Los escritores morales

Victor Hugo no fue un religioso recalcitrante, pero al uso de su colega Leon Tolstoi, mantuvo siempre una vívida preocupación por la injusticia social, y una feroz autocrítica rayana en ocasiones en la culpabilidad. Ninguno de los dos casaban bien su buena suerte aristocrática (Tolstoi) o burguesa (Hugo) con la pobreza gangrenosa de la Rusia zarista o la Francia convulsa entre revoluciones.
Manuel Valero
Bien es sabido que ambos trataron de lavar sus conciencias con la manumisión o con un pellizco de testamento a una orden religiosa. Realista uno, romántico el otro; ambos dejaron para la posteridad las novelas más celebradas de la Historia de la Literatura. De Victor Hugo y de Leon Tolstoi tenemos hoy mismo dos interesantes ofertas cinematográficas sobre dos obras cimeras, Los Miserables y Ana Karenina. Algo tendrá el agua cuando la bendicen en este mundo editorial de feria vanidosa en el que un señor ex presidente autonómico llamado José Bono, se lanza al ruedo literario a hacer un compendio (y caja) memorístico -más anecdótico que fuente de futuros investigadores- de su peripecia vital por la política, un aspecto importante, que no único, de la vida pública.

Entre el otrora césar autonómico y los dos gigantes de la narrativa, cuando escribir era hacerlo con la tortura de una pluma mojada en tinta a cada párrafo, media la falla divisoria del desapego de la fortuna. Estudiado queda que el rico de cuna no hace alarde y que el enriquecido por la fortuna no ceja de acopiar réditos y prebendas.

Víctor Hugo que tuvo su evolución, como corresponde a cualquier hombre libre de ataduras, pasó de monárquico a republicano, y exigió a su muerte ser trasladado en un coche tan miserable como la trama implacable de su obra inmortal, y Tolstoi muerto en una estación remota como un vulgar sin techo, elaboraron un doctrinario personal más moral que político. Y no fueron pocas las ocasiones en las que tuvieron que verse con la oficialidad oficiante.

Me pregunto ahora por el compromiso del escritor, el compromiso personal, identitario, intransferible, moral, sea o no correcto, según y como se evalúe la inclinación del prisma. La burda taxonomía que coloca en las izquierdas filosofales a los intelectuales, aunque no falten quienes no hicieran ascos a los diabólicos nazis, es una simplificación más de la testaruda tentativa de llenar por los conductos ideológicos y políticos, los secos veneros de una conciencia moral basada en la bonhomía natural del hombre, como pregonaba Rousseau.

En estos tiempos de ideologías descafeinadas, o lo que es peor de ideologías extemporáneas, a punto del descatalogamiento, en los que el lugar común se manosea hasta la náusea para ahormarlo a nuestro catecismo, resurge como tarea heróica la labor de mantener el propio criterio contra el viento de las decepciones sentimentales, y las mareas de las imposturas adolescentes. Ni Tolstoi fue socialista, ni Hugo, un empedernido liberal en el sentido romántico del término: fueron hijos de su tiempo, de su propia arquitectura emocional y de su personal discernimiento. Dijeron, pensaron e hicieron lo que les dictó su conciencia. Como es de todo punto imposible alcanzar el aleph político que acrisole lo mejor de cada casa, de cada partido, de cada ideología, de cada sistema, no nos queda sino someternos al escrutinio de nuestra conciencia.

El otro día fui a ver Los Miserables, y como ya digo que aunque Victor Hugo no fue lo que se dice un meapìlas, ahí está en esa obra de impecable rastreo por la “zoología humana” con el trasfondo histórico de las revoluciones burguesas (románticas), todo un prontuario de la especie con la gran paradoja del oficial odioso-virtuoso y recto, sin pecado social alguno, desarmado y vencido por un reo de insoportable injusticia cuya voluntad y capacidad de regeneración fue capaz de cambiar la Historia y su historia.

Hugo y Tolstoi dos autores de moral entera. Bono, un convidado de oportunidad. Pongamos, un suponer, que la moralidad, se le supone. Me quedo con los relatos maravillosamente interminables de Hugo y Tolstoi que además de universales novelistas despreciaron la propia riqueza aunque la disfrutaran con el dolor de la culpa que les avivaba cada pobre con los que se cruzaban. Hicieron caridad sin vocearla porque al final solidaridad y caridad son la misma cosa. Hace muy poco, y en la marabunta de las redes sociales precisé a una amiga -virtual y de verdad, por el aprecio que le tengo-que la caridad, dice la RAE, es la virtud cristiana contraria a envidia.Y otra acepción indica que caridad es solidaridad con el necesitado.

