Ciudad acabada

José RiveroHace años sostenía, como una regla fija de valor probable, que el valor arquitectónico de las ciudades tenía que ver con el grado elaborado de su cualificación y de su definición formal. Que era tanto como decir, que esa cualidad acumulada en lo urbano, tenía mucho que ver con el grado y consolidación de su acabado formal y arquitectónico. Es decir el grado de calidad de una ciudad se correspondía, antes que con otros parámetros posibles y discutibles de la ingeniería cuantitativa, de la politología recreativa o de la sociología contable, con el preciso proceso de elaboración de sus partes y de la definición de sus formas.

FERIAS1956PORTADAY ello traía causa de dos consecuencias. En primer lugar, esa precisa elaboración histórica de la ciudad era un reflejo de la excelencia formal, constructiva y arquitectónica de momentos destacados del pasado. Eso que hoy tiende a alojarse en las casillas del llamado Patrimonio, o incluso a denominarse como Bien de Interés Cultural. Y, por otra parte, ese elevado grado de acabado formal, comportaba el éxito y la garantía de su permanencia. Regla de oro expresada por Carlo Aymonino que venía a visualizar la importancia de la llamada, por esos años 70 por parte de los arquitectos milaneses, como ‘Arquitectura de la ciudad’. Fragmentos de Roma o de París, barrios de Florencia o de Viena, cuñas urbanas de Ámsterdam o de Trieste y Verona, venían a ser los emblemas destacados de esa propuesta de la excelencia física y formal de la ciudad acabada.

Ciudad Real, en los años en que esgrimía esa regla probable, había sido justo lo contrario: una ciudad inconclusa y sin acabado visible; como si de un viejo y desolado campo de batalla se tratase, con los restos desparramados de la inútil contienda que hacían visible la errónea dirección del combate y la torpeza de sus generales y mayores. Un combate en pro de la «Ciudad progresiva y vertical» como se quiso y cantó, visible en los regueros de artículos escritos desde mediados de los años cincuenta, y que se agolpan en el entorno del séptimo centenario de la fundación ciudadana, CR1para adensarse ya en los altozanos de los llamados XXV Años de Paz, por las crestas de 1964. Una labor de zapa de las fuerzas económicas y sociales, que a lo largo de los años sesenta horadan, taladran y perforan, como una termita infatigable agota la madera, para mostrar los huesos rascados de la historia encanijada.

Los huesos mondos de la ciudad, fueron mostrados anatómicamente con precisión forense en 1979, año cero además de la refundada vida democrática municipal. En un libelo de fortuna escasa y de agudo genio, movido por Nino Velasco bajo la rubrica de ‘Ciudad Real mi amor’, que además se apellidaba con retintín ‘Boceto para una memoria sobre el estado cultural de la ciudad‘ . Quince año más tarde en la desaparecida revista ‘Añil‘, yo expuse mi visión del golpe de dados o de la ruleta que cierra las posturas de los jugadores, con un texto talismán: ‘Rien ne va plus’. CRANALOGASin que ello fuera causa de entender la vida urbana y la actividad urbanística como un juego de casino o de salón recreativo, sino como muestra de la fatalidad que comporta el juego y de los pesares de la ludopatía civil. Una ludopatía civil autodestructiva y punitiva que nos llevo de hoz y coz a la sala de autopsias, como revelaba en 2008 la revista homónima ‘Autopsia‘, nacida al calor de la cirugía post-mortem y al dolor del cadaver fragmentado.

Ahora que se atisban luces en la niebla y que se apuntan a cambios de parámetros políticos, ¿tendremos también la fortuna del cambio de escenarios formales? ¡Ay! quien lo viera y quien lo no viera. Solares palurdos de jaramagos crecidos y codicias de rentas de localización; fragmentos borrosos de calles sin nombre y sin apellido; cuarteles entumecidos aún en verano; avenidas inconclusas sobre bandejas de miedo y canastos de fruta podrida; obras vacantes en aparcamientos paralizados y en auditorios dormidos; malestar en las altimetrías estranguladas de la Vías de Rondas que duelen como muelas viejas; amalgamientos de usos, como zahúrdas ahumadas y palomeras; hundimientos dolorosos del polvo de la historia dormida; el adocenamiento de la frivolidad de la pasarela del poder tentacular y muy melancólico y la osadía de cofradías domadas, de clubes muy estirados, de asociaciones beneméritas y de orquestas mudas de instrumentos.gabriele-basilico-i-vista-de-la-colina-capitolina-y-de-la-iglesia-de-aracoeli-i-2010-fondazione-giorgio-cini-veneciaBASILICO

Ahora que se atisban en lontananza los brillos de luces en la niebla sorda y que se apuntan a cambios de parámetros políticos tras el veintenio gilista y romeriano, ¿tendremos también la fortuna del cambio de escenarios formales? o todo seguirá siendo inacabado eterno y en deuda con las trazas alfonsíes de la ‘Grande e Bonna villa’. Aunque, para desgracia del sentido, la otra acepción de ‘Ciudad acabada’ nos lleve a pensar justamente, en la imposibilidad de los cambios. Toda vez que un cuerpo acabado impide su remoción y dificulta la epifanía de otras manifestaciones; al permanecer cerrado su discurso.

Periferia sentimental
José Rivero

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