Corazón mío: Capítulo 9

El padre de Peinado cambió de conversación para evadir la atención del amor contrariado de su hijo. El libro que el agente había comprado en la librería  estaba sobre la mesa. Era un regalo para su padre, aunque le hubiera venido bien a él mismo, habida cuenta del caso que tenía entre las manos. Lo cogió y  lo abrió al azar.
corazonmio– Un buen libro. De Mathew Hoffman, todo un experto en los destrozos sociales de una televisión tóxica… Gracias, hijo.

– No comprendo a esa gente-, Peinado bebió un sorbo del alquitrán con sabor a café.

– No soportan su mediocridad. Simplemente. Lo demás consiste en estimular la tendencia innata del público a fisgar en las vidas ajenas. Si la superstar habla como el “pueblo” el éxito está garantizado. En el fondo, es una falta de respeto y un desprecio hacia la audiencia a la que ellos mismos consideran populacho. Y sin embargo, ese tipo de televisión es perfectamente prescindible: si desaparecen esos programas la vida continúa. Lo que ocurre es que hay quien lo ve  un cortafuegos contra los desastres de cada día. La gente olvida los problemas con los chismorreos.

– Los creadores de esos contenidos siempre tienen a mano el argumento irrebatible de que son millones de personas las que siguen esos programas del corazón.

– No te engañes, hijo. No es una demanda social. La demanda social se provoca desde el medio, es el medio el que fabrica la basura, la expande y la recibe para alimentar la propia basura y volverla a expandir.

Un silencio repentino detuvo a padre e hijo en el último gesto, como petrificados por una sensación de pesadumbre. Era uno de esos silencios imprevistos que hacen que un solo tic-tac parezca una eternidad y estruendosamente perceptibles los sonidos de la rutina: la sordina del tráfico, la cucharilla remolineando el café, la respiración del padre…

– Todo está muy confuso ahí fuera-, suspiró el progenitor- como si lo viejo y lo nuevo anduvieran a estacazos. En este país estamos acostumbrados a a vocear a salivazos.  Así que pasan unas décadas de relativa calma, volvemos a lo mismo.

Al hijo le sorprendió la derivada del padre pero había un poso de coincidencia. Efectivamente todo estaba demasiado confuso ahí fuera pero no consideraba que ese aparente desnortamiento social hubiera engendrado la frivolización extrema del medio de comunicación por antonomasia. En todo caso, era producto de la libertad, como sostenía a cada ocasión. Lo bueno y lo malo. Y en cuanto a lo demás, todo estaba reglado por una inercia cíclica. Así ha sido desde el principio de todo. Pero al mismo tiempo era detectable un ápice de decadencia.

– He visto por la televisión lo sucedido a ese presentador-, el profesor Peinado viró de nuevo la conversación luego de otro silencio atronador-. ¿Tenéis algún indicio?

– Mañana salimos para Sitges. La víctima compartía con su novio un apartamento en esa ciudad. Ya hay un dispositivo de vigilancia apostado en el barrio por si vuela el pájaro. Sólo vamos a hablar con él. No hay ninguna orden de detención… de momento.

– Bueno, este caso te exigirá al menos toda la concentración, de modo que no tendrás tiempo para recordarla-. Miró a su hijo de reojo- No es un caso cualquiera, tratándose de un personaje rosa, quiero decir, de ese circo del corazón… o como lo llamen.

– Eso espero-, respondió el policía.

El padre activó el equipo de música con el mando a distancia. Era un melómano empedernido y un consumidor voraz de música de películas. El aparato cobró vida con la melodía del tema de Brave Heart.
– ¿Te has enterado de esos médicos españoles y de su último descubrimiento sobre el cáncer? Son la otra cara, hijo, no son famosos pero son necesarios.  A menudo los grandes son desconocidos, o peor aún, mal conocidos: Carlyle.

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