Salvas

El periodismo es una profesión infestada de intrusos. Cualquier buhonero de la palabra se cree legitimado para mercadear el verbo con el salvoconducto de un título oficial. El sello real eleva al hombre a la altura del salchichón sin ofrecer garantía alguna de honradez o buen juicio. Contar lo que pasa es un tarea capital: la agricultura alimenta, la escuela educa, la medicina cura y la información procura ciudadanos libres.

Miremos tierra adentro: ¿Quién vendió el humo que empresarios iluminados y políticos provincianos cocinaron? ¿Quién renunció a ser crítico cuando la sociedad mareada alucinaba y se rendía a la gula entre opíparas promesas? ¿Quién abrazó con complacencia intereses particulares y espurios sin medir las consecuencias de lo que obedientemente firmaba? ¿Quién de los corresponsables voluntarios no sobrevuela ahora, con oportunismo carroñero, los despojos de la hecatombe sin dejar apenas un resquicio por el que escape la autocrítica entre remordimientos?

El mérito se encuentra en ámbitos dispares. La profesión bebe del sacrificio y éste no se puede atrapar en las secciones de un diario. Ni local, ni nacional, ni internacional; la dimensión de la dignidad es cósmica. Sideral, como la voz que el silencio arrulló el pasado domingo. El universo de nuestro día a día se tiñe de la negrura de un agujero de incertidumbre, salpicado de estelares palpitaciones: infinitas luciérnagas de admiración y cariño.

Honren el oficio.

 

Sígueme, no muy de cerca, en @eusebiogarcia

 

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