56 flores

Carmen Quintanilla Barba (Presidenta Nacional de AFAMMER)

   La violencia de género o doméstica sigue cobrándose víctimas en nuestro país. En lo que va de año son 56 las mujeres que han ahogado sus gritos para siempre y que ya forman parte de la desgraciada historia de la violencia en España. Pilar, Aintzane, Ana Isabel, Mª Antonia o Guadalupe son algunos de los nombres de estas 56 mujeres a las que el esfuerzo de la sociedad española en su conjunto por erradicar esta barbarie, no les sirvió para nada.

   56 mujeres, algunas de las cuales habían denunciado en repetidas ocasiones al que se convirtió en su verdugo. Mujeres, madres, trabajadoras cuya oportunidad de vivir una vida digna quedó en agua de borrajas. Pena, mucha pena es la que sentimos las gentes de bien e indignación y rabia contenida por no haber podido cerrar filas en torno a estas 56 víctimas, alejando el peligro de sus castigados cuerpos y cansadas mentes. Dolor por las que se han ido y esperanza por la lucha que no debemos abandonar cada día con ilusión renovada.

  
Es verdad que un año después de la aprobación de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, las cifras de muertes se han reducido y existen más denuncias. Esto es una buena noticia sin duda, pero la trastienda de esta Ley sigue sin organizarse del todo. Los medios de comunicación, a lo largo de todo el año, han denunciado la saturación de los nuevos Juzgados de Violencia, que nacieron ya con sobrecarga de trabajo, incapaces de hacer frente al volumen de casos.

  
Hemos seguido conociendo casos de mujeres a las que no les ha servido de nada tener una orden de protección. En la mayor parte de los casos, la escasez de efectivos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, incapaces de dar una atención personalizada y proporcionar una vigilancia individual, tal y como marcaba esta Ley, ha desembocado en nuevas palizas y situaciones violentas para la víctima.

  
¿Y qué me dicen de otras manifestaciones violentas? En los periódicos de hace una semana hemos leído que en España, 17 de cada 10.000 niños es maltratado por su entorno familiar, comprobando que son los adolescentes de entre 14 y 17 años los más expuestos a la violencia de los suyos, que en la mayor parte de los casos se manifiesta en forma de maltrato físico o abusos sexuales. Situaciones poco conocidas, de las que estamos poco concienciados y que en muchos casos no se denuncian por falta de información o por la desprotección que siente el menor. Esto no ha mejorado con la nueva Ley.

  
Y si hablamos de caso contrario, hijos que pegan a sus padres, aún se nos eriza el vello cuando recordamos las declaraciones de una madre de un niño de seis años que ha solicitado que se lleven a su hijo lejos de ella porque tiene miedo. Una impotencia y un terror mezclados con el amor más sublime, el de una madre por su niño, que sume en la desesperación a unos padres que se sienten incomprendidos y poco protegidos. Esto tampoco lo soluciona esta nueva Ley.

  
O el famoso “bulliying” o acoso escolar que ha provocado este año el suicidio de al menos un chaval que decidió que acabar con todo era mejor que soportar el trato vejatorio de sus compañeros de clase. Chavales que son vilipendiados, insultados y agredidos a diario, aislados a la fuerza en sus domicilios y con la sensación de que nadie les defiende, de que los violentos siempre llevan las de ganar. Estas situaciones, tampoco las solventa la Ley. Los casos aumentan pero en muchos casos se mantienen en el anonimato por deseo de la víctima que no quiere reconocer lo que pasa por miedo a represalias.

  
Y podría continuar con la violencia hacia los mayores, delitos silenciados y escasamente denunciados por la falta de medios de la víctima y por desconocimiento absoluto de los sistemas de protección. O las mujeres rurales, expuestas en mayor medida a la violencia y con menos recursos para salir de una situación que las ahoga y las anula…

  
Con este repaso al panorama de la violencia en nuestro país, no quiero ser catastrofista; he intentado dar una visión lo más realista posible de lo que sucede a nuestro alrededor, de las cosas sobre las que tenemos que trabajar con ahínco y con la coordinación de todos los agentes sociales, partidos políticos y sociedad en general en un único y unido esfuerzo por dar al traste con las intenciones de los violentos y con un solo deseo: no perder la esperanza en que el año que nos llega siempre será mejor.

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