Buscando a Azorín por La Mancha (18)

Ramón Fernández Palmeral

En el Centro Cervantino

Señor Azorín:

   Era el mes de septiembre del año pasado (2004), cuando visitamos «la gran ciudad» El Toboso, último de los pueblos de Toledo con Albacete, acompañado como siempre por la mujer de mis amores, y más todavía en esta villa de famosos brebajes amorosos y filtros encantadores, y sin cuyos consejos prácticos, opiniones y gran sutileza para observar lo invisible, el resultado de estos viajes literarios, no serían para mí tan amenos e inspiradores desde otros puntos de vista, ni en el tono de realidad cierta y verdadera que observo. Veníamos de visitar Toledo por la carretera N-301 por Ocaña, Corral de Almaguer, Quintanar de la Orden hasta El Toboso, no hay carretera más monótona con más toboganes (Toboso y toboganes) que esta, un tiro de línea, cansada, tiesa, de dos carriles, ahora se construye una autovía Madrid-Albacete. La N-301 va descendiendo lenta y suavemente desde Montes de Toledo hacía Albacete, uno adivina desde muy lejos la proximidad de los pueblos por las altas torres de sus iglesias, que son como el gigante Polifemo con su ojo de reloj, son soberbios faros en La Mancha que orientan al navegante de esta pampa más que estepa, verde, con dehesas, arbolada y con rebaños de ovejas en los barbechos.

   El Toboso hoy día, es una próspera localidad, de calles limpias y con rincones llenos de encanto y silencio, con fachadas de recuperadas piedras con puertas azules. A finales de septiembre las viñas regalan sus racimos de oro, un tractor con su remolque pasa lento con cajas verdes con las uvas tintas, es tiempo de vendimia, «floresta, encinas o selva». Las manchas de pinos y encinas conceden sus sombras. Frente a la iglesia parroquial de San Antonio Abad con dos portadas renacentistas y una torre herreriana (Se cuenta que las campanas proceden de la iglesia de Pedro Muñoz, se las trajeron debido a una peste en 1410 que acabó con esta población). Se encuentra la plaza cuadrada y amplia, limpia y con las esculturas plásticas herradas de un don Quijote arrodillado sobre la izquierda, en la mano una lanza y no el corazón que suplica los amores de Dulcinea de El Toboso, rodeadas por una cadena de espaciosas argollas, he de lamentar que no puede leer el nombre del autor.

   Quedé muy impresionado, encantado, satisfecho de la visita al Centro Cervantino. Una remodelación que conserva la fachada con puerta adintelada de piedra en arco de medio punto, no se le ve un noble escudo de armas. Tiene planta baja y un primer piso donde se encuentra la Casa de Cultura. Como ya he dicho abrió sus puestas en 1983, donde hay una biblioteca única, colección de ediciones de todo el mundo. Fue su alcalde don Jaime Martínez-Pantoja Morales a quien se le ocurrió la idea en 1927 de pedir a cada embajador destacado en España un ejemplar editado en su país y firmado. Hoy es doña Natividad Martínez su mentora y alcaldesa, una mujer que no para y quiere a su pueblo.

   A la entrada se abre una oficina de información, donde una amable chica, Trinidad, Rosario, Milagros o Virtudes te ofrece una entrada. Es una chica de buen ver, morena, manchega con la que hablo y pregunto.

–¿Exactamente qué hay aquí?

–Se exhiben más de 300 ediciones de la obra en casi todas las lenguas cultas –nos expuso la chica con voz manchega casi familiar-, muchas de ellas firmadas por Jefes de Gobierno y de Estado y dedicadas al Toboso. Hay ediciones muy antiguas y valiosas. De la primera edición de Juan de la Cuesta se conserva un facsímil. Y una reimpresión de la primera edición inglesa traducida por Shelton. Y aún pueden contabilizarse ediciones antiguas como la de Bruselas de 1706.

–Yo soy el autor de un libro sobre el Quijote –Interrumpí imprudente y presuntuoso mientras mi mujer me miraba abochornada– y os lo voy a mandar.

   La chica sonrió con cierto aire como si yo me burlara de ella, porque yo llevaba aspecto de deportista lesionado más que de aficionado cervantistas.

–Usted lo manda y ya decidirán por quien corresponda.

–Desde luego las cosas que se te ocurren –me regañó mi mujer.

   Entré en el museo y quedé asombrado, absorto ante tantas ediciones raras, ilustraciones de todos los estilos, cuadros en las paredes. Una escalera que baja a una especie de sótano, donde hay una mesa y una escultura de bronce. Hay ediciones hasta en la lengua celta de los irlandeses. Una verdadera joya cervantina, que no se puede explicar, porque hay que ir a verla, sentirla, convencerse de que lo que aquí cuento no es nada comparable con lo que puede percibir un cervantista.

   Hay un programa en la Universidad A&M de Texas dirigido por el Dr. Fred Jehle, entre cuyos objetivos destaca la publicación de la Cervantes International Bibliography Online,y el Anuario Bibliográfico Cervantino en la Internet, las primeras bibliografías completas de estudios, ediciones y traducciones de las obras de Cervantes. Seguro que tendrá que venir a El Toboso.

