Corazón mío. Capítulo 73

Manuel Valero.- Caminaron con cuidado para pasar a la otra parte sin ser vistos. Durante los días previos habían estudiado la zona. Había un tramo de tapial bajo una espesa trepadora que quedaba ciego a las cámaras de vigilancia exterior. Fue una condición a la que tuvo que ceder Roberto según  el plan previsto: primero pasarían ellos y comprobarían.
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En caso afirmativo, el operativo se activaría con todo el despliegue; en caso negativo, recularían sin ser descubiertos, el plan quedaba abortado y Roberto a merced de sus pálpitos que en el oficio de policía tanto te pueden coronar como el mejor detective del mundo como ganarte la plaza de pegasellos en cualquier oficina de tramitación de documentos. Pero Roberto estaba seguro y le había contagiado a Ortega esa seguridad. Tan convencido estaba, que su plan inicial era de una simpleza absoluta: con la orden judicial en la mano entrar a saco y llevárselos a todos.  Finalmente optaron por un poco de prudente estrategia.

La parte del muro que se ocultaba tras la flora del seto y de las cámaras estaba derruida,  tenía una oquedad que partía el muro en dos con el suficiente grosor para el paso de un hombre. Había restos recientes de albañilería lo que indicaba que el dueño de la casa había encargado reparar la pared.

Primero fue Ortega el que se introdujo en la cortina de hojas que se derramaban por encima del muro, luego palpó la pared y la oquedad y avisó a su compañero. Roberto hizo otro tanto. Ya en el interior corrieron hacia un pequeño bosquecillo, a unos quince metros del muro. A cubierto entre los árboles, los dos policías pudieron hacer una observación más detallada del terreno. Roberto miró a través de los prismáticos. Hizo un barrido lento después de graduar la nitidez de las lentes y encontró la primera prueba: el ford mondeo azul utilizado para el intento de secuestro de Gloria. Se    detuvo en la matrícula, no la recordaba exactamente pero la confirmó cuando la vio reflejada en el visor. 2734 HFG.

-Esto pinta bien, Orteguita, muy bien

-¿Has visto algo?-, preguntó susurrante Ortega.

-El mondeo de los secuestradores de Gloria está ahí.

El bosque ascendía por una suave colina y desde allí se abría un pequeño claro. Ambos policías atravesaron el bosque y antes de salir al claro hicieron una última observación. Sobresaliendo por la linea de una pequeña ondulación del terreo podía verse la techumbre de un edificio y la parte superior de la pared             que lo soportaba. Pero fue suficiente.

-Ahí están… Ventanitas de colores

-Voy a avisar-, Ortega se comunicó con el operativo. Estad preparados

 

 

-¿Y a mi me conoces, musa de los estercoleros?-, sonó la tercera voz que correspondía al segundo hombre. Tenía acento italiano y el timbre era inconfundible, un poco roto, como un verdadero cantante toscano de baladas modernas.

-¿Octavio?

-El mismo que, afortunadamente, sigue vistiendo y calzando, Ritita, porque en mi caso yo fui quien ganó la partida, os gané la partida ante la ley. Esta vez sí. Una bonita suma para limpiar mi honor, si es que el honor se limpia, una vez mancillado. Yo creo que sí como todo en la vida. Hay una cosa que no se puede reparar jamás, Rita mía,.y es el mal gusto. Oh, vomito al recrear las imágenes, mira, querida, mira como te pavoneabas en medio de esa caterva. Mira ese mariquita como se ríe, y ese otro drogadicto sin posibilidad de vuelta atrás, y aquella, con cara de virgencita a la que le sacaron los colores cuando informó del paradero de la chica de un cantante, amigo mío y patriota. Mira, mira bien, escucha…

El hombre que hablaba con acento italiano y amanerado, elevó el volumen de la pantalla de televisión. Cinco personas gritando, señalándose unas a otras, increpándose, elevando el tono   llenaron con su guirigay todo el ámbito. Como siempre, una vez que habían desmenuzado la carne del día, con el exabrupto más grueso, con la especulación más sórdida, con el supuesto más infame, cuando habían agotado todo eso, entraban a saco unos contra otros, mientras Rita miraba los indicadores de audiencia, impávida en el centro de aquella jauría.

-Lo que peor llevaba, mi querida diva della televisione, no era a tu gente, a esos malnacidos, no. Me enervaba el cinismo, oh, cuánto me irritaba la sorprendente facilidad con la que pasabas del chapoteo en toda aquella mierda a hacer la publicidad directa como si fueras una colegiala que no había roto un plato… Pues que lo sepas, mia cara, bonita, me costó, sufrí muchísimo pero yo os gané y ahora yo estoy aquí, tú allí y Lobera y el Moralitos de los cojones, muertos, los dos, .ji.ji, ji.Tutto questo é fantastico…

 

 

 

Al final del bosquecillo había una senda de tierra que avanzaba hacia una suave colina y desde allí se bifurcaba en otros caminos serpenteantes como si fueran pequeños afluentes. La intención de los dos policías era avanzar hacia una de las fuentes visibles desde donde ellos estaban. En realidad, la preocupación de Peinado y Ortega  tenía más que ver con el éxito de la operación que al hecho de ser descubiertos. ¿Pillados? La policía no tiene nada que temer , son los buenos.

Peinado llegó hasta la fuente. Desde la trasera de una caballo con las crines al viento, avisó a Ortega para que lo alcanzara. Una luna creciente apareció entre un breve girón del cielo blanquecino con un fulgor cadavérico. Luego desapareció. Para colmo, había dejado de llover y había comenzado a nevar. Un viento helado mecía la copa de los árboles blanqueados ya con los primeros copos.

-Muy propio. ¿Estamos en Navidad, no?-, susurró muy despacio Ortega.

-Pues no lo había notado, con tan pocas luces-, bromeó Peinado.

A unos 20 metros la luz de colores de las vidrieras distribuía su halo por el contorno inmediato por el efecto de la iluminación interior. No era demasiado potente pero suficiente en aquella penumbra lechosa.

-Todo un hallazgo, las vidrieras, Orteguita-, dijo Roberto.

-Se ven más coches en aquella zona. Tengo la impresión de que lo que sea ha empezado sin nosotros.

-Y va a acabar muy pronto…

Los dos policías mantuvieron la posición detrás de la fontana. La nieve caía con más intensidad y el aire soplaba con fuerza enroscando los copos en torbellinos. Peinado volvió a comunicar con el operativo.

-Unos metros y entramos, estad atentos.

 

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