Una experiencia fabulosa

La rebelión de los gorrionesEsta mañana he vivido un suceso extraordinario, de ésos que te reconcilian con los ungulados artiodáctilos. Mis pies se abrían paso entre la luminosa oscuridad como una llave en la noche cerrada. El calor invernal congelaba todas las partes descubiertas de mi cuerpo, incluidas las pudendas. Desde su casta entente astral, las estrellas guiaban mis pasos en conjunción copulativa.

Por un instante me sentí satisfecho, incluso empachado de mí mismo. Levanté la mirada hacia abajo y me topé de bruces con el mostrador de un restaurante de comida rápida (cruel paradoja). ¿y por qué no? – me pregunté –  ya que estoy aquí podría aprovechar para ir al servicio.

Cautivo de mi yo fisiológico y preocupado por evacuar mis inquietudes, no advertí la presencia de una joven octogenaria.

– ¿Qué desea, caballero? – indagó con airada amabilidad.

Traté de complacer su curiosidad con una espontánea reflexión. Incluso hice examen de conciencia; – suspendí- y, tras varias horas de estruendoso silencio, debió expirar el plazo de cortesía de la paciencia hostelera. Como el tiempo, me di por vencido. Renuncié a la condición humana y retomé las obligaciones como cliente incondicional cuando mi interlocutora sugirió: – nuestra ternera es exquisita.

Empujado por un impulso falaz y, como acostumbro, en rigurosa flacidez, no pude evitar sincerarme. – Gracias, yo soy más de ternura -.

Rumiar es mi vida, lo confieso con inocencia. Rumio sin rumiar en mí, y tan alta rumia espero, que rumio porque no muerdo. Ahora que por fin he alcanzado mi madurez infantil, no podía dejarme embaucar por tentaciones caníbales. Mas, en un gratuito exceso de lozanía senil, la anciana muchacha insistió sonriente para atraparme en un argumento cornuto:

– Las vacas nacionales de las que proviene esta carne viven en libertad vigilada, en un verdadero Estado de Lechero; reciben educación privada y atención médica especializada.

Finalmente, decidí sumarme a su embestida. – Estoy seguro de que, en pocos años, serán las únicas españolas con acceso a la seguridad social-. A pesar de la fortaleza del acotamiento, mi fragilidad metal debió dejarla insatisfecha. Al menos eso fue lo que entendí cuando, con fuerza y ambas manos, me agarró el cuello y apretó firmemente mi garganta para que no cometiera el error de asfixiarme con mi propia respiración. Presa del pánico, refugié la mirada en la cartelería del establecimiento en busca de liberación. – ¿Podría comer algo que no avergüence pronunciar su nombre?- conseguí balbucear a voz en grito.

Con el crepitar de la carne cruda en contacto con una plancha a fuego y sangre, mi cordial asesina entró en un lúcido trance:

Una loba fue elegida presidenta entre sus congéneres y decretó una ley ordenando que lo que cada uno capturase en la caza, lo pusiera en común y lo repartiese por partes iguales entre todos; de esta manera ya no tendrían los lobos que devorarse unos a otros en épocas de hambre.

Pero en eso la escuchó un asno que estaba por ahí cerca, y moviendo sus orejas le dijo:

Magnífica idea ha brotado de tu corazón, pero ¿Por qué has escondido todo tu botín en tu cueva? Llévalo a tu comunidad y repártelo también, como lo has decretado.

La loba, descubierta y confundida, derogó su ley.

Concluyó su relato con unas palabras en arameo, de las que sólo entendí Urdangarín

– ¿No le recuerda esta fábula a Cospedal y su Gobierno?- se interesó mi bienintencionada carcelera esbozando una maliciosa sonrisa.

Tuvo la deferencia de aflojar el cepo digital que oprimía mi tráquea.- ¿Acaso Cospedal se trata con asnos? – pregunté sorprendido.

-¡Mohíno esópico!- me espetó a la par que me liberaba de la impar prisión. – Di lo que deseas y márchate.

Aproveché la ocasión para ser inoportuno. – Sin ánimo de cometer un estropicio, he reparado en que su rostro refleja la penumbra de la senectud de un lactante ¿conoce el don usted de la efímera juventud? y perdone que la tutee.

-Pues no- respondió con desdén – pero puedo prepararle unas patatas antes de que se vaya a freír espárragos.

– Que así sea- confirmé levantando el pulgar al estilo romano-, mi imperial espíritu lo agradecerá aunque mi estómago republicano lo lamente-. Esperé, comí y me fui.

—-

Persígueme en @eusebiogarcia

 

 

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