A trabajar, ar

De considerarse un clan privilegiado que podía echar cuantos pulsos quisiera, a la hora que quisiera y donde quisiera al Gobierno, los controladores han pasado a ser trabajadores forzosos manu militari. Esa ha sido la consecuencia de un delirium tremens de endogamia clasista.

Y es que una cosa es retar al Gobierno y otra al Estado. Si no consideraban la posibilidad constitucional de que el Gobierno recurriera a la Carta Magna -nunca antes había cumplido años con tanta utilidad-  para liberar a la ciudadanía de su retención forzosa en los aeropuertos españoles, es que los dirigentes sindicales de los controladores eran unos estrategas de pega o unos estrategas suicidas, lo cual es peor. De mantener una posición de fuerza han pasado a la debilidad  de trabajar por la fuerza ante el aplauso sonorísimo de la ciudadanía. Los controladores, que borrachos de su propio poder, no calcularon bien las distancias, han conseguido, además, tres cosas sorprendentes: que la militarización del servicio aparezca como una medida democrática, eliminando así la leyenda bruta de una Institución que siempre se ha asimilado con asonadas y golpes, poner a toda la sociedad  de acuerdo contra ellos… y lo más milagroso, a favor de un Gobierno que no levantaba cabeza prácticamente desde el inicio de la legislatura. Por tanto, la lección que hay que sacar de todo esto es que cuando el poder de un colectivo-demasiado poder para tan pocos- obnubila la razón se consiguen resultados diametralmente opuestos, y así  a un beneficio pasajero le sobreviene  un perjuicio definitivo: ahora los controladores de 200.000 euros de media (hoy), controladores del tráfico aéreo y de la profesión, autosuficientes para organizarse jornadas, descansos y el acceso al cuerpo sin admitir intromisiones, satelizados por un sindicato vertical como las torres desde las que operaban, han pasado a ser señalados por la inmensísima mayoría de los ciudadanos como lo que son, oligarcas del mercado, a enfrentarsse a despidos y a juicios que serán muy aplaudidos por los ciudadanos, -es de destacar la madurez de los pasajeros secuestrados–  y lo que es más importante, a la regulación de sector. Es paradójico que hayan sido los propios controladores quienes han dinamitado su impenetrable círculo de acero. Quisieron volar con ínfulas de invencibles y han acabado estrellados, trabajando vigilados por el Ejército y provocando una decisión valiente
 hasta ayer inimaginable
: a trabajar, ar bajo la quincena-cuarentena de una alarma general. “No volverá a ocurrir, lo garantizo”, dijo Rubalcaba. Ojo, Rubalcaba.  Es decir, cuando quieran que vuelvan. Que no volverán. Otro asunto a meditar es si en el futuro se le toma gusto al recurso al Ejército  para zanjar alteraciones sociales similares. Uno cree que no. Pero esto es otra historia.         

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