Memoria de la ética. Emilio Lledó

El premio Princesa de Asturias concedido a Emilio Lledó es una de las concesiones más justas y merecidas de la historia de estos premios. Emilio Lledó es uno de los pensadores de nuestro país que, partiendo de un estudio de la Historia de la  Filosofía, nos lleva a reflexiones morales de una especial lucidez y sentido crítico.

DiegoPerisMemoria de la ética.

Uno de los libros que más me atraen de su obra es Memoria de la Ética, un estudio sobre la Ética de Aristóteles. Somos lo que hacemos dice Aristóteles porque este hacer es la condición fundamental que define el sentido de un comportamiento, constituye su ontología moral. El ethos no brota de la reflexión, del pensamiento que interpreta la experiencia, sino que se solidifica en las obras y en la actividad del hombre. Cada individuo tiene que acabar aceptando el juego que le señala la existencia de los otros. Esta pervivencia, superado ya el nivel de la naturaleza pura y convertida en naturaleza humana, va enhebrando en su dinamismo, en su energía, la consideración del ethos.

dp-emilio-lledo-01 El hablar que fundará la vida racional habría de convertirse en sustento de la Polis, de la Política, del primer proyecto importante para compensar inicialmente, con el lenguaje, el egoísmo del individuo, la excluyente autonomía del linaje o la tribu. Platón decía ya en la República que la Polis nace cuando descubrimos nuestra indigencia. En tal caso cuando un hombre se  asocia con otros porque le necesita, como hay necesidad de muchas cosas llegan a asociarse en una sola morada muchos hombres para asociarse y auxiliarse, ¿no daremos a este alojamiento el nombre de Polis?

El héroe griego es adjetivado frecuentemente como bueno como aquel capaz de hacer cosas que sirven. Y esa bondad va unida a otro concepto que es el de excelencia, capacidad de sobresalir, dones que se poseen y que conceden al poseedor una cierta preeminencia, un cierto poder. El hombre bueno se convierte así en excelente. Pero ser el mejor requiere que alguien lo sepa e incluso que lo comunique. En este momento es cuando la excelencia adquiere su verdadero sentido. Por ello el modelo, el ejemplo no es una pura teoría sino que está encarnado en la vida. Vivir es también una cierta forma de esperanza, pero la esperanza vacía, el simple esperar desde lo mismo y hacia lo mismo, es todavía más lento y plano que el monótono transcurrir de los días.

Vencer la muerte es, pues, vivir en la memoria. Por eso el horror que despierta en el guerrero el ultraje a su cadáver. La única posibilidad de superarla es lograr que ese hecho individual se integre en el espacio colectivo de la fama, de la memoria de los hombres. La posibilidad de elegir que tiene Aquiles supone un ascenso en una determinada perspectiva moral. Pero elegir implica, también, una fisura en el monolítico muro del destino y en la forma como éste se hace presente al hombre. Elegir es decidir entre utilidad y generosidad, entre individualidad y solidaridad, el héroe se inclina hacia lo solidario, hacia la memoria.

dp-emilio-lledo-02La ética de la polis.

No es el simple contacto con el mundo, el hecho aislado que los sentidos perciben lo que abre las puertas de nuestra sensibilidad. Para que podamos, realmente, saber de los objetos, necesitamos ese fluido que, dentro del hombre, permite articular lo vivido y convertir el hecho que cada instante del tiempo nos presenta, en un  todo, en un conglomerado donde se integra cada ahora en una totalidad. A eso es a lo que Aristóteles llama experiencia. El lenguaje hace consciente, en lo colectivo, las experiencias de cada individualidad. Bien, bueno es algo que es útil para los demás. Por ello el hombre bueno necesita que los otros digan su bondad, necesita el reconocimiento y la fama. La forma suprema de felicidad y, por consiguiente, de bien es la que permite edificar, sobre el tiempo de cada instante, una cierta tendencia a sobrepasar su efímera constitución y engarzar la problemática plenitud de los días en la firme congruencia que amalgama el presente hacia el futuro y sintetiza el ahora en la memoria y en la esperanza.

Pensar y comunicar en el lenguaje las experiencias que sirvan para la vida colectiva requiere una determinada metodología. Ello implica el discernimiento de un camino que atraviesa la historia desde la que el filósofo habla. La finalidad de ese deber debe concretarse en algo tan real como el ámbito colectivo en el que se entreteje la polis. La verdadera finalidad de la vida es la polis, la ciudad como proyecto colectivo. Pues aunque sea el mismo el bien del individuo y el de la ciudad, es evidente que es mucho más grande y más perfecto alcanzar y salvaguardar el de la ciudad; porque procurar el bien de una persona es algo deseable, pero es más hermoso y divino conseguirlo para un pueblo y para ciudades dice Aristóteles.

Y el supremo objetivo de la política debe ser la felicidad. La solidaridad como bien esencial del hombre no es un hecho desde el que se parte, sino una larga meta a la que se llega después de un arduo viaje. Vivir bien significa sentir la vida, descubrir en el cuerpo y en el fondo de la intimidad los ecos y los reflejos que despide nuestra existencia con el mundo. Vivir no es solo sentir y percibir el mundo, sino actuar, modificar y realizar. La existencia humana se determina por esa capacidad de tensión, de energía. La mayoría de los políticos no merecen verdaderamente ser llamados así, pues no son políticos en verdad, ya que el político es el hombre que elige las bellas acciones por ellas mismas, mientras que la mayor parte de los hombres abrazan esta vida por dinero y provecho dice Aristóteles en su Ética.

Elogio de la infelicidad.

En el año 2005 Emilio Lledó publicaba otro libro especialmente atractivo, Elogio de la Infelicidad. Cada hombre es memoria. Sin el enlace físico o psíquico con lo que hemos sido, nuestra células y la estructura orgánica que la sostiene sería un  eterno presente, un comenzar cada día en la más absoluta soledad y, por supuesto, en la más absoluta imposibilidad. Sin memoria, en el sentido más amplio e intenso de la palabra no hay vida, no hay ser. La razón por la que el hombre es, más que la abeja o cualquier otro animal gregario, un animal social, es evidente: la naturaleza como solemos decir no hace nada en vano y el hombre es el único animal que tiene palabra. La palabra nos permite manifestar lo conveniente y lo dañino, lo justo y lo injusto y es exclusivo del hombre frente a los otros animales el tener, él sólo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y lo injusto. La comunidad de estas cosas es lo que constituye la casa y la ciudad.

Reflexiones como éstas contenidas en su obra son las que hacen a Emilio Lledó merecedor del premio Princesa de Asturias y a muchos poder disfrutar y aprender de sus enseñanzas.

Espacios
Diego Peris Sánchez

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