Qué revolución

Otras mentes exponencialmente más preclaras que la de este modesto opinador han especulado desde la filosofía, siempre desde la filosofía, con el modo de hallar con la fórmula del ideal humano en convivencia. Antes de la llegada de los socialistas científicos los falansterios fueron el arrebato de Charles Fourier que vió como su propuesta de activar la natural bondad del hombre se vino abajo al poco de poner a 1.600 de ellos-la cifra es un misterio- en un patio de vecinos para que convivieran según las fórmulas de la nueva arcadia. La misma suerte corrieron la colonias igualitarias del icariano Cabet. Manuel ValeroLos socialistas utópicos imbuidos de la teoría roussoniana pusieron más sentimiento que medios – aunque también- para conseguir algo mucho más intrincado que la fusión fría: la paz y armonía en buena lid, en libertad y democráticamente. Hasta que llegó Engels y fulminó a los utopistas dándole al socialismo la categoría de ciencia: por todo el motor de la historia circulan corrientes que aglutinan y reúnen a las masas de manera inversamente proporcional a la detentación de la riqueza. La contranatura histórica de pobreza de muchos, riqueza de pocos, desde que la propiedad privada y su acumulación no fue sino botín de violencia y de guerra no se le escapó al íntimo amigo de Marx y la lucha de clases como consecuencia de ese materialismo histórico adquirió dogma de fe y preparó a los pueblos para el asalto a los medios de producción. Sólo desde el cientifismo socialista emergió un sistema inédito y esperanzador para las legiones de parias de todo cuño que se propagaría por todas partes, tomando el poder por la revolución o alimentando ideológicamente guerrillas que verían recompensada su cuota de sangre con la implantación de los ideales del hombre nuevo. Lo que ocurrió después todo el mundo lo sabe: al contrario que los utópicos que defendían un comunismo natural y democrático, los científicos segaron esas zarandajas de santones civiles e implantaron el comunismo por la fuerza. Como antes se acumuló la propiedad, ahora se enajenaba.

Antes que la gran Revolución Rusa, hubo otras, pero sobre todo una: la Revolución Francesa, madre, padre y espiritu santa de lo que para bien o para mal somos hoy. Engels llevaba razón: fue el hambre – y las ideas, siempre las ideas de los ilustrados que azuzaron el fuego- lo que volteó todo por las bravas, y acabó con una aristocracia mas que capitidisminuida, sin cabeza. En los libros de texto de mi época se especificaba que 1789 fue el año último del Antiguo Régimen y el año Cero de la nueva era burguesa, democrática, fraternal e igualitaria. Antes de estucar el friso, un detalle: toda revolución implica la imposición de un nuevo orden de manera coercitiva con su consecuentes purgas cuya supervivencia depende del control de la población y la eliminación de la disidencia, incluso en un contexto democrático, y si triunfa y permanece lo hará sobre un partido (la Revolución Mexicana) que irrigará el aparato del Estado hasta la corrupción. Pero como nada dura ad aeternum el status de la revolución, cederá por la carcoma de nuevas ideas. Al fin, la gran y definitiva revolución democrática podría aparecer como una feliz culminación de la Historia, pero unos difusos, rampantes y popularmente alimentados nuevos amos, (como bien sostiene el colega Rafael Robles en su sección), los mercados, generan a su vez el deseo del eterno retorno, la reedición de las viejas nuevas ideas de un estado social por coerción apoyado en la verdad popular que una vez fue y puede volver a ser sobre las cenizas de lo existente. .

Bien. Dicho esto me pregunto por qué tipo de revolución clamaba Beatriz Talegón, una nueva pieza más que se cobra otro inquietante actor a no perder de vista, ya que tras su apariencia incontrolable y libertaria puede estar alimentando el gran hermano del futuro, la RED, que lo mismo te dismitifica a una aguerrida deslenguada que a una actriz campeona de la causa de los desahucios en una fiesta exclusiva del cine, pero con un anuncio inmobiliario bien remunerado en su curriculum. En este caso y contra lo que sostenía otro colega José Rivero, es nuestro rastro virtual el boomerang de nuestros trastornos.

No juzgo el grado de coherencia de lo que dijo Talegón en la cumbre de los jóvenes socialistas europeos ante la gerontocracia oficial. Que una chica de lozano verbo les achique el trono cincoestrellas a sus dirigentes seniors y luego sea expulsada de una manifestación crisol de sus denuncias, tiene más lecturas que El Quijote, por lo que no es cuestión de detenerse aquí salvo en ese pequeño matiz de que todo movimiento de fuerte contestación (la revolución es más seria) rezuma un lixiviado de autoritarismo con el que se erige en juez y parte.

