Enfermedades de transmisión textual

Ángel RomeraEl porqué de escribir ha sido siempre materia de discusión aguerrida y aspérrima. Materia oscura, desde luego. En un poema dije: «Escribo para ver si es verdad», actitud que expresaba algo del desconcierto y la enajenación que produce una rama tan frondosa del quehacer. Umberto Eco afirma que la escritura sirve para ordenar la experiencia, pero no indicó si lograba su fin o no; para muchos escritores la anchurosa botella es la alternativa, el lubricante social; para el asexuado Alonso Quijano era la locura; para un profesor de latín muy conocido en nuestros lares, no precisamente indeclinable, sino defectivo y semideponente, un escritor necesita en primer lugar una paranoia de primer orden. Benedetti compiló en un hermoso artículo todas las razones que fue coleccionando a lo largo de los años, y redujo la «alquimia verbal» de Rimbaud a una sola y oximorónica conclusión: «Soledad comunicante». No voy ahora a meterme en camisas de once varas, o, en camisas aún más largas, en camisas de América, donde hasta los kilómetros son más largos y los llaman millas, pero sí incluiré un soneto malo que he compuesto en diez minutos y glosa al llorado uruguayo:

Este palabrerío menos mío
es cada que lo suelto, porque es vuestro
y anida en la oreja que secuestro 
aunque vuelva silencio de vacío.

Otorgáis porque doy mi propio frío,
algo que para todos es siniestro
y provoca temblores si demuestro
que es un mutuo y común escalofrío.

Pero si la palabra surge y bruñe
el color del calor que nos conforta,
no habrá poeta aquí que refunfuñe;

la vida es miserable, ruda y corta;
desde luego nos sobra quien nos gruñe;
el que la hace agradable nos importa.

La tristeza es la más común de las enfermedades de transmisión textual; menores parecen los virus de las erratas, con los que ahora me enfrento al corregir una edición de fábulas para Castalia; son pecata minuta las comunes bacterias de las faltas de ortografía, las inconsecuencias, los anacolutos, los respingos de las frases sin equilibrar y los hipérbatos, los adjetivos imprecisos, los odiados adverbios y demás. Y la retórica, ay la retórica, a la que he dedicado un concurrido portal de internet. «¿Qué no habrá que no perviertan la retórica y la literatura?» exclamaba Francisco Sánchez en su Quod nihil scitur, «Que nada se sabe». Cada vez que escribro me desequilibro.

Contornos
Ángel Romera

http://diariodelendriago.blogspot.com.es/

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24 COMENTARIOS

  1. Más quisiéramos algunos que manejar el verbo de los que aquí escribís. Más quisiéramos…

    Esta es una de mis envidias malsanas…escribir sin los delitos que enumeras al final de tu artículo.

  2. Las más voraces E.T.T. Loguiloquio, Verborragia, Adverbiatitis, Complementoma, Sinomiquia, Flatus Vocis, Ecofantosia y sobre todo, Ks peor el Linfopeda.

  3. Escribir con propiedad y elegancia, aunque sea de los errores cometidos al redactar, es un arte que te supera. Dicho esto con humidad de escritor y conocimiento de lector. Pero sigue: tú no pierdes nada y los demás menos ganan aún. Y hablo de tus textos, no de ti… No te vayas a creer que te tengo tirria personal.

    • Te gusta mucho cagarte en los demás; la pena es que soy lavable. Otra pena que estoy harto de constatar: a mí siempre me ha despreciado gente que valía menos que yo.

  4. Que yo sepa, eximio autor, yo no me he cagado en nada ni he insultado a nadie, cosa de la que tú tal vez sí seas reo; habría que revisar, y muy probablemente descifrar, viejos textos y comentarios de vuecencia. En cuanto a lo de valer menos que tú, dalo por hecho: mi cabeza tiene las tristes dimensiones de un melón de Navalcarnero en lugar de una oronda sandía de Membrilla. ¡Qué más quisiera yo que me aplicaran el calificativo de sandío, y no me sirve de consuelo ese aserto que sostiene que el valor intrínseco de las personas es en todas el mismo!
    Ironías aparte, la cuestión de tus textos no ofrece dudas ante quien de verdad entiende de arte literario. Los asemejaríamos a un guiso bien presentado en apariencia, pero que no es más que puro hueso en cuanto se le quiere echar el diente. Cuide su digestión, mi endriago amigo, que como dijeron no sé ‘dónde’, mal se puede llevar el peso de las armas sin el buen gobierno de las tripas… Ironías aparte.

    • Como digo en mi modesta Retórica (un servidor ha escrito una. ¿Y usted?) la ironía es propia de inteligentes; lo suyo no llega ni a sarcasmo, que es un tipo ínfimo de la misma, casi mera antífrasis, «amigo»; ilústrese, lea un poco, lea…

      • Uff, pues se diría que el sarcasmo y la falta de inteligencia te hurgó en hueso, a ti que eres nuestra principal autoridad intelectual de ronda para adentro y de quien depende el bienestar de nuestras vidas mediocres e insignificantes. Te obedezco, sire, y leo, leo, leo… mucho, mucho, mucho.

