El prodigioso caso de Aquilino Valderas (3)

Manuel Valero.- Ustedes se estarán preguntando de qué se trataba lo que Aquilino Valderas, el detective ciego, se trajo entre manos. Y tanto como puede picarles a ustedes la curiosidad me pica a mi el deseo de hacerlo público cosa que no puedo hacer hasta su plazo porque incumpliría mi palabra. Si hubiera sido una promesa electoral, bueno, una más qué importa al mundo, pero tratándose de la palabra de uno, oiga, todavía hay principios.
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Por eso no me hice político porque se me hubiera visto a la legua que mi tarea tenía que ser el urbanismo, calificar hasta lo chamuscado, trincar la pasta y a esperar a que los medios se cansaran de la matraca y denunciaran lo corrupto que es uno. Total, que haya uno más qué importa al mundo. Pero, no, el nieto de la Casilda tiene más defectos que el Cristo de Borja, restaurado por una señora con mucho amor pero con poco arte, pero ése no. Asi que retomo el hilo y no se impacienten que todo arcano cae a la luz como fruta madura.

A los cinco días aún no se había detectado la prolongada ausencia de Aquilino que sólo yo sabía como sabía el desenlace. Pero al sexto me llamó mi jefe del periódico a su despacho. Era conocedor del bombazo que tenia en mi mochila pero no de los detalles, pues únicamente le dije que el sabueso invidente me había dejado gasolina pura en 30 folios para publicarlos a primeros de julio. Mi jefe me puso al corriente de lo que en una llamada anterior le había dicho el representante del gobierno.

-Está un poco mosqueado, dice que hace una semana que no sabe nada de Aquilino, y se interesaba por si el periódico era sabedor de su paradero. Tú, qué dices…

-Todos conocemos a Aquilino y a su peculiar estilo de trabajar, así que lo más probable es que ande por ahí oliendo el hueso.

-Si, eso le dije yo. Pero el representante del Gobierno no tiene idea de lo que tenemos nosotros, bueno, en realidad de lo que tienes tú. Y francamente a mi también me anda revoloteando el moscardón de la curiosidad.

-Todo a su tiempo, jefe.

Sólo yo era el único sabedor de todo: del caso, de su resolución y de la fuga de Aquilino. Lo que no sabía era el lugar pero que Aquilino había hecho mutis para no regresar jamás a la ciudad, mi coco era el único coco que lo tenia registrado.

-Bien, apenas quedan unos días para que comience julio, así que prepararemos la edición con tiempo: doble página y una buena llamada en portada ¿Tienes fotos entre los papeles que te dejó el pollo?

-Un par de ellas, pero muy fuertes.

-Bien, cuando esté todo listo le diremos al ilustrador que se esmere. Hay que sacar tajada de todo esto…

-Jefe….-le dije con un hilo de voz- ¿Está seguro de que se atreverá a publicarlo?

-¡La madre que me parió! ¿Vas a poner en duda mi profesionalidad sin mácula…

-Perdone, jefe, pero al poco tiempo de que el hipermercado Higos y Berzas SL nos firmara un contrato de publicidad por importe de dos kilos, descubrimos que la carne que vendían estaba más inyectada que una panda de yonquis y no dijimos nada…

-Agua pasada – bramó

-Y cuando…

-No me toques lo cojones, la supervivencia te hace tomar decisiones dolorosas. Mira el griego…

-De acuerdo…

Me levanté para ir a mi sitio en la redacción y empezar mi trabajo. Para mayor confidencialidad el periódico me habilitó un despacho. Releí la historia y todavía me parecía más increíbe. Bueno les adelanto un poquito: el asunto estaba relacionado con el último pandorgo. Mañana sigo.

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