   Nada más llegar a Alicante, con toda mi ingenuidad y sueños envié dos ejemplares por correo de mi raro libro Encuentros en el IV Centenario que tiene prólogo de Manuel Parra, dedicados: uno para el Centro Cervantino y otro para la alcaldesa, ya que esta edición no venal la he hecho para agasajar a mis amigos y conocidos. Una mañana recibí una gran alegría cuando vi en mi buzón el sobre con el sello de la Alcaldía de El Toboso, me parecía mentira, estaba datado en El Toboso, el 20 de octubre de 2004, como demuestro en la fotografía adjunta con permiso de la alcaldía. Es una de la cartas que más me han alegrado recibir, y eso que he recibido muchas cartas agradeciéndome la recepción de mi libro de autoridades principales, de Castilla-La Mancha y Madrid, Instituto Cervantes etc., pero ninguna me llegó tan honda como esta, que me decía que mi libro pasaba a los fondos bibliográfico de la Biblioteca del Centro de Estudios Cervantinos.

   Cartas como estas recompensan todos los gastos, viajes, horas en la carretera, hoteles, fondas y restaurantes, tertulias y búsquedas de conversación, horas en los libros y en el ordenador y en el estudio de dibujo, porque «A la larga o la corta el galgo a la liebre alcanza».

   Salimos de El Toboso, un pueblo que no tiene nada de oso, nosotros tomamos una carretera secundaria hasta Venta de don Quijote para tomar de nuevo la rectilínea N-301 hasta la Autovía A-31 en la Roda, para Albacete y Alicante. Desde Tomelloso a Venta de don Quijote hay cinco kilómetros, todos son viñas, madre, todo son viñas, unos labradores vendimiaban, ¿serán para las famosas bodegas de Campos de Dulcinea? Pasamos muy despacio junto a las tres labradoras, tenían caras de ecuatorianas, las Indias nos han conquistado ahora a nosotros. Encinas y algún pino nos brindaban sus sombras, pero la venta son cuatro casas abandonadas, caserones, tapias, a las que sólo les queda el nombre y una fachada descarnada. ¿No será acaso este el lugar que hallaron «una floresta o bosque, donde don Quijote se emboscó en tanto que Sancho volvía a la ciudad a hablar a Dulcinea» (II,9).

   Los problemas del campo han sido siempre para llorar, primero que no llueve lo suficiente, y por lo tanto los campos manchegos no tienen todo el agua que quisieran para cambiar el monocultivo de secano como la vid y el olivo por los de regadío como el maíz que está agotando los pozos, luego la falta de mano de obra indígena, y hay que echar mano a los inmigrantes, que tienen dificultades para la regulación de la residencia y trabajo (Las solicitudes en Ciudad Real fueron 2.502 rumanos, 1.049 ecuatoriano, 636 bolivianos, 431 colombianos). Suben los jornales y la uva no se paga al precio que corresponde a los muchos gastos que tienen de labranza, abonos, jornales, seguros, contribuciones, etc., a pesar de los esfuerzos de la Confederación de Cooperativas. Este invierno fue muy frío, hubo heladas que afectarón al olivar, la organización agraria Asaja se movilizó para paliar los daños del sector, pero estos se pagan cuando el cultivo está asegurado.

   Otra de las riquezas de La Mancha es la cinegética, la caza menor y mayor, se ha convertido en un campo minado de vainas y de cartuchos de plástico; en monterías, gancho, batida, aguardo o espera, ojeo, al paso o puesto fijo, perdiz con reclamo y zapeo o gancho de conejos, el cazador está obligado a recoger las vainas de los cartuchos usados, antes de retirarse del puesto, pero no se hace, a este paso el cazador necesitará un caddy o recoge pelotas como en los campos de golf. Don Alonso Quijano, o Quejada o Quijada, era «amigo de la caza», antes de dedicarse a la caballería andante, después como «se daba en leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza». A mí me da que pensar que Alonso Quijano era aficionado a la caza con galgos. Ahora la ley obliga a ponerles un microchip a los perros de caza. ¿A donde vamos a llegar?, que quejas con cazadores de perros. No lo veo mal porque es necesario controlar al dueño del perro más que al perro en sí. En la caza con galgos dos perros persiguen a una liebre. Un juez los observadores y decide finalmente cuál de los dos galgos ha sido el más habilidoso. Muchos dueños ahorcan a sus galgos y luego ni siquiera se molestan a descolgar sus cadáveres, que dejan colgando en los árboles como cementerios caninos.

   Pasamos por la circunvalación de Mota del Cuervo, luego por Minaya, el pueblo de mi amigo el pintor Paulino Tébar, destaca la torre de la iglesia como un ojo de Polifemo en la mitad de la llanura. Luego la Roda, Albacete y Almansa embarazada por su castillo.

   Estos días en que me he puesto al ordenador para recordar mis andanzas por La Mancha, e ir echando la llave a esta aventura buscándole por la quijotesca nación he tendido ocasión de leer una semblanza sobre usted que ha escrito Jesús Marchamalo en su artículo «Azorín, monóculo y bastón», aparecido en Monòver punto com, que me llamó la atención y lo voy a recoger: «Cumplidos ya los ochenta, Azorín salía cada mañana de su casa para dar un paseo. Siempre vestido como para ir de boda, y con un porte aristocrático se paraba en los semáforos, inmóvil, tieso como un palo con su sombrero y su bastón, como si fuera una estatua de sí mismo».

Fuente: www.monover.com

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