Los toros vistos desde fuera

Víctor García de Lucas. EcoQuijote.-  Una parte de la sociedad nos declaramos anti-taurinos, pero, visto que hay tantos defensores de “la fiesta”, conviene observar una corrida desde fuera con toda la objetividad posible para saber si nuestra posición está o no fundamentada.
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No suelo tener deseos de comprobar mi aversión por la tauromaquia de forma voluntaria, pero hace unos días la retrasmisión en cuatro pantallas en el bar en el que estaba me dejó pocas opciones de no repetir la experiencia. Me propuse ver una corrida entera con ojos objetivos y ahora voy a intentar hablar de ello.

Lo primero que ocurre, es que azuzan al toro antes de que salga al ruedo, supongo que con intención de que, lo que normalmente es un pacífico herbívoro, salga a la arena en actitud defensiva y agresiva. En esta fase, incluso le clavan una especie de insignia en el lomo (no sé si con motivos decorativos).

El toro sale a la arena aturdido, lo que es lógico en un animal que ha vivido una existencia placentera y contemplativa y que jamás ha sido agredido. No entiende lo que hace en un recinto de arena rodeado de miles de humanos ruidosos, pero aun no llega a sospechar lo que le ocurrirá en los próximos (y últimos) minutos de su vida.

Después le dan pases con el capote y enseguida viene el turno del picador. Este va a caballo con una lanza y su función consiste en clavarle al toro la “pica”, la cual puede introducirse hasta 8 centímetros en su carne. En este momento, el toro ya intenta defenderse y arremete contra el caballo que, pese a la relativa protección de sus flancos, puede ser empitonado por el toro en el vientre y morir destripado en la arena. Esto es más común que cualquier daño grave a los humanos que, a diferencia del caballo, intervienen voluntariamente en la corrida.

Tras el picador, vuelven a marear al toro con los capotes y aparecen los banderilleros. Estos increpan al Toro con gestos y gritos amenazantes para llamar su atención. La idea es que se les acerque para poder clavarle las banderillas que se introducen entre 6 y 8 centímetros en la carne del animal, donde gracias a su forma de arpón quedan clavadas el resto de la corrida desgarrando músculos, vasos sanguíneos y carne. Los banderilleros pueden clavar hasta 6 banderillas, aunque algunas pueden desgarrar la piel del animal y terminar cayendo a la arena.

Finalmente, tras cansar los subalternos con los capotes al toro, toca el turno del matador. Es la figura central de la corrida y quien aparece en el cartel, también es quien se enfrenta de una forma más directa con el toro. El animal está ya extenuado y malherido pero es su momento más agresivo y lucha abiertamente por su vida, con lo que es peligroso. En todo caso, no es un cuerpo a cuerpo justo ya que el Torero siempre está apoyado por los subalternos y el toro, que se está desangrando por efecto de pica y banderillas, está muy debilitado. El matador intenta lucirse azuzando y atrayendo al Toro y, tras agotarle, llega el momento de matar.

Para matar al toro, el torero usa una espada de hasta 80 centímetros, el toro, ya medio muerto, le recibe con la cabeza agachada, el Matador intenta clavar la espada entre los omóplatos y llegar a la aorta, sin embargo, la mayoría de las veces no consigue matarlo de una vez y ha de repetirlo sobre el agonizante animal. En algunos casos, no consigue acabar con la vida del toro y los subalternos han de rematarlo clavándole un cuchillo en las cervicales.

Si al público y las personalidades les ha gustado lo que han visto, se le corta al cadáver del toro las orejas o el rabo para dárselas al matador y el animal es retirado de la arena.

Recuerdo que mi rechazo a la tauromaquia procede de la infancia, cuando me llevaron a una corrida y no pude entender por qué le hacían eso a la pobre “vaquita”. Observé que, pese a que pensaba que está prohibido, aún se sigue llevando a los niños a los toros.

Ver de nuevo una corrida ha reafirmado mi rechazo a la tauromaquia y aunque puede que parte de la población se vea atraída por un espectáculo en que sangre y muerte son los protagonistas, no entiendo qué siga siendo un tabú para nuestros gobernantes hablar abiertamente contra ello. Quizá todos deberíamos plantearnos las siguientes cuestiones: ¿de verdad la mayoría de la población disfruta con un espectáculo semejante?, ¿Qué valores y experiencias puede aportar a los niños ver esto?, ¿es razonable invertir fondos en este polémico espectáculo mientras nos quedamos sin sanidad, educación o pensiones?

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