Estampas festivas

joseRivero2En 1991, Enrique Gil Calvo ganaba el Premio Espasa Mañana de Ensayo, con su trabajo ‘Estado de fiestas’. Donde el sociólogo indagaba en las razones políticas de las fiestas.
Ello formulado en el momento preciso del cénit festivo, lúdico y recreativo de la España preolímpica, en vísperas de la EXPO Sevilla 92 y en la antesala de Madrid Capital cultural europea.

Formulado también ese ensayo-taladro, en el éxtasis post-movida y en el apogeo de la beatiful-people.

Decía Gil Calvo que “Me interesa sobre todo la dimensión política de las fiestas. Para expresarlo de manera lo más gráfica posible: el Estado, o es una fiesta, o no es”.

Eso del Estado como fiesta, dicho veinticinco años más tarde, con un gobierno en funciones, tras ocho largo meses de desierto, suena a humor negro.

O suena a castillo de arena, en ese desierto de la provisionalidad.

Y suena a largo yerro.

Como yerro fuera afirmar lo que afirmaba entonces sobre árabes y rusos: “¿Por qué los árabes se resisten a democratizarse? Porque su vida colectiva resulta más atractiva que lo que les ofrece el Estado a la occidental. En cambio, si la URSS hace agua actualmente, es porque sus ciudadanos no ven una posibilidad de Estado, de polis, como fiesta”.

El aspecto que me interesa subrayar es el principal, el del carácter político de la fiesta, por raro que a algunos parezca.

Visible ese politicismo, en el protagonismo súbito y emergente de regidores y regidoras locales, mirándose en las ventanas festivas y asomándose a los balcones feriales.

Ávidos de un protagonismo de tarjeta postal de recuerdos fósiles y de fotomatón sin fin.

Por más que las revistan y adornen a esas fiestas varias y vanas, de oropeles diversos: tradiciones seculares, holganza del pueblo llano, júbilo pagano, papanatismo colectivo, recreación eucarística, efeméride mariana, rememoración de los lares, hito histórico, interés turístico y apego al pasado agrario ido y perdido.

En  otro bucle melancólico,  Gil Calvo establecía: “creo que la fiesta posee una racionalidad económica. No es por supuesto una racionalidad que se identifique con lo que entendemos por productivo, ya que la fiesta es en apariencia un derroche. Digamos que la fiesta es un estado de la naturaleza humana, cuyas consecuencias y funciones políticas me interesaba profundizar«.

Parte de esa racionalidad/irracionalidad económica de la fiesta es el importe que las Corporaciones locales aplican al devocionario festivo y al almario ferial.

Según datos incompletos por inacabados, este verano de 2016 se destinará de los presupuestos locales la cantidad de 450 millones de euros.

A la holganza, pitanza, mareo y postureo.

A Pregones, oficios y celebraciones.

A Concursos imposibles, veladas interminables y sonorización milagrosa.

A Gymkanas inconsecuentes, globos aerostáticos e iluminación ferial.

A la rememoración vana, que cantara Machado, a propósito de “la España de charanga y pandereta”.

Por eso la reivindicación activa de Sergio del Molino, días pasados. “Quisiera escribir algo contra las fiestas populares, pero no me atrevo para que no me llamen aguafiestas”.

En unos tiempos en que crecen todos los ‘anti’, posibles e imposibles, no parece mal la bandera de los anti-fiestas, o de los llamados aguafiestas.

Fiestas pasadas por agua y pasadas por el olvido.

José Rivero
Divagario

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2 COMENTARIOS

  1. No vendrían nada mal aguafiestas para tanta vinofiesta en un país que en agosto acangreja el reloj hasta la remota costumbre de las tradiciones, algunas tan medievales como el románico.Por lo demás, amigo José, fue en el 82 (la otra añada mítica postmorten de Franco) cuando estrenado el nuevo tiempo de libertad manifiesta se retomó la fiesta popular como un mandato democrático de tolerancia extrema y hasta se ataviaban y atavían alcaldes y alcaldesas con el traje de la tradición.

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