Los prestidigitadores

Los carteles anunciando que ha llegado un circo a Ciudad Real me han hecho recordar la ilusión con la que, cogida de las manos de mis padres, iba hacia la carpa, y cómo, después de haber disfrutado del espectáculo, en el camino de vuelta a casa, con mi fantasía les volvía locos contándoles cómo había “pillado” los trucos de los magos.

Luego, con mi caja de juegos reunidos, ponía en práctica mi propia función y les presentaba mis propios números. De magia, el número que más me gustaba hacer era que mi padre pusiese una peseta en una cajita que cerraba y, al abrirla, la moneda había desaparecido. Lógicamente la peseta nunca más volvía a verla porque yo me la gastaba en chucherías. De malabarismo, lo que me gustaba era tirar tres naranjas al aire y, aunque siempre fallaba, yo aseguraba a mis padres que antes, ensayando en la cocina, sí que me había salido. Lo de los equilibrios en la bicicleta mi madre me lo tenía totalmente prohibido, pero, cuando me iba a los jardines ensayaba y buenos porrazos que me di intentando hacer lo mismo que había visto en la carpa. Todavía tengo en la barbilla el resultado fallido de una de aquellas acrobacias.

Son los prestidigitadores los artistas en los que más se nota ese progreso al que obliga el más difícil todavía del circo. En esta especialidad, para mí el más espectacular siempre había sido David Copperfield. Fue capaz, delante de un elevado número de personas, de hacer desaparecer nada más y nada menos que la Estatua de la Libertad. Una mole que mide 90 metros de altura y que pesa 450 millones de kilos. Fue el mejor hasta que, aquí, en Castilla-La Mancha, unos “artistas” se las ingeniaron para escamotear nada más y nada menos que siete mil doscientos millones de euros de la CCM, que son, alrededor de un billón doscientos cincuenta mil millones de las antiguas pesetas, que, en billetes de mil, pesarían como tres veces la famosa estatua.

La diferencia de los escamoteadores del dinero de la CCM con el mago americano es que éste, tras hacer su número, dejó la estatua en su sitio, mientras que los de aquí, después de más de dos años, el dinero sigue sin aparecer y, lo peor es que, a ciencia cierta, nadie sabe dónde lo esconden.

El dinero desaparecido en la devastación de la Caja podría, entre otras cosas, solventar la situación económica en una región en la que vivimos con el agua al cuello y en la que, si las cosas no cambian, acabaremos en banca rota porque es metafísicamente imposible que, con la enorme tasa de paro que tenemos, podamos seguir soportando el pesado lastre que supone el nivel de endeudamiento al que nos están llevando Barreda y su Gobierno.

Huele a podrido que, aunque en las Cortes regionales desde el Partido Popular se lo hayamos solicitado con insistencia, Barreda, cobijado en la mayoría socialista, no haya permitido que “pillemos” los trucos de los prestidigitadores castellano manchegos.

Y yo me pregunto: sabiendo el enorme descrédito que, de cara a las elecciones del 22 de mayo, le supone seguir silenciando el asunto, ¿a qué le teme? ¿Tanto tiene que ocultar?

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