Alfonso X, entre la cólera y la sabiduría

José Rivero

La biografía de Alfonso X el Sabio, que publicó en 2004, Salvador Martínez, profesor de Literatura Medieval española en la Universidad de Nueva York, resultaba sorprendente y resultaba preocupante. Como podremos ir viendo.
Más allá del empleo del gallego como primera lengua del monarca, más allá incluso del influjo profundo de Beatriz, su madre, que le incitó al estudio y a la pasión por las ciencias físicas, las bellas artes y la astronomía; que le enseñó alemán y le mostró el sentido de la justicia y de la igualdad, que ella había aprendido en la corte ilustrada de Federico II de Sicilia; el perfil de Alfonso X nos arroja el enigma de un  monarca atormentado y sufriente por encima de la imagen de su sabiduría regia, que determinó su designación como ‘Rey Sabio’ .

r_escudo01Viene a establecer el medievalista, que “un cáncer de cara condicionó la política del Rey Sabio”. Un cáncer, que la farmacopea real de la  época no pudo erradicar ni mitigar, y sólo cubrir de emplastos y de males remedios más propios de curandero que de químico de corte o de boticario regio. Más aún, ese cáncer maxilofacial que fundamenta Salvador Martínez en dos informes medico forenses y en las fotos del cráneo del monarca, dan pie para profundizar en un temperamento airado y voluble, fruto de los vaivenes que provoca la enfermedad establecida y no erradicada y que va dibujando en su rostro el mapa lento de una desesperación y la tipografía de una congoja sin fin.

r_escudo06Ya no es la visión y lectura del monarca prudente y sabio, atento a la diversidad de saberes y de religiones de su reino, atento al juego de ajedrez, y más atento a la elaboración de las cantigas de amigo o a ‘Las Partidas’. Ya es, por tanto, la visión y la lectura de alguien recorrido por el dolor que se agolpa súbito y deviene en ira y congoja. Hasta su hijo el infante don Sancho –según  las palabras de Martínez – llega a acusarle de ‘loco y leproso’.  Fruto toda esa cruel imputación por la necrosis facial del padre y de los problemas del ojo izquierdo, fuera de la órbita ocular que muestra el rey, ya muy alterado. Tales males y dolores determinan, vinieron a determinar de hecho, ‘decisiones disparatadas’ según relata Salvador Martínez.

r_escudo02Decisiones disparatadas, yerros, malandanzas, juegos malabares, extrañezas de impulsos, desafueros y despropósitos, pese a todo; en un reinado recorrido por una ‘relevancia extraordinaria por la modernidad de sus planteamientos’. Más aún, llega a decir ‘que ‘Las cantigas de Santa María’ son lo más próximo que tenemos en la Edad Media a lo que hoy llamaríamos multimedia: un compendio de poesía, música e historia. Un rey moderno por tanto, recorrido por un enorme dolor más contemporáneo aún; que no mitiga ni droga conocida ni  soñadera alguna, de físico o de galeno cortesano, ni conjuro viejo de alquimista umbrío. Junto a aciertos tales como ‘La crónica General’ o como la toledana Escuela de Traductores, Alfonso entre la ira del dolor y el disparate del carácter, sigue reinando con su rostro desfigurado y descosido.

r_escudo03Fruto de su reinado es esta ciudad, la decisión de su emplazamiento, su estatuto jurídico, su conformación y sus trazas físicas. Trazas que algunos escritores fundacionales, como Díaz Jurado o como el padre Jara, imputan al brazo regio sustentando, en un esfuerzo superior y casi titánico, un arado romano que arrastran un par de bueyes colorados, pesarosos y cabizbajos, mansos y sometidos al látigo del capataz, que agita y rompe el aire como un mandato imperioso del monarca cabizbajo y, tal vez dolorido.

