Cristóbal de Mena, un cronista de Indias de Ciudad Real

Siempre me ha maravillado la tremenda inopia de los historiadores manchegos, que ignoran los grandes descubrimientos que hacen investigadores extranjeros, incluso los escritos en su idioma, miseria, por otro lado, que comparten muchos otros historiadores extranjeros para quienes no existe la bibliografía en español, como si Europa acabara en los Pirineos o su conocimiento de los idiomas terminara en el francés, cuando el español es fácilísimo y lo aprende cualquier memo, incluso un español, que es increíble.

Un caso ejemplar es el del hidalgo y conquistador Cristóbal de Mena, un ciudarrealeño del siglo XVI al que solo le atribuyeron nuestros eruditos la creación de una obra pía en ese siglo para mantener a los parientes pobres de su familia, cuyos fondos se habían agotado ya a fines del siglo XVIII víctimas de Menas de todas partes de España que vinieron aquí a acogerse a tal bicoca; nadie fue más allá ni sintió la curiosidad de conocer el origen de la cuantiosa riqueza de ese fondo, que fue, ni más ni menos, que el oro del inca Atahualpa, o inga Atabaliba, como se le llamaba entonces. Cristóbal de Mena llegó incluso a hacerse una capilla y donar una joya magnífica a la Virgen de las Aguas del Convento de San Francisco en Ciudad Real, uno de los más antiguos en España de la orden franciscana, pero desgraciadamente derribado en el siglo XIX. Sé que fue él porque lo cuenta José Díaz Jurado, el sacerdote historiador de Ciudad Real que escribió la Singular idea del sabio rey don Alfonso (1681), aunque para ello he tenido que tachar el texto de la torpe edición municipal y desarrollar una abreviatura mal leída, como puede ver cualquiera que consulte el manuscrito original. Pero lo realmente escandaloso es que nadie se haya hecho eco del descubrimiento del gran historiador peruano Raúl Porras Barrenechea, hace ya no pocos años. Uno, tras hacerse con copias de sus investigaciones, ha estado vigilante a ver si algún historiador profesional o aficionado se iluminaba y escribía algo aquí o allá o echaba su cuarto a espadas sobre el asunto, o le daba por manejar la documentación inédita que queda sobre este hombre preclaro en los archivos del estado, como he podido constatar, pero nada un año, nada otro, nada… Ignorancia supina, suma y caudal, y tirar por los tiempos modernos, que alimentan más.

Seguro que si, por lo menos, se hubiera conservado la segunda parte del discurso del humanista Juan de Vadillo, que trataba sobre los personajes famosos en armas de Ciudad Real, esa elipsis habría sido subsanada. Aunque, tal vez, ni siquiera llegó a escribirse; solo conservamos la primera parte, editada con su acostumbrado rigor por el indeclinable, (o, según dice cierto desamigo suyo, defectivo y semideponente) Luis de Cañigral, el cantor de Ninó, sobre quien ya bosquejé hace algún tiempo un estudio de su poesía que hoy tendría que rehacer completamente.

Raúl Porras Barrenechea se tomó la molestia de averiguar quién era el desconocido autor de un raro opúsculo, del que solo se conservan dos ejemplares (British Museum y New York Public Library) la Crónica del Perú, llamada la Nueva Castilla, la cual tierra por divina voluntad fue maravillosamente conquistada en la felicísima ventyura del emperador y rey, nuestro señor, y por la prudencia y esfuerzo del muy magnífico y valeroso caballero, el capitán Francisco Pizarro, gobernador y adelantado de la Nueva Castilla, y de su hermano Hernando Pizarro, y de sus animosos capitanes y fieles y esforzados compañeros que con él se hallaron. (Sevilla, en casa de Bartolomé Pérez, abril de 1534). Y resultó que, tras desmontar definitivamente las erróneas atribuciones a Gonzalo Fernández de Oviedo (en 1545) a Francisco de Xerez (en 1853) y a Miguel de Estete años después, por eliminación, tenía que ser nuestro Cristóbal de Mena. Se trata, ni más ni menos, que la primera relación que fue conocida en Europa de un testigo presencial de la conquista del imperio inca o inga por la tercera expedición de Francisco Pizarro, que llegó a esas tierras con otros muchos socios, entre los cuales dos manchegos: Diego de Almagro y Cristóbal de Mena.

