¡Es una inmensa suerte!

Felipe Medina SantosFelipe Medina Santos

No sé que méritos contrajimos en vidas anteriores para haber nacido en un país donde por norma general la gente come más de lo que puede y debe, donde sale agua potable por los grifos con sólo accionar un mando, dónde existe una sanidad generalizada y gratuita, pensiones de jubilación e invalidez, servicios sociales y elecciones libres para designar a quienes en nuestro nombre, y por delegación, ejercen el poder “obligados” por las leyes a buscar el beneficio y la prosperidad de todos.

Sí, a pesar de los pesares, es una suerte inmensa haber nacido en España, cuánto cambian las cosas por culpa del azar y la geografía, incluso dentro del mismo Estado.Un país que tiene cuatro idiomas diferentes y uno común, cuatro culturas distintas que se complementan y enriquecen, y una compartida; un país que guarda dentro de sí toda la variedad climática y natural del planeta. Qué hermosura poder oír a un catalán genial que anda despidiéndose de nosotros por toda la Península, un catalán que ha escrito algunas de las más hermosas canciones de nuestro tiempo y al que se ha intentado ningunear de forma grosera y antipatriota, un catalán –Lluis Llach- que en su tiempo hizo más por la democracia que muchos de los que hoy se sientan en los escaños del Parlamento o hablan desde púlpitos mediáticos llenos de mala educación y odio..Qué privilegio compartir suelo con Serrat, Suso de Toro, Ibarrola, Bernardo Atxaga, Ferrán Torrent, Carlos Núñez, Manuel Rivas, Pedro Almodóvar, Fernán Gómez, José Mercé, Enrique Morente, Javier Marías…., cada uno de su padre y de su madre, alimentados con leches diferentes, criados en distintos contextos, pero todos –y muchísimos más- parte fundamental de nuestra cultura común, de la esencia más pura de la España más fructífera, generosa y universal.

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Y no ha sido España un país fácil. Desde antiguo buitres y cuervos gustaron de anidar entre nosotros, reproduciéndose como seguidores de Kiko Argüello, como garrapatas empeñadas en dejar sin sangre al cuerpo patrio. Aquí, los arbitristas: Mercado, Ortiz, Cellorigo o Moncada, se la jugaban cada vez que osaban aconsejar reformas necesarias a Felipe II y Felipe III, reformas para evitar la quiebra del país del oro y la plata de América, del país que se arruinó por no hacerles caso, del país que proporcionó los fondos para que el capitalismo naciera en Inglaterra y los Países Bajos mientras nuestros “abuelos” se convertían en pícaros para evitar el hambre mortal. Aquí, se impuso gracias a la Iglesia Católica y su brazo armado la Inquisición, un pensamiento único, una realidad única, un mundo irreal en el que las discrepancias acababan en la hoguera. Y no fue cosa de siglos lejanos, sino cercana, su sombra nos acompañó hasta hace no mucho, quizá lo siga haciendo. Pero no es una buena sombra, es la sombra del miedo, de la perfidia, de la irracionalidad, de la mentira, una sombra que Joaquín Costa y los regeneracionistas quisieron enterrar con aquella frase que mandaba echar siete cadenas al sepulcro del Cid y arrojarlo al mar, aunque desgraciadamente las cadenas eran herrumbrosas y jamás nadie osó sumergir los restos del mercenario en el agua salada.

Es una inmensa suerte haber nacido en España, vivir en España, gozar España, un país que se permite el lujo de ver como aminoran a sus mejores hombres, que sobrevive a quienes la enlodan a diario, que escucha impávida como un manifestante convocado por la AVT asegura que acudió a la “representación” a “recuperar las libertades perdidas desde que tenemos partidos”, arropado por los discípulos del Cid, por la plana mayor del PP, por la jerarquía eclesiástica, empeñada en seguir las huellas de los cardenales Segura, Ilundain y Pla y Deniel, tres bestias irrepetibles que se pasaban el día con el brazo a la romana acompañando al genocida.
Creo, en fin, que ningún país de nuestro entorno habría soportado tan estoicamente los insultos, obstrucciones, y mentiras que desde 2004 unos irresponsables metidos a políticos, periodistas o curas dirigen contra un Presidente de un  Gobierno democrático –con muchos errores en su haber, es seguro- por haber ganado unas elecciones, por querer llevar a cabo su programa, por querer conseguir que los asesinos, aunque sigan siéndolo, no maten a nadie más.

Qué ejemplo de ciudadanía que, pese a quererla crispada y atormentada, se levanta todos los días para trabajar, amar a sus seres queridos, pasar un buen fin de semana con sus amigos y, a la postre,  no hacerle ni puñetero caso a esa pandilla cuyo único oficio conocido es mentir y  seguir mintiendo, terminando ante la Audiencia Nacional con problemas de “conciencia” y “moralidad”

Por ello, ¡Bendita España, mater amantísima!

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