La respuesta de una tercera persona virtual que intervino decía que lo que había que hacer entonces era reformar la RAE, con lo cual que nos encontramos de nuevas con el mal avenimiento entre el imperativo ideológico y la natural bondad humana. La única ideología palpitante y fresca es la de la capacidad de cada uno de contribuir a la felicidad propia y la colectiva, a veces, a ésta en detrimento de la primera.

Mientras llega ese imaginario y futurible sistema Aleph que acrisole, repito, todo lo bueno, me avengo a decir lo que me dicten mis grillos y a actuar según diga, y a admitir mis yerros y a pagar mis impuestos, que ojalá y sea mucho, porque eso sería que es señal de magros devengos. Y entre Hugo, Tolstoi y Bono, ya les digo, una falla.

Por Manuel Valero

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8 COMENTARIOS

  1. Cuando se trata de escritores, de buenos escritores, su código ético e ideario político, me importan muy poco. Tolstoi, Flaubert, Dostoievski, Conrad, Cervantes, Galdós, Gide… no necesitan poseer una moral intachable para provocar mi admiración eterna. Me importa poco, aunque entiendo el ostracismo al que le condenaron sus compatriotas, que Knut Hansum colaborase con los nazis. Su literatura es prodigiosa. Y bueno, aunque me gustan las personas bondadosas, como diría mi abuela «Casilda»: los buenos suelen ser jodidamente impuntuales…

    Lo inmoral es escribir libros, como Bono y tantos otros, sin tener nada que aportar al arte.

  2. A mi me encantó Knut Hansum, Trilogía del Vagabudno, Hambre… Estoy de acuerdo contigo Carlota. Lo que quiero decir, claro, es la defensa del propio criterio y romper con el mito de una izquierda alimentada por la creme de la intelectualidad, cuando se trata de reivindicar una intelectualidad moral no ideológica. En mi opinión. Gracias.

  3. Su artículo es muy claro. Soy yo quien me ha salido un poco del tiesto.En cualquier caso, gracias por su lucidez e independencia de criterio.

    Un saludo y mi admiración sincera.

  4. Ah, que quede claro que adoro a Knut Hamsun y detesto la ideología nazi. Los verdaderos escritores no están obligados a pedir disculpas, aunque no está mal que lo hagan de vez en cuando. Los ciudadanos a secas debemos puntualizar las propias afirmaciones.

    • Es una bonita forma de disociar pensamiento y acto. En ese sentido podrías adorar la ideología nazi por lo que de rubia tiene, y detestar su forma de proceder a la consecución de la supremacía aria.

      Como pose, muy guapa. Como actitud vital, una jodida m. hacia tus congéneres.

    • Por cierto, que el autor cita el libro de Bono pero espero ansiosa leer la crítica de alguna de las obras maestras de Aznar. ¿Esperaré sentada?

  5. Me parece, Lupita, que no has entendido nada. Odio con todo mi ser a los nazis, probablemente más que tú. El escritor citado más arriba era noruego. Y sus novelas Hambre, Pan y Victoria son un monumento a la belleza, no en el sentido burdo de rubias teutonas y cosas por el estilo, sino a la belleza en sentido artístico. Y tanto los personajes como el pensamiento que deja patente en su narrativa constituyen un himno al humanismo en sentido más noble. Ningún vestigio de pensamiento nazi hay en sus obras.

    Las razones por las que se «hizo» colaboracionista nazi las desconozco. Si yo fuera noruega, probablemente lo odiaría. Pero como lectora busco la calidad de la obra, como lectora busco lo que me conmueve. Si esa disociación te parece sospechosa e inmoral , lo siento, pero seguiré leyendo a Knut Hansum. Porque me encanta su obra y porque yo no juzgo al autor ( no lo conocí). Y leyendo su obra no creo hacer mal a nadie.
    Algo más: Bono no me gusta, porque estoy a su izquiera, muy a su izquierda. Un saludo. Me gustan mucho tus intervenciones. Pero hoy me parece que has patinado un poquito. Aún así, un beso.

  6. Una cosa más: rebatir el artículo de Manuel Valero por la somera crítica que hace a Bono, sin tener en cuenta el valor intrínseco del artículo, constituye , paradójicamente, un ataque a lo que defiende en ese artículo: la libertad de pensamiento por encima de sectarismos y otras servidumbres.

    El interés literario e incluso político de los libros de Aznar y Bono es el mismo. Ninguno.

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