Panadero insatisfecho

El nivel de exigencia que cada cual requiere para sentirse plenamente satisfecho es harto variado. Cada uno de nosotros, por ejemplo, necesita diferentes cantidades de comida para calmar su apetito. No todos los estómagos admiten las mismas dosis ni todos los cuerpos necesitan las mismas calorías; lo que para unos es un mero aperitivo a modo de calentamiento, para otros supone un hartazgo que puede durar varios días.
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Existe la medida estándar pero siempre hay gente que las supera o no llega a ellas; en los distintos “buffet” que ofrece la vida es donde se pueden observar muy bien estas diferencias. Si a esto añadimos el hecho de que existen profesiones que se ejercen a deshora, bien por la profesión en sí, bien porque el que la ejerce prefiere horarios poco comunes, los hábitos culinarios pueden traer más de un problema.

Conozco a uno que trabajaba de vigilante nocturno y tuvo que dejar el oficio porque se iba a casar y no era cuestión de ausentarse de la cama desde un principio a las horas más propicias, pero mira tú por dónde se casó con la hija de un panadero y acabó metiéndose en Malagón nada más llegar de Málaga.

El oficio de panadero ha sido uno de los trabajos nocturnos más característicos, aunque hoy ya no es lo que era, debido a que la cocción del pan con los hornos actuales acelera mucho el proceso; sin embargo el ejercicio de la elaboración de la masa, sobándola una y otra vez, se antoja todavía imprescindible para dar a la harina su textura idónea.

Pues bien todo esto viene a cuento debido a la curiosa noticia de que un panadero ha demandado a una prostituta acusándola de no haberlo dejado satisfecho. Al leerla no me he podido privar de hacer una reflexión tan frívola como superflua, pero hoy, ¡qué calorina! no me apetecía entrar en más harinas.

La cosa pudo deberse a una pura coincidencia. Nuestro insatisfecho panadero se pasó una parte de la noche sobando y manoseando la masa “sin probar bocado”; a nadie puede extrañar que al acabar la jornada laboral tuviese un hambre enorme y se metiera en el primer establecimiento que encontrara para saciarla, y mira tú por dónde lo fue a hacer en uno en el que la propietaria había estado “ cenando y sirviendo a la vez” durante toda la noche con lo cual, a la hora de tocarle a él…deduzcan ustedes las ganas tan diferentes de “comer” uno y otra.

El panadero insatisfecho debía ser un “prisillas” porque tendría que haber esperado, llegar a casa y “desayunar” tranquilamente con su mujer como mandan ante todo los cánones matrimoniales, las buenas normas y la economía familiar, amén de que como se desayuna en casa de uno no se hace en ninguna parte, que nadie como la mujer conoce los gustos del marido.

No sabemos porque lo haría, quizá porque en su casa no hubiera costumbre de desayunar, que allá él, pero la ocurrencia de poner una demanda por ese motivo es tan absurda como querellarse con el peluquero porque no te ha gustado el corte de pelo, demandar a un torero porque la faena no ha sido de tu agrado o hacerlo con el equipo de tu alma porque ha metido pocos goles.

Al final lo que se deduce de esta historia es que, primero, las prisas no son buenas consejeras, segundo, que las cosas hay que hacerlas en su debido tiempo y lugar…y por último, que estamos hartos de comer de todo a todas horas y…eso al final no es bueno para ningún estómago.

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