Los desahucios: el fracaso de un sistema

Fermín Gassol Peco.- Por motivos profesionales fui testigo de algunos desahucios, aunque de eso fuera hace tiempo cuando los lanzamientos, que así se denomina esta figura en derecho, no eran tan frecuentes como desgraciadamente lo son hoy. Recuerdo uno en concreto, en el que un hombre anciano ya, fue desahuciado por ser avalista de un familiar bastante calavera que lo embaucó en un préstamo.
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No se me puede olvidar el momento en el que ese pobre hombre que no sabía leer, escuchó la orden de desalojo de su hogar por tantos años. Recuerdo aún cómo al oír la fatídica palabra se le doblaron las piernas y yo mismo tuve que ponerle una silla para que no cayese en tierra. La historia acabó bien, porque la Entidad, una Caja de Ahorros, hoy desaparecida como tal, nueva propietaria de la casa, proporcionó un préstamo a su hija a muy bajo interés y se la revendió a precio de saldo…para que su padre pudiera vivir allí el resto de sus días.

La gran cantidad de desahucios que están teniendo lugar en nuestro país en un corto espacio de tiempo, creo que representan sin ninguna duda el último y más sangrante eslabón del fracaso de un sistema. Cada caso de desahucio encierra un mundo de amargura y desesperación que algunos atajan poniendo fin a sus vidas.

Cuando alguien se lanza al vacío desde donde solo hace un momento fue su casa…es porque la esperanza que le queda de poder seguir viviendo es completamente nula. Despojar a alguien de su hogar es como hacerlo de sí mismo, arrebatarle su vida más íntima y personal. Para alguien hundido, minado, sin trabajo, sin ingresos, solo, acosado por las deudas, esposado por el presente y condenado para el futuro, esa ventana que da ya a no sabe dónde…es una última salida…hacia no sabe qué…pero es la única huida de esa oscura prisión vital que le llevará hacia una desconocida liberación.

El desahucio es por tanto el exponente más grave del fracaso social de un sistema que ha estado sustentado en el desmadre de muchas cosas y en las carencias de otras muchas. Un sistema que se ofrecía aparentemente humano y por eso legítimamente tentador porque era un sistema basado en la venta de un futuro mucho más confortable económicamente pero falto de ética y moral en quienes lo ofrecían, un falso y definitivo paraíso terrenal de cartón piedra. Un sistema en el que el dinero fue el único valor para comprar nuestra esperanza. Un sistema en el que los bancos ofrecían ese paraíso de una manera temerariamente frívola…Por eso nadie está hoy legitimado para desahuciar a aquellos que confiaron en este sistema para construir su hogar. Los casos de suicidios representan una lúgubre prueba de lo que digo y los que nos acusan de haberlos precipitado hacia esta abismal situación.

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