Buscando a Azorín por La Mancha (21)

Ramón Fernández Palmeral

De regreso a Alicante

Sr. Azorín:

   La mañana del día 12 de mayo me levanté con las luces tempranas sobre el verde manchego tímido de las lagunas, no eran las de alba, sino más bien las de hora tercia, con rayos a la espalda de los cerros, llamando a la ventana de la habitación 409 con diligencia de símbolos. Y como no quería perder el diseño de esta mañana, de manantial de un río fecundo que con luz nos riegan aulas de las facultades, silenciosamente me vestí, bajé al verde, armado con la cámara de fotos, hasta las lagunas quietas de placer, llegué a la cascada de La Colgada donde ya estuve la mañana del día anterior, junto a la fábrica de la luz eléctrica que lleva 30 años en paro.

   Cuando recorremos los lugares conocidos, los repetidos lugares matinales, acogedores y sosegados parece que son otros distintos, quizás por que ya los damos por conocidos y nos son familiares o que ya no nos sorprenden como cuando releemos una novela, ya no nos intranquiliza la intrusa intriga, porque en el fondo somos almas sustantivas, asustadiza en el recreo de la vida, o es que sin miedo ya no le prestamos tanta atención a los peligros invisibles y latentes que nos acechan, que nos aguardan, que nos impresionan, o no sentimos la novedad de lo nuevo porque nos hemos endurecido las espaldas del corazón.

   Mis lagunas muestran su color perla de oriente, fucsias, verdes, las mismas cascadas, los mismos patos, el gorrión, el mirlo, los tilos entrelazados con la jacarandá. Mi paseo matinal es rápido, sin el encanto de lo virginal, es como un monótono camino a nuestro lugar de trabajo, apenas hice fotografías, porque las fotos las tenía ya reveladas en mi cerebro, memoria recuperada. Después el desayuno de media tostada con aceite de oliva verde manchego, muy sabroso, aunque no me atreví con el ajo refregado.

–Déme la cuenta, que dejamos la habitación.

   El recepcionista es un hombre fuerte con bigote, parece una cara familiar, es amable, tranquilo como si tuviera todo el tiempo para él.

   Pagué la factura de la habitación con la tarjeta: 124.6 € IVA incluido, por dos noches con una comida y dos desayunos, un precio que nos dejó muy contentos, estos precios favorecen el turismo, y sobre todo lo discretos que son los dueños: los hermanos Ramírez, según pone en el membrete de la factura. Las lagunas nos dicen adiós con sus manitas de agua, con sus colores tranquilos, unidos al silencio de los bosquecillos de olmos y álamos, jacarandas y tilos, y las cascadas ruidosas con los ojos llorosos no dejan ver sus cuevecillas húmedas y oscuras, la luz mañanera, nueva, ávida lee la germinación del día sobre los reflejos de las lagunas asentadas, aún dormidas, que nos dejaba el ánimo como que nos faltaban días de viaje y reposo: Salimos mustios con el ánimo empobrecido en los ojos, nos prometimos que volveríamos pronto.

–¿Cuándo vamos a volver otra vez –le pregunto a mi mujer por entrar en conversación.

–Si ya hemos estado una vez, para qué volver otra con la cantidad de sitios nuevos que nos quedan que ver en España y en el extranjero.

–Sí, pero estarás conmigo que tranquilidad tienes toda la que puedes buscar.

–Demasiada tranquilidad, con un par de días es suficiente.

   Y es que para ella viajar no es ver naturaleza ni paisajes, sino tiendas, teatros, la movida nocturna y cuanto de civilización pueda tener una ciudad en las tardes largas y aburridas en la terraza de una cafetería.

