Y «molar» ya no mola

BanskyNata
http://unmundomejorparaloscaracoles.blogspot.com/
Hasta que mi madre decidió dejar de leer El País, las mañanas de los domingos eran tremendamente divertidas en mi casa. A pesar de que mi padre siempre ha ido con los otros, nunca tuvo ningún tipo de problema a la hora de comprar dicho periódico con «cultural» incluido después del café con sus amigotes en el bar. Es más, me atrevo a decir que, lejos de ser un problema, el hecho de que fuese él y no cualquier otro miembro de la familia el que comprase semejante periódico de «izquierdas» le daba cierto juego: en cuanto abría la puerta de casa, el festival del humor estaba servido.  Gregorio, mi padre, dejaba con cierto desprecio dicho documento en la mesa y decía algo así como «ahí tenéis vuestra revista del corazón».

Luego se sentaba en su sillón mientras mi madre y yo nos repartíamos el periódico. Quiero decir que yo me hacía con la columna de Elvira Lindo y con el cultural para leer a Javier Marías y, cómo no, a Maitena y le entregaba el resto del material a Amelia, mi madre.

Y mientras mi padre nos endulzaba la velada con perlitas del tipo «San Franco, sálvanos» (no vaya a pensar mal, lector, se trata de puras provocaciones inofensivas. Mi padre es uno de esos fachillas entrañables e inofensivos cuya principal ocupación es tontear con mi madre), mientras todo eso pasaba, yo disfrutaba con las historias de Elvira Lindo y su santo. Admiro su redacción impecable, su expresividad y sus artículos siempre me han dado para largas horas de reflexión.

{mosgoogle}Cuando Amelia decidió dejar de leer (y comprar) El País, mi padre empezó a arremeter contra el presentador de Bricomanía, el programa favorito de mi madre, que por aquel entonces se emitía los domingos por la mañana: «¿Qué hace un vasco en mi tele? ¡Es que no hay presentadores españoles!» y yo empecé a seguir a la Lindo por internet. La creadora de Manolito gafotas ha cambiado «articulísticamente» hablando, ya no habla de su santo y sus textos suelen girar en torno a un tema concreto pero yo sigo disfrutando de sus textos igual que antes o más.

Sin embargo, ayer no pude evitar decir para mis adentros «ay, Elvira, que te me estás volviendo carca». Y es que ayer Elvira Lindo escribió sobre los graffitis:

«Mi calle, no entiendo por qué, es una de las preferidas por esos artistas de vanguardia que son los graffiteros. Ellos pintan de noche y, una vez por semana, hay un tío en la calle con un mono, un cubo de agua y un cepillo, rascando las paredes y, diciendo por lo bajo pero para que se oiga, «me cago en su puta madre». Del graffitero, se entiende, no del peatón, sólo faltaría. No deja de asombrarme la actividad implacable de estos artistas. Una vez que ven limpia una pared vuelven a perpetrar en ella otra obra de arte. No se desaniman. Imaginemos que encima les pagaran.»

Y apoyó su siempre impecable redacción con palabras de un científico y todo. Parece ser que «un investigador holandés llamado Kees Keizer ha realizado un estudio que relaciona la suciedad ambiental con la proclividad al delito. Se basaba en un hecho probado: la desaparición de las pintadas en el metro de Nueva York trajo una rebaja considerable de los delitos menores.[…] Cuando los usuarios se marchaban, nuestros estudiosos ponían folletos en los manillares. En la pared había un cartel que decía: «Prohibido echar papeles al suelo». Bien, pues si la pared estaba graffiteada, los ciudadanos tiraban el folleto al suelo; si estaba limpia, lo tiraban (mayoritariamente) a la papelera. Éste es un ejemplo entre muchos que le sirvieron a este holandés para concluir que la suciedad y la confusión visual traen como consecuencia un relajo en la educación ciudadana».

Por supuesto, hay graffitis y graffitis y entre el tremendo «PREPUCIO» que hay escrito en el aparcamiento del INEM y las pintadas de Banksy hay mucha tela que cortar pero, qué quiere que le diga, me imagino a El niño de las pinturas en plena acción y lo último que pienso es en un ensuciador ambiental. Por supuesto, la ciencia es la ciencia y si este buen hombre ha sacado tales conclusiones tras un exhaustivo estudio, yo no puedo por menos que considerarlas aunque, a mí personalmente, me encanta ver pintadas en las calles y nunca tiro papeles al suelo.

Considero las palabras de Keizer pero no puedo reprimir las ganas de decirle a la Lindo «Elvira, tú antes molabas» y se lo hubiese dicho de no ser porque la web 2.0 no ha llegado en su totalidad a El País y no hay posibilidad de comentar los artículos de las personas con mayúsculas que «articulan» en dicho periódico, a lo sumo puedes votar el texto si es que te ha gustado. El País también antes molaba y también antes tenía una visión empresarial mucho más, digamos, acertada.

El caso es que Elvira Lindo y El País ya no molan tanto. Se han vuelto carcas y no han sabido (o, sencillamente, no han querido) adaptarse a los nuevos tiempos. Renovarse o morir, ésa es la cuestión.

En su momento la Constitución también moló,  era justa y necesaria. Pero también ha dejado de molar, ¿no le parece antidemocrático no poder modificar el texto de las narices? Debería ser anticonstitucional.

Y es que quizá esa  suciedad y la confusión visual de la que hablan Keizer y Elvira Lindo y que «traen como consecuencia un relajo en la educación ciudadana» no está sólo en las paredes de las calles. Quizá la confusión visual viene de dentro, del ojo que se empeña en no ver lo que hay fuera.

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