Arado que cava y remueve y surca el polvo del terrizo, un terrizo de escaso valor agrario y por ello desprovisto de cobertura vegetal. Una reja del arado que borra la mancha parda de lentiscos y jaramagos, y que delimita el óvalo ficticio y pretendido de la cerca prevista; que encierra, en apariencia, el enclave regio de la que sería ya, Villa Real, tras el paso de la esteva real y de su dolor facial, sobre los predios apelmazados y encostrados del Pozuelo Seco de Don Gil. r_escudo04Cerca aquella que, una vez en marcha y en erección, cerraría de forma imprecisa el secarral del pozo yerto, a las embestidas desproporcionadas de las mesnadas de la Orden de Calatrava. Cerca incipiente y sólo esbozada, llamada más tarde a ser muralla sólida y terrera, y a reforzarse con ripios pétreos y con cuarteles de tapia bruta y de tierra compactada. Para oponer resistencia a esos caballeros aventados que, llegados desde las posesiones norteñas de Calatrava, junto al río padre Guadiana,  demandaban  sometimiento y vasallaje a los pozueleños aterrados y un poco lunáticos. Ese gesto es visto con ironía por Delgado Merchán en 1907: “Lo inverosímil y rayano en lo rídiculo no está en la mencionada Crónica General de Alfonso X, sino en las historias particulares o leyendas de Ciudad Real, cuyos autores dando rienda al deseo de halagar la vanidad local atribuyeron, sin renordimiento alguno de conciencia, la construcción material de aquellas hasta en el menor detalle de sus perfiles, al regio fundador de nuestro pueblo. No hay sino leer el manuscrito del Sr. Díaz Juardo para figurarse a Don Alfonso con un plano de la ‘grand e bona villa’  en la mano, al frente de numerosa cuadrilla de sobrestantes y peones, dando órdenes y dirigiendo por sí mismo las obras de muros, de puertas, de templos, palacios, conventos, hospitales, cáreceles, Casa del Concejo, plazas, calles y mercados…cual si nadando en las holguras de octaviana paz…sólo hubiera tenido que ocuparse y preocuparse de la fundación de su querida villa”. Con el pergamino coloreado en la mano y con un dolor insoportable en el rostro, el Rey Alfonso se ve forzado a arrojar lejos de sí el esbozo meditado de la Villa en ciernes y formación. Y más tarde, cuando agotado el dolor por los remedios del físico o del curandero, retome el empeño de trazar las lineas fundamentales de su cerca, no encontrará el esbozo dibujado sobre el pergamino, y tendrá que recurrir a una improvisación impertinente, acompañada por el cabeceo de los bueyes imprecisos y no menos titubeantes.

r_escudo07Pero no sólo el brazo de aquel que padecía de ira frecuente y de dolores faciales, originará la envolvente amurallada, que tranquilizaría a esos campesinos resistentes a los señores encabalgados y furiosos. Cuentan aquellos escritores, que su brazo ahora sustentado la espada corta o la falcata templada, que oponía defensa a los desafueros y desmanes de los calatravos; garabatea igualmente, trazos y enclaves para la Chancillería, para el Alcázar Real o para las fortificaciones menores. Como el que realiza croquis y barruntos de sueños, y por ello despliega señales no siempre comprendidas por los alarifes que más tarde recogerán esas instrucciones del garabato real y tratarían de ahormar ese zigzagueo oscuro sobre el terrizo del poblado. Por ello, en fecha tan tardía como 1971 y en el debata acalorado del Nuevo Consistorio Higueriano, aún es invocada la presteza de su espada para ‘desfacer entuertos’: “Después el señor Aguilera continúa: ‘el de las Partidas si viviese habría puesto tacha e impedimento para que en tal lugar se faciese tamaña sinrazón’…¡Por Dios Santo! ¿Cómo se puede invocar el parecer de Alfonso X al tratar de algo que ha de estar vivo a finales del siglo XX?… y proponer que para el nuevo Ayuntamiento, y en evitación de posible síncope del de Las Partidas en el caso de su resurrección o en el de los que todavía continúan pensando como en el siglo XIII, proponer repito la construcción de un Ayuntamiento lo más parecido posible a la Puerta Toledo”.

r_escudo05Si todos esos movimientos de la mano del monarca sucedieron en el momento del gesto disparatado o del arrebato iracundo, allá por mayo de 1255, entenderíamos muchos despropósitos que arrancaron como una premonición, en lo que ya he llamado en otro sitio, ‘la fatalidad fundacional’. “Y uno vuelve a pensar en la fatalidad, con Azúa. Pero esta fatalidad es de otro cuño: el fatalismo como doctrina que nos permite entender que aquello que sucede, lo es por ineludible determinación del destino del hado, sin que exista en ningún ser libre albedrío. La mano fundacional del Rey Alfonso había trazado de antemano en un solo gesto al clavar la espada sobre el piso terroso del Pozuelo de Don Gil, toda nuestra historia”.

Un Alfonso irritado y aventado, produjo una envolvente vacilante, presurosa y torcida, sobre un lugar desolado y yermo entre el cerro de Alárcos y su castro fortificado sobre el poblamiento ibero; y los enclaves calatravos de sus castillos altaneros: allá en Carrión y más allá en Aldea. Con dolor de su cara y con vacilación de su alma. Y, también, en la nuestra.

Periferia sentimental
José Rivero

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