        • Solo soy el humilde comentador del soberbio detractor de todo bicho viviente que es Juan Vigil, insigne farfullero de comentarios quejicas e infamias varias a quien llamam meapilas (beato y chupacirios), quizá por algo, algunos hombres eminentes que, por cierto, no tienen mi soberbia estatura y proporciones de gigante engreído y pecaminoso frente a un pobre melón de la huerta como dices ser tú, corderito vestido de iniquidad que no para de leer a los que detesta, quizá porque les parece insufrible que existan existiendo alguien tan real como él, tan real que ni siquiera se lo encuentra en la Internet, careta sin cara, que ni siquiera la tiene dura. Perdona que gaste mi preciosa y magnífica prosa en decorarte la jeta; es solo una prueba de mi descomunal y rozagante y pomposa modestia, criaturita soberbia y llorona.

        • ¡Caramba! Has aireado los fondos de tu armario, y me has dejado traumatizado para los restos. Compruebo, con cierta tristeza y no poco jolgorio, que los egos desatados no admiten posibilidad de enmienda, la cual al fin y a la postre redundaría en beneficio de los pobres lectores. Sigue con tu propia embriaguez, no dejes de autocitarte, que ya pronto esculpirán tus textos en los mármoles que pavimentan el templo de Palas Atenea. Ya de paso, por qué no nos cuentas el atajo para publicar en la diputación (nada ver con la pertenencia a meapilas city), que sé usaste en su momento; de otra manera, tendrías el ego a nivel de las aguas subterráneas.

  5. Ya salió la envidieja… Así que a ti no te han publicado ¿eh? Yo empecé pagándome mis propias ediciones y editando gratis a otros autores manchegos del pasado, no a mí mismo (soberbio que es uno), y como además soy muy soberbio, ni siquiera soy manchego, sino de Jaén. Y te aclaro que nunca he sabido quién integra el consejillo de selección. Sí sé que hay en la diputación libros y personas buenas y no tan buenas. Pero ya ha quedado claro dónde te pica. Pues nada, hijo, ráscate todo lo que quieras. El que se pica ajos come. Y no te contestaré más; esto me aburre y tengo que trabajar (en verano, ya ves, siendo profesor), hermoso.

  6. No lo preguntaba por envidia, sino por curiosidad. Lo has aclarado; has mejorado mi concepto de los comités de selección. Y, como bien dices, en la diputación hay de todo como en botica.
    Me parece bien que, aduciendo la excusa del arduo trabajo profesoril, desistas de seguir midiendo tus armas conmigo. Sabes perfectamente que como escritor te doy ciento y raya, y desconoces, y te asustan en consecuencia, los callejones dialécticos en los que podría meterte.
    Como dije: de ronda para adentro, pero existe el lado de ronda para afuera y allí es donde verdaderamente te picarían los ajos.
    A tu disposición, tu amigo y vecino.

  7. Oh, ya como coda final, si tienes la bondad de responderme a una última curiosidad, al hilo de que especificas haber publicado a autores antiguos. Según declaraste hace un tiempo, tu tesis doctoral comprende 3500 páginas. Pregunto yo: ¿cuántas de estas 3500 son verdaderamente de tu puño y letra? ¿No será más bien que has usado de relleno los textos antiguos a que te refieres? Si toda la has escrito tú, vaya por delante mi enhorabuena: has superado a Balzac, a Galdós, a Tolstoi y a Victor Hugo. En caso contrario, no presumas, especifica que usas relleno como en los colchones.

    Corifeos al uso: no os pongáis nerviosos que ya me voy a echar la siesta en un verbo.

    • Interesante observación. Pero es conveniente hacer tres consideraciones:
      1ª Yo a la presente sigo vivo.
      2ª No soy ni jamás he sido sacerdote.
      3ª No soy pederasta (que os veo venir).
      Cuestiones aparte, en mis años mozos leí algunas novelas de José Luis Martín Vigil, entre ellas la que mencionas, un libro lapidario. «El misterio del Almak» es un buen tratado del funcionamiento de las embarcaciones de vela. No era un autor morigerado: sabía poner el dedo en la llaga y su forma de redactar era impecable; te enganchaba desde la primera página. Pero acabó rodeado de un halo maldito. Hoy para encontrar sus libros hay que acudir a las ferias de viejo. No voy a entrar a juzgarle como persona, sobre todo sin tener certezas absolutas, pero como escritor convencía. Estos ejemplos abundan en la historia de la literatura.

    • Nada, puedes anunciar el comienzo de la campaña anti juanvigilista. Ve poniendo los hierros en las brasas, conectando los electrodos y preparando el diseño de las sandalias que te vas a hacer con la piel de mi trasero.
      Sarcasmos aparte (no ya ironías, porque la inteligencia me ha sido vedada por el master del universo), es patético no poder tener una opinión civilizada. Las alabanzas son siempre bien acogidas, pero las críticas razonadas meten las raposas en el gallinero. La sinceridad en números rojos. ¿Qué se va a esperar, cuando al autor de estos autos sacramentales y retóricos,frases que no resisten el análisis sintáctico, le he visto deshacerse en alabanzas ante auténticas mediocridades? Pero lo entiendo: es una inversión al fin y al cabo. Alabar para ser alabado.
      Bueno, disfruten de lo comprado. Lo que es yo, no compro.

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