¿Ciudadanos o súbditos?

Fermín Gassol Peco.-  Si hubiera una nación de dioses, estos se gobernarían democráticamente, pero un gobierno tan perfecto no puede ser adecuado para los hombres. (Rousseau).  Tan elevado fue el concepto que ofrecía este filósofo suizo del mejor sistema político, como bajo el aprecio hacia sus protagonistas y destinatarios.
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Mucho se opina de “la clase política”, de la talla de sus representantes, de las promesas y notables vacíos a la hora de aportar las debidas soluciones a los problemas sociales. No es frecuente sin embargo encontrar críticas hacia “la ciudadanía”, opiniones sobre nuestros comportamientos, sobre nuestra calidad como electores, sobre el nivel de exigencia requerida a los que elegimos, ni a nuestra consiguiente responsabilidad como ciudadanos.

Es frecuente oír frases como “tenemos lo que nos merecemos”. Un compendio de lo que exigimos y consentimos al comportamiento de los políticos. Bien, pues la gran diferencia que existe entre ser súbdito y ciudadano está precisamente en que el segundo, a diferencia del primero es también sujeto interpelante de los derechos establecidos, además de las comunes obligaciones que ambos conceptos contienen.

En el mundo de la política, en la parcela de libertad que esos derechos nos permiten, creo que deberíamos ser conscientes de que pueden seguir existiendo “esclavitudes consentidas”, decisiones “cautivas” que son turbias consecuencias del estómago agradecido o del caliente corazón, más que de la fría testa. Actitudes que nos mantienen aún en situación de súbditos por ramplones y egoístas intereses. Alcanzar el grado de plena ciudadanía sin restos de subyugación más o menos tangible solo es posible después de haber transitado por el difícil y generoso camino de la solidaridad; exige de cada uno de nosotros un paulatino aprendizaje en lograr la mayor independencia intelectual y formación moral posible, es decir, evolución sociocultural, que ya nada puede estar hoy anclado en el pasado, si quiere permanecer con vida.
El presidente Roosevelt apeló en su día al hecho de que “una gran democracia debe progresar o pronto dejará de serlo”.

Y ahí tenemos hoy sus frutos. Las democracias progresan de manera única y lo hacen con más democracia que es lo mismo que decir con más calidad e independencia en la capacidad de elección y exigencia entre los que elegir, haciendo posible la necesaria alternancia, que como diría Churchill, fecunda el suelo de la democracia. Si la democracia no logra que los ciudadanos lleguen a este grado de “cultura y decencia pública” permaneceremos es una situación de democracia dependiente, bien de pesebre o de pasado, actuando en “contra de” más que “convencido por”. Así nunca alcanzaremos un “estado de lucidez” que nos haga ciudadanos respetados y sí cautivos de nuestros pre-juicios y de unos políticos que sabedores de esto seguirán “aliviando” las faenas con discursos recurrentes, fáciles y ramplones para el “poco respetado público”, sin esforzarse en aplicar a su quehacer político un urgente y necesario “tiro por elevación” hacia ese futuro que lo está exigiendo y esperando.

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