   Montamos en el coche de motor triste y sonoro, dirección a la cueva de Montesinos, para acercarnos a la ermita de San Pedro de Verona, desde la ermita por un carril hasta el castillo de Rochafrida en el Alto Guadiana, que todavía conserva parte de la antigua muralla y torre del homenaje, y que fue tomado por Alfonso VIII en 1213. Sobre un roquedal están los restos del castillo y la fuente llamada Fontefrida. El castillo es del siglo XII y de origen árabe. Cuando fue conquistado por los cristianos recibió el nombre de San Felices. Pasó la Orden de Santiago y fue abandonado hacia el siglo XV. Este castillo no se nombra directamente en el Quijote pero es cervantino debido a la leyenda sobre Montesinos, hijo de los condes de Grimaltos, que según cuentan los romances viejos se había criado en el palacio del Rey de Francia y que caído en desgracia huyó de Francia y abandonaron al niño en una ermita. Historias que don Quijote contará a Sancho y al primo una vez que ha salido de la cueva de Montesinos en el capítulo XXIII de la II parte. Recordamos que Montesinos era primo de Durantarte que le pidió a éste que una vez muerto le sacara el corazón y se lo entregara a Belerma, «ya con puñal, ya con daga». Dice Montesinos: «–Ya, señor Durantarte, carísimo primo mío, ya hice lo que me mandaste en el aciago día de nuestra pérdida: yo os saqué el corazón lo mejor que pude, sin que os dejase una mínima parte en el pecho…». La cueva de Montesinos se llamó así porque después de la batalla de Roncesvalles, el mago Merlín encantó en ella a Montesinos, a Belerma y a Durantarte y a muchos amigos. Belerma tenía una dueña llamada Ruidera, y tal fueron los llantos de esta y de sus hijas que Merlín las convirtió en lagunas.

   El murciano don Diego Clemencín comenta (nota 8 de la II parte) que: «Andando el tiempo, Montesinos, según los mismos romances, se casó con la doncella llamada Rosaflorida, señora del castillo de la Rochafrida en Castilla, la cual enamorada de Montesionos, solicitó y obtuvo su mano». Y que según el romance viejo: «¿Qué es aquesto señora,/ qué es esto, Rosaflorida? / O tened mal de amores, / o estáis loca sandía…». De las tradiciones nacen los romances, y Cervantes conocía esta historia puesto que ya figuraba el castillo, la fuente y la cueva en la Relaciones Topográficas de Felipe II (1575).

   En el capítulo XXIV de la II parte del Quijote, después de la aventura en la cueva de Montesinos nos habla el narrador Cide Hamete de una ermita, de cuyo nombre se prescinde, pero que si seguimos la lógica de la ruta del Quijote, es la de San Pedro de Verona:

   «–No lejos de aquí –respondió el primo– está una ermita, donde hace su habitación un ermitaño, que dicen ha sido soldado, y está en opinión de ser un buen cristiano, y muy discreto y caritativo además. Junto con la ermita tiene una pequeña casa, que él ha labrado a su costa; pero, con todo, aunque chica, es capaz de recibir huéspedes.»

«–¿Tiene por ventura gallinas el tal ermitaño? –preguntó Sancho»

«–Pocos ermitaños están sin ellas –respondió don Quijote–, porque no son los que agora se usan como aquellos de los desiertos de Egipto, que se vestían de hojas de palma y comían raíces de la tierra [parece referirse a San Onofre]. Y no se entienda que por decir bien de aquéllos no lo digo de aquéstos, sino que quiero decir que al rigor y estrecheza de entonces no llegan las penitencias de los de agora; pero no por esto dejan de ser todos buenos; a lo menos, yo por buenos los juzgo; y, cuando todo corra turbio, menos mal hace el hipócrita que se finge bueno que el público pecador».

   El viajero ha perdido fuerzas, tiene el ánimo bajo ante la necesidad de abandonar estos parajes de peñas y encinar y ello se nota, se me nota en la melancolía de los trazos, apáticos, flojos en el bloc de notas, tristeza más que nada por abandonar los míticos y nobles lugares por donde pisara don Quijote y Sancho. Ya no tengo que buscarle a usted, señor Azorín, porque ya le encontré por La Ruta de don Quijote como he comentado.