Ha habido revoluciones tecnológicas que siempre han sido el eslabón previo de las revoluciones políticas, pero nunca ha registrado la Historia un revolución humana que hiciera de todos los hombres sobre la tierra un revolucionario ejemplar en el sentido de abrazar la causa de los utópicos y confirmar definitivamente que Rousseau llevaba más razón que un santo. Por tanto, y aún hoy desconozco con exactitud a qué tipo de revolución se refería la joven socialista, aunque colijo, a vista de pájaro que lo que Talegón voceó al universo mundo youtubero (y luego en los platós de las cada vez más salvíficas tertulias políticas) fue la urgencia de una revisión del sistema que lo humanice profundamente de modo que evite el sufrimiento de los más débiles, es decir, una revolución que dentro del sistema fuerce naturalmente la condición humana hacia el lado bueno de la esquizofrenia original. Si se trata de otro sistema, me callo.

Pero para ese viaje no hacen falta alforjas. A lo mejor ya está ocurriendo, porque estamos asistiendo a un momento histórico singular cuya coetaneidad no nos deja ver las cosas con la claridad de una perspectiva científica a fuer de emocional. He dicho que esta crisis con todos sus componentes endógenos y exógenos, documentados y localizados, retrata las riquezas y las miserias de todos y cada uno, y tiene una doblez casi esotérica que avisa con aldabonazos de presagio de la inevitabilidad de un paso nuevo. La exigencia de transparencia casi integrista, la reivindicación de nuevos mecanismos de representación y participación, la propagación y propalación en la red, parece como el regreso del péndulo a una honradez perdida porque nunca fue buscada con ahínco. La exigencia de coherencia, no sólo para quienes tienen responsabilidades públicas, sino para cualquier ciudadano, parece sentirse bajo los pies como una fresca escorrentía.

A uno se le escapa en qué dirección pueden romper las aguas porque no es ni visionario, ni filósofo ni sociólogo, ni historiador. Sólo pido que si ha de venir la revolución, la que predica Talego, la que predican los cibernautas, la que sueñan los neocomunistas, por la que claman los antisistema, la que venga de la mano del kantiano imperativo moral categórico que reclama el abstracto social, lo que pido, digo, es que no siga el manual revolucionario y una vez triunfante, se nutra de su guardia pretoriana, su funcionariado fiel, su semiótica de la felicidad y se afane con exquisita meticulosidad en hacer valer su propia autoridad sobre vida, hacienda e ideas de los disidentes.

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3 COMENTARIOS

  1. Frente a lo afirmado por M.V. en su disección de las tripas y callos de lo que anida bajo el signo de la denominada Revolución, «es nuestro rastro virtual el boomerang de nuestros trastornos», que contraponre a alguna afirmación mía. Habría que matizar algunos aspectos y muchas dudas. Tantas como las propuestas revolucionarias por boca de Talegón
    En primer lugar el oxímoron ‘Rastro virtual. Si hay rastro no será virtual; y si es virtual la cuestión, el asunto o la comunicación en suma, su rastro desaparecerá con una velocidad propia de las mutaciones astrofísicas.
    La segunda cuestión tiene que ver con lo esbozado por mí en ‘Guía de perplejos’, pero no desvelado más que tangencialmente. Y tiene que ver con el par velocidad/desparición.En clave de lo afirmado recientemente tanto por Pablo Guerrero, como por Antonio Muñoz Molina. Asustados como están de la velocidad a la que vamos y del olvido que producimos a nuestro alrededor.
    Y esa es la tercera cuestión. La centralidad de cualquier cambio que hoy se formule y se pretenda, tiene más una dimensión tecnológica que ideológica. Por muy dictatorial que no pueda parecer, cada vez somos más víctimas de las tecnologías de la velocidad y de la desaparición. Y es desde esta perspectiva desde la que habrá que formular las propuestas liberadoras e igualitarias(ayer llamadas revolucionarias). Que no dejan de encubrir otro oxímoron final. A tanta velocidad y con tanto olvido, nada puede permanecer; ni tamtpo las ideas de cambio.

  2. Siempre contundente, como es habitual, amigo José. Otorguémosle al rastro virtual el valor de oximirón, pero démosle también el valor de recurso literario. Lleva razón Pablo Guerrero -tenía que llover pero no tanto y sin parar-y Antonio Muñoz Molina, y comparto tu tesis perpleja. Es cierto el vértigo, la fugacidad y la futilidad de las cosas. Tanto que la vieja revolución industrial tan generadora de ideas y otras revoluciones tuvo su tiempo para moldear usos y causas, en contra de la NNTT tan democráticas, universales, horizibtales, vocingleras y anónimas. Nos hacemos mayores, José, eso es todo. ¿Y sabios? Bueno, en lo que a mi respecta sigo en dubitando.

  3. Sin duda el tiempo pasa y pesa. Y ya no es el peso de la paja, como quería Terenci Moix; sino el peso de la vida que pesa como el plomo. Y pesan aún más y más las deserciones que se acumulan a las espladas, y los proyectos liberadores que no cuajaron ni formaron nuevos horizontes. Por ello, y desde la percepción del fracaso de nuestras observaciones juveniles y de nuestros proyectos de primera madurez ¿cómo hablar de sabiduría?

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