctricas y se encienden con monedas, no tiene iluminación, si bien, después, se nos enciende la luz de un foco como por arte de magia, ha sido una mujer de esas que cuidan altruistamente las iglesias y que en Andalucía llaman betas, es doña María, doña Rosario, doña Sacramento. Podemos admirar el cuadro alargado en su plenitud de colores en la armonía de los ocres, tierras, alazán, tostados, rojos y en la parte superior, salido de un color blanco virginal y mariano, entre dos cortinas pintadas y abiertas, se nos presenta una Virgen coronada con capa blanca sobre los hombros, cara encerrada en una toca de encajes, sostiene a un Niño Jesús en los brazos que juega con una bola del mundo metálica; dos santos varones la custodian como costaleros, guardianes, uno es el patriarca San José con un báculo de oro en la mano y el otro santo, calvo de larga barba alba, es el evangelista San Mateo con libro y pluma como notario para dar fe y cuenta de los allí retratados o de la petición del caballero; debajo, aquí los señores de Pacheco, figuras orantes, enlutadas, de un hombre y de una mujer, a mi derecha don Rodrigo con barba y gola con las manos en oración, es un hombre de unos treinta años y junto a él su sobrina, dama ilustre con adornada gola de Flandes, coronada con diadema de oro, el pelo recogido, la mirada mística, enlutada con ricos terciopelos y sus manos, desprendidas de cualquier joya, juntas en oración, posiblemente quien mandó pintar el cuadro. Me senté en un banco de madera oscura, tal vez nogal con que están tallados los coros de las iglesias, que hay debajo del cuadro y me hice la foto de rigor, quizás peque de protagonismo, pero este viaje lo llevaba preparando durante meses. Debajo del cuadro hay un la leyenda del voto con letras incrustadas en oro, que dice:

   «Apareció Nuestra Señora a este caballero estando malo de una enfermedad gravísima desamparado de los médicos víspera de San Mateo año MDCI encomendándose a esta Señora y prometiéndole una lámpara de plata llamándola día y noche de un gran dolor que tenía en el celebro de una gran frialdad que se le cuajó dentro».

   Mientras mi mujer recorría las diferentes capillas interrogué a la mujer que limpiaba las reliquias y sacramentos en el altar mayor y que hacía encendido la luz milagrosamente.

—La Virgen del atar mayor ¿cómo se llama?

—Se llama la Virgen de Peñarroya como la del castillo.

—Entonces la del cuadro no es la Virgen de Peñarroya —hago mi pregunta capciosa.

—No, no señor, es otra Virgen.

—El cuadro está muy nuevo, ¿parece restaurando?

—No, el cuadro que yo sepa no ha salido de aquí, siempre ha estado así —ha replicado doma María, doña Rosario, dona Sacramento.

   Ramón Antequera es autor del libro Juicio analítico del Quijote, escrito en Argamasilla de Alba (1863), y escribe que descubrió: «…en la capilla familiar, mandada edificar por don Rodrigo en los años 1600 a 1606, un retablo, uno de los cuadritos con que el agradecimiento y la devoción atestiguan un milagro». Por lo tanto si se finalizó la capilla en 1606, El Quijote, llevaba un año en la calle, ¿En qué año estuvo Cervantes en Argamasilla?

   El escritor chileno D´Halmar (Augusto Goéminne Thomson), diplomático y escritor, fue el primer chileno distinguido con el Premio Nacional de Literatura en 1942, en su libro La Mancha de Don Quijote (1934), recorrió los mismo lugares de la ruta y descrio el cuadro con mucho detalle.

   Luego llegó a la iglesia una legión de ruidosos escolares con su profesora guía que empezó a explicar lo que yo acabo de contarle a usted.

Fuente: www.monover.com

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