   La carretera a Ossa de Montiel es secundaria, dehesas, encinas y monte bajo y alguna casa de campo. Ya cantan las chicharras que anuncian un caluroso verano. La entrada al pueblo por esta parte Oeste es como si entramos a una trastienda o una rebotica, por la puerta falsa. Actualmente es conocido por ser el pueblo natal del ciclista Oscar Sevilla. La cueva de Montesinos es término municipal de este pueblo de Albacete. El gentilicio es oseños. Perteneció a la Orden de Santiago hasta el s. XIX. Actualmente atrae cazadores debido a la abundancia de la caza menor en sus cotos. Este es el pueblo donde don Quijote y Sancho encuentran a Maese Pedro, con el retablo [teatro pequeño] y el mono adivino (cuando entraba en los pueblos Pedro se enteraba de los chismes vecinales, y luego fingía que el mono era adivino) o sea, un titiritero despabilado y buscavidas que representaba en su pequeño escenario diversas historias. Según E.J.Varey los títeres, compañía teatrales y acróbatas procedían de Italia. Maese Pedro, socarrón y tan vivo como el hambre quiso hacer una función en honor a Don Quijote y representó una historia de Don Gaiferos, en la cual: «Trata de la libertad que dio el señor don Gaiferos a su esposa Melisendra [hija de Carlomango], que estaba cautiva en España, en poder de moros, en la ciudad de Sansueña, que así se llamaba entonces la que hoy se llama Zaragoza» (II,25). Durante la actuación de Maese Pedro, Don Quijote creía tan real lo que sucedía que interviene en la obra, y, furioso, iracundo, y en otro arrebato de locura descontrolada desenvainó la espada y atravesó a todos los muñecos “malos” de Maese Pedro como si de criaturas malvada se tratara, porque Quijote como buen caballero andante quería ayudarlos a escapar del acoso que sufrían. Después, cuando don Quijote despierta de su locura culpa de ello a los encantadores.

   En realidad Maese Pedro era Ginés de Pasamonte uno de los galeotes a los que Don Quijote había liberado en anteriores aventuras, por ello Ginés conocía la vida del Caballero de la Triste Figura.

   Pasamos con el coche por Munera y Barrax, donde me desvié a Balazoteo por la CM-3135; me atraía su fama sobre la escultura ibérica el toro androcéfalo conocida por Bicha de Balazote (Albacete), aunque el original se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, en Balazote tienen una reproducción exacta. No he encontrado fecha de su descubrimiento. Según mis notas la escultura es de caliza, mide 93 X 73 cm, es una figura funeraria, un toro echado con cabeza humana, con barba y cuernos cortos, oreja de bóvido, que una es pieza aparte. La cabeza resulta más hierática, muy rígidos el bigote, la barba y la cabellera, detallados con surcos rectos, unos ojos desmesurados y muy abiertos como en los dibujos arcaicos, entre los que asoma un rostro más carnoso y expresivo. La escultura es de la segunda mitad del siglo VI a. C. Creo y entiendo que tanto la Bicha de Balazote como su coetánea la Dama de Elche deberían mostrarse en los lugares donde se descubrieron. En Balazote, la leyenda cuenta que en su iglesia de Nuestra Señora del Rosario del siglo XVI, se encuentran errados los maridos de las hijas del Cid. Alfonso de Mendoza fue conde de Balazote.

   Desde Balazote por la carretera N-322, hasta Albacete. Me hubiera gustado pasar por el pueblo de unos amigos, por San Pedro, no por Peña de San Pedro que es otro pueblo que tiene el nombre del apóstol, que será en otra ocasión. La carretera hacia Albacete es recta, es como un cordel o como una aguja de hacer punto que tuviera unos cuarenta kilómetros, se cultiva el trigo y se riega con largas norias de aspersión, brazos con ruedas que marcan los verdes círculos de cultivos. Si Cervantes hubiera visto estos largos brazos con ruedas de aspersión seguro que mete a don Quijote en una aventura. Pasamos por encima del trasvase Tajo-Segura, tan controvertido por los hectolitros que se concederán este año. Entiendo, a priori, que tenga quien tenga la razón, el agua nunca debe de ser usada como arma política.

