Hipocresía, bandidaje, mal rollo: “La taberna”, de Emile Zola

palabrasmarginalesSe dice que Zola fue el primer escritor de la historia que ─por sistema─  escogió a sus personajes entre la (involuntaria) hez de la sociedad. Esto es, y dicho de otra manera más amable, que los protagonistas de sus novelas eran pobres. La pobreza no tiene mucho de amable. Vamos, no tiene pero nada de amable.La pobreza es caldo de cultivo del odio, de la ignorancia, de la violencia. Y a los ignorantes se les domina pero que muy bien. Se les dice lo primero que a uno se le ocurra (por ejemplo, un discurso político) y se lo tragan sin preguntar.

Zola sabía un rato de eso. Un rato bueno. Se dice, también, de él, que para escribir su obra maestra “Germinal” convivió durante meses con los mineros explotados y abocados a la miseria espiritual que aparecen en tan excelsa obra. Pero si bien Zola mostró su calibre como narrador en esa ultrapesimista historia sobre huelgas mineras, es en “La taberna” donde nos abre los ojos a los siniestros abismos de la más abyecta putrefacción del alma.

zol la tabernaLos personajes de “La taberna” son obreros sin cualificar, lavanderas, guardias urbanos desocupados y desertores de su antigua condición de proletarios, y ahora reconvertidos en fieles guardianes de una moral burguesa que ni ellos mismos se aplican. En suma: hipocresía a la carta, bandidaje ético, mal rollo integral. O sea, el mundo en que vivimos, que para eso Zola creó eso que los profesores de Literatura llaman naturalismo.

Los obreros de los barrios bajos de París a finales del siglo XIX, los parias de la Tierra que heredaron un hígado cirrótico, las putas de saldo que se lo hacen por una copa de coñá; esos son los héroes de esta mugrienta saga de perdedores. El esplendoroso cutrerío de quienes tienen que acudir al alcohol para olvidar los estragos de una vida vacía ─en la que lo único que separa al presente del trabajador o de la prostituta o de la lavandera y sus frías y miserables tumbas es la nada─ constituye el leit motiv de tan estremecedora peripecia: la de unos hombres y mujeres que viven en una muda pero muy real desesperación.

Literalmente, no esperan nada de la vida, solo comer a diario a cambio de un trabajo agotador, mal pagado, mal visto, esclerotizador.

Por eso beben, por eso hunden sus vidas en el alcoholismo y se rebajan a lo más mezquino a cambio del licor que les desconectará de una realidad infernal. Y, claro, se la arruinan, la vida, decimos.

Recomendamos esta novela a todos los jóvenes que empiezan a tontear con la cerveza, el calimocho y los licores de alta graduación. Si este libro se repartiera gratuito por los institutos de Ciudad Real, es posible que la afluencia a la infame explanada del botellón se resintiera un poco. Solo un poquito, pero salvando a un puñado de jóvenes de lo que les espera (y que los mentados jóvenes podrán descubrir si llegan al espeluznante final de “La taberna”), las autoridades sanitarias que tanto se preocupan porque los adultos no fumemos en los bares habrían logrado un objetivo humanitario. Por una vez.

Emilio Morote Esquivel
Palabras marginales

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