En España poco o nada se sabía de esa expedición, que salió de Panamá en 1531 y logró el rescate de Atahualpa en 1533, poco después juzgado y ejecutado, hasta la llegada a Sevilla de la primera de las cuatro naves (diciembre de 1533) que condujeron el quinto real o veinte por ciento propiedad del Rey de ese rescate, así como un grupito de protagonistas de los hechos que no querían seguir la conquista, porque, descontentos con el reparto del botín, se negaron a seguir la empresa y volvieron con la parte que les había correspondido; entre ellos se encontraban el autor de esta relación, Cristóbal de Mena, hidalgo, pero quizá de origen judaico, como el poeta Juan de Mena, y el relator oficial de la conquista, Francisco de Xerez, cuya obra, Verdadera relación de la conquista del Perú, también se imprimió en Sevilla en casa de Bartolomé Pérez en julio de 1534, a sólo tres meses de la publicación de La conquista del Perú. El motivo de esa diferencia fue, está claro, que Mena se declaró partidario de Almagro y Xerez de Pizarro y ofrecían en esas dos crónicas o, más bien, relaciones, una versión distinta de los hechos favorable a uno u otro; de ahí esa puntualización de «Verdadera relación». El asunto es polémico, pero es indudable que Mena fue apoderado de Almagro (obtuvo un poder de este conquistador manchego como él para Castilla y la Corte), lo defendió en España y fue su deudor.

La atribución de Porras Barrenechea, expresa en sus ediciones de la obra, que poseo, está bien fundada y no hay teoría mejor construida ni que haya podido oponerse hasta ahora (y ha pasado mucho tiempo), a sus argumentos. Esta edición fue muy conocida en el siglo XVI y usada para otras obras españolas y extranjeras (francesas, italianas e inglesa, como traducción, fuente primaria o extracto), pero luego la escasez de copias motivó que no se reutilizara hasta el siglo XIX. Desde la edición facsimilar norteamericana de Sinclair en 1929, acompañada de traducción, transcripción y estudio, la obra conoció seis reediciones (Boston, 1930, por Alexander Pogo; París, 1937, Raúl Porras Barrenechea; París, 1938, por Horacio H. Urteaga; Lima, 1967 y 1968, que reproducen la edición de Porras de 1937, y Buenos Aires, 1987, por Alberto M. Salas, Miguel Alberto Guerín y José Luis Moure, que poseo y es ciertamente rigurosa, pero en la que Guerín intenta rebatir con poco acierto las tesis de Porras, sin proponer nada mejor).

En todo caso, resulta evidente que, si Mena no fuese el autor de la relación, por lo menos pudo ser quien la dictara, su responsable o inspirador, como testigo presencial y persona de más alto cargo (capitán) en la empresa. En dos cartas del licenciado Espinosa se acredita que Mena llevaba una relación al rey o pensaba hacerla en el viaje: en la segunda se escribe que «con el capitán Cristóbal de Mena se envió a Vuestra Majestad relación», aunque tal vez se aluda con eso a la primera carta y solo se diga al pie de la letra que Mena era su portador; más concluyente parece que, «demás de la relación que va a facer a Su Majestad, le es mandado que informe e faga relación a Vuestra Señoría de todo»; es decir que Mena, como testigo presencial, condición que compartía con sus veinticuatro compañeros, pero más obligado por ser capitán a cargo del contingente, debía hacer relación, relatar lo sucedido, tanto al monarca como a su secretario, Francisco de los Cobos, lo que no implica saber cuándo ese relato fuese escrito o estuviera hecho.

En fin, si queréis leer conocer una pequeña biografía de este curioso personaje manchego, podéis leerla aquí y si queréis sus aventuras, acá está la mejor edición en línea de su relación.

http://diariodelendriago.blogspot.com.es/

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