   Más adelante cruza el trazado el ferrocarril Utiel-Baeza, ya sin raíles, que lamentablemente para el desarrollo de esta zona deprimida de Castilla-La Mancha nunca llegó a funcionar. Esta línea férrea fue aprobada en marzo de 1926 durante la dictadura de Primo de Rivera con un presupuesto inicial de 54.560.731 pesetas. Fue cuando más se adelantó el trabajo. A finales de 1930 empezaron los problemas de financiación y a finales de 1931 a poco de instaurarse la Segunda República se despidió a la mitad de los obreros. En mayo de 1932 se suspendieron las obras quedando unos pocos obreros hasta 1934, en que se paralizaron definitivamente hasta la fecha. Por su trazado se ha abierto una Vía Verde, hay un tramo en los municipios de Alcaraz y Balazote muy turístico por su paso por desfiladeros. La consejera de Economía y Hacienda, y presidenta de la empresa pública “Don Quijote de la Mancha 2005”, María Luisa Araújo, ha asegurado que la Ruta de Don Quijote es «un proyecto de largo recorrido que no ha hecho nada más que empezar». El tramo entre Alcaraz y Balazote trascurre sorteando el valle del río Jardín, con un paisaje de tajos y desfiladeros, pasando por un total de seis túneles, rodeado de monte y arbolados.

   Pasamos la circunvalación de Albacete, ya lo conocemos por su museo arqueológico provincial, donde recuerdo haber visto La Cierva de Caudete y muñecas romanas de marfil, y una sala dedicada a al pintor de la Escuela de Vallecas, Benjamín Palencia, que donó obras, y es, además, conocido en el mundo de la literatura por su amistad con el poeta de Orihuela Miguel Hernández, a quien le hizo un dibujo tocando la armónica.

   Llegamos a Almansa con intención de practicar el santo deporte de la gastronomía. El castillo, asentado encima de un risco afilado, debió de ser muy visto por usted cuando pasaba en tren desde Madrid a Monóvar. Por casualidades de los nombres existe una multióptica que se llama Azorín, en calle Corredera 21, lo más seguro es que no tenga nada que ser con su seudónimo, y sea el apellido de un optometrista.

   Los orígenes del Castillo de Almansa se remontan al período almohade, cuya forma característica de construcción, alcázar y fortaleza de resistencia, queda hoy patente en alguno de sus muros. En la época árabe Almansa perteneció al reino de Murcia. Hacia el siglo XIII se inició la conquista de estas tierras por los cristianos, aprovechando las desavenencias entre los reyes moros murcianos y sus vecinos. En 1707 el castillo fue escenario, durante la Guerra de Sucesión, de una batalla de renombre histórico, la batalla de Almansa. En ella, fueron derrotados y capturados nueve mil soldados austriacos. Venció el ejército franco-español, encabezado por el duque de Berwick. A partir de esta batalla, se inclinó la guerra a favor del asentamiento de Felipe V y la dinastía de los Borbones en el Trono de España.

   En la puerta de la conocida Casa Grande me hice la foto testigo de mis viajes. Pertenecía al Conde de Cirat, Miguel de Catalá y Calatayud, que tenía el titulo de Grande de España (de ahí puede venir lo de Casa Grande). Pasó después a los Marqueses de Montortal, hasta que en 1992 fue adquirida por el Ayuntamiento.

   La fachada principal se abre a la Plaza de Santa María. Su portada, ligeramente desplazada del centro, está dividida en dos cuerpos: el inferior posee a ambos lados de la puerta columnas fajadas almohadilladas. Este fajamiento rústico se extiende hacia el segundo cuerpo y a los ventanales.

   Tras nuestro particular viaje por la ciudad de Almansa, en otro tiempo famosa por su zapatos, aparcamos en la puerta del restaurante “Los Rosales”, uno de donde mejor se puede comer el gazpacho manchego y así lo hicimos para no cambiar la tradición. Tras la comida y sin una sola gota de alcohol, llegamos por la tarde a Alicante, la ciudad del cetro de cal.

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