La exposición de la Galería Fúcares de Almagro, de José Medina Galeote y Juan Francisco Rueda, con ese título quizás hermético, pero capaz para la evocación de movimientos diversos, tiene múltiples sugerencias. Y no es la menor, la que se deriva de la cuestión central sobre la historia como argumento de una intervención pictórica. Que finalmente, es de lo que trata el trabajo.
Germán Bleigber publicó hace ya años, un trabajo singular sobre la estadía de Mateo Alemán en Almadén, comisionado como juez visitador por el Consejo de las Órdenes Militares y la posterior elaboración de su ‘Informe secreto sobre el trabajo forzoso en las minas de Almadén’ (Revista de de Estudios de Historia social,1977). Indagando en la utilización indebida de galeotes y presidarios diversos en la extracción del cinabrio y el argent, y en su optimización productiva.
La titularidad de la minas había sido objeto de múltiples concesiones y contratos de arrendamiento, desde que la Corona otorgó, con Sancho IV, en 1283 su titularidad a la Orden de Calatrava, una vez concluida la reconquista. En 1525 se produjo la concesión a favor de Antonio Fúcar (sic), uno de los muchos banqueros alemanes, que financiaban la lucha del emperador por la desolada Europa y que recuperaba la concesión anterior de mercaderes genoveses afincados en Sevilla. Pero antes en 1313, los primeros arrendadores del ingenio minero, fueron mercaderes catalanes. Que fueron finalmente rescindidos en sus derechos por haberse anticipado en el empleo de los trabajos forzados, que tomarían forma y suerte ya en el largo siglo XVI. Bleigber cree, además, que de las entrevistas sostenidas entre Mateo Alemán y los penados que forman parte del referido ‘Informe secreto’, pudieron derivarse influencias literarias posteriores en algunas páginas del ‘Guzmán Alfarache’, y en esa visión atormentada de la vieja España. Ese viaje de Mateo Alemán dio comienzo en 1593 en Almagro, donde los Fúcares tenían sus palacios principales y sus administradores, como los Xedler y los Welser. Todos ellos procedentes de Augsburbo, la antigua Augusta vindelicorum, de la provincia romana de Retia.
En 1775 el geólogo británico William Bowles realiza su ‘Introducción a la Historia Natural y a la Geografía física de España’. Historia que tiene un inequívoco sabor viajero, al margen de otros muchos conocimientos y descubrimientos de la llamada ‘Historia natural’. Y ese informe da comienzo en su primer capítulo con el ‘Viaje de Madrid a Almadén’ con paradas en Getafe y Toledo. Cuenta con una detallada descripción del ingenio minero almadenense, remontándose a las citas romanas de Teofrasto y de Vitrubio, y citando a los imprescindibles “hermanos Marco y Christoval Fuggars (que en España por corrupción llamaron Fúcares, y dieron nombre e a una calle de Madrid)”.
En 1934 Julio Zarraluqui Martínez, publica su obra de referencia ‘Los almadenes de azogue (Minas de cinabrio). La historia frente a la tradición’. Obra inencontrable a todas luces, que contó con una reducida reedición facsimilar en 1983 por cuenta de Minas de Almadén y Arrayanes. Casi coetáneo a ese proyecto editorial de la Librería Internacional de Romo, es la otra referencia sostenida en la exposición comentada ‘Ausburgo-Almagro/Almadén-París. Flujos e idas y vueltas’. Me refiero a la pieza que introdujera Alexander Calder en el Pabellón de la Exposición de Paris de 1937, en el Pabellón español. Pieza formada por un estanque que, según Fernando Martín Martin en su obra sobre el Pabellón de la República, llegó a París procedente de España en condiciones dudosas. 
Y así, según Sert, uno de los arquitectos del Pabellón junto a Luís Lacasa, “la fuente vino de España, era de mercurio, vino en malas condiciones, teniendo unos mecanismos muy complicados y forma de bombeo. El mercurio tal y cómo se veía de la fuente que se trajo de España parecía agua. Calder intervino por sus conocimientos en la materia”. Y es el mismo Calder el que retoma el relato de la realización: “A causa de la exposición internacional de París, fuí un día con mi amigo Miró a ver el lugar. Y así iba a levantarse el pabellón español, en el que debía hacer él una gran pintura. Encontré a José Luis Sert , arquitecto del pabellón. Cuando vi lo que pasaba en el pabellón, que comprendía el Guernica de Picasso, ofrecí inmediatamente mis servicios para hacer cualquier cosa. 
Sert estaba en contra de mi participación pues evidentemente yo no era español, pero cuando más tarde el recibió una fuente para valorar las propiedades del mercurio de Almadén, la cual parecía una fuente cualquiera, él me llamo para sacarle del dilema”.
La fuente de Mercurio denominada Almadén, finalmente instalada en el Pabellón, constaba de un estanque circular de diámetro 2.20 metros, rodeado por una barandilla de tubo, componía otra de las visiones canónicas del repetido Pabellón, que a juicio de algunos autores enlazaba con estampas no sólo de la metalurgia, sino de espacios inmemoriales de la España califal y nazarí de Medina Azahara al granadino Patio de los Arrayanes. Como si Calder hubiera alimentado sus fluidos de azogue con hilos móviles de historia y pegamento de olvidos.
En 1974, es decir 37 años después de 1937, Norberto Dotor, decide abrir una galería de Arte en Almagro con el nombre de Fúcares, cumpliendo un largo trayecto de idas y vueltas, que tal vez se colmata de sentido con esta exposición de José Medina Galeote y Juan Francisco Rueda. En la que el repertorio de recursos gráficos, de procedencia cartográfica y topográfica, no agotan la capacidad reflexiva de los diversos recursos puestos en juego, al tiempo que no esconden una escrutadora mirada sobre el Pasado histórico y sus relaciones con el Presente poshistórico. Y en donde queda suspendida la cuestión central ¿cómo se asumen pictóricamente los temas del pasado? ¿Cómo un trayecto circular o como un punto final?
Periferia sentimental
José Rivero
