La caca, la mierda y la porquería

Ana Rosa QuintanaNo deja de sorprenderme la rapidez con la que he asumido la misión que yo solita me he impuesto: escribir algo así como un artículo de opinión semanal en este periódico ciudadano. Se me podrán criticar muchas cosas y es más que probable que no niegue ninguna de ellas. Hasta a mí me parece pretenciosa la coletilla «de opinión» y a veces incluso cuestiono lo de «artículo». En cualquier caso, nunca me reprocharé el empeño que le pongo al asunto, que es mucho.

Como le digo, lector que esto lee, me he acostumbrado a lo de aparecer por aquí los lunes para satisfacer la, hasta la fecha saludable, necesidad de comunicar intentando ajustarme a los parámetros del artículo de opinión y, como suele pasar, lo primero que he adquirido han sido los vicios. Como cuando uno aprende a conducir en el coche del abuelo en vez de en de la autoescuela y luego se olvida de comprobar si la palanca de marchas está donde debe estar, ignora los «ceda el paso» y espejo retrovisor, ¿pa’ qué te quiero? Ay, y es que generalmente lo menos beneficioso suele estar en el camino más accesible.

Así las cosas, le cuento que una de las primeras malas costumbres que he adquirido es la de despotricar. Le puedo asegurar que, en el día a día, no practico demasiado tal ejercicio. Vivo en armonía con los pajarillos y las florecillas silvestres y mantengo una actitud bastante positiva para con mi entorno pero, por razones que desconozco, cuando me dispongo a opinar por escrito siempre acabo articulando una crítica negativa que, además, no siempre es del todo constructiva.

Ay Manolete, si no sabes torear, ¿pa’ qué te metes? La diferencia entre ellas y yo, es que a ellas sí las han llamado, yo tengo el agravante de haber entrado casi sin llamar. Aunque una cosa no quita la otra y, no intentando levantarme yo la autoestima a base de comparaciones odiosas y ociosas, no puedo evitar convencerme de que lo suyo es mucho peor: ¿Alguien puede explicarme qué carajo pintan estas tres gracias en el Congreso?

«Las periodistas Ana Rosa Quintana, Susana Griso y María Teresa Campos han sido llamadas por el PP a comparecer en la subcomisión del Congreso que estudia la reforma de la Ley contra la Violencia de Género para dar su opinión sobre el tratamiento informativo de los casos de violencia de género.»

No puedo negar que me mata la curiosidad por saber qué dirán las reinas de las mañanas de nuestra pequeña pantalla sobre el tratamiento informativo de la violencia de género. No obstante, tengo algo así como miedo por lo que pueda pasar después, usted ya me entiende. Ignoro qué le aconsejará el negro de turno a Ana Rosa Quintana que aconseje al respecto y tampoco sé qué dirán las otras dos profesionales de la información. Pero mire que si se llega a predicar con el ejemplo de estas tres podríamos tener un serio problema.

Me parece muy sanota la idea de reflexionar acerca del tratamiento informativo, mediático, de este asunto. Es más, creo que es realmente necesario dado el alto nivel de sensacionalismo, morbo y gratuidad en el que ya desde hace tiempo naufraga esa triste realidad que es la violencia de género y, de esta manera, sólo me podría parecer razonable la presencia de esta santísima trinidad en dicha asamblea (sobre todo la de Ana Rosa Quintana, vive Dios…) si asistiesen en calidad de ejemplo negativo: Eso que hacen ellas (especialmente Ana Rosa Quintana, insisto) es lo que no hay que hacer.

La pura crónica del suceso o la entrevista melodramática de turno en la que la entrevistadora en cuestión hurga casi exclusivamente en los detalles más morbosos. Y ahora es cuando parafraseo aquella tremenda pregunta que escuché una vez en boca de la Quintana: ¿Y durante todo ese tiempo mantenías relaciones sexuales con ese maltratador que es tu ex marido?  Eso es lo que no nos lleva a ningún sitio.

Como le decía en los primeros párrafos, he adquirido la mala costumbre de despotricar contra algo o alguien cuando articulo una opinión por escrito pero, como también le señalaba, ésa es una práctica con la que no comulgo en el día a día. Por eso yo vivía con la idea de que la televisión estaba cavando su propia tumba con tanto reality de tres al cuarto y tanta mierda como acumula y genera. Pensaba, yo pensaba… y resulta que, encima, les dan más y más cancha.

Me las imagino calladas, relegadas a asentir o a disentir con la cabeza según les pinte y a disimular los bostezos. Me las imagino reproduciendo por sus boquitas la obviedad de turno y no sobrepasando el punto de partida en el que todos los asistentes a la asamblea estarán de acuerdo: la necesidad de informar sobre la violencia de género porque, como otras tantas, es una negra realidad que ciertamente existe.

Quiero decir que no me las imagino llegando al segundo punto del acta del día: ¿cuál es la mejor manera, la más constructiva, de informar sobre la violencia de género? Quiero decir que no me las imagino contestando «nosotras y por ende nuestro público nos sobramos y nos bastamos con un poco de carnaza».

Y como muy acertadamente señalan en los comentarios de la noticia, servidora también se pregunta dónde se han dejado a Belén Esteban y, como también dicen en los comentarios: «Dios las cría y el PP las junta.»

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