De heresiarcas, traperos y hombres de Dios (14)

Manuel Cabezas Velasco.- Como sucediera durante tantos años, Sancho cuando tenía que encargarse de las diversas gestiones que requería su frenética actividad, necesita abstraerse en su propio despacho, aquel que por todos era conocido como la torre de Sancho de Ciudad.

Puerta de la antigua sinagoga, Calle Lirio, 2, descubierta en 1915 (Catálogo de Portuondo, 1917)
Puerta de la antigua sinagoga, Calle Lirio, 2, descubierta en 1915 (Catálogo de Portuondo, 1917)

En dicha dependencia, amueblada de forma austera para no soliviantar a las posibles visitas de cristianos viejos entre los que aún levantaba muchas envidias, realizaría a lo largo de los años sus tareas tanto de la comunidad conversa como de sus actividades económicas como arrendador de impuestos o del propio ejercicio del cargo de regidor.

Además de ello, en un disimulado arcón que se escondía detrás de un falso armario, se escondían una serie de objetos que sólo estaban a la vista cuando seguía los preceptos de la ley mosaica, en privado, bien de forma personal o familiar o bien acompañado de aquellos conversos con los que a veces se reunía para debatir de cuestiones relativas a la propia Torah o, como había sucedido años atrás, el analizar la llegada de un rayo de esperanza que habían interpretado al contemplar alguna lluvia de estrellas cuando eran los tiempos en que al otro lado del Mar Mediterráneo los turcos estaban tomando Constantinopla (1453).

En las ocasiones que podían celebrar y seguir los preceptos de la ley mosaica, del arcón surgían una serie de objetos como las velas que alumbrarían la estancia a la hora del culto; el paño que, una vez desmantelado la mesa de oficina de Sancho, se convertía en banco para oficiar las ceremonias y desde el que se leía una Biblia por parte del presidente de la citada reunión. Sancho lo era en este caso al ser el anfitrión y personaje de mayor relevancia.

La persecución a la que estaban siendo sometidos los conversos por parte de los cristianos viejos, no ya sólo por la ajena religión que profesaban, sino por la envidia que suscitaba el que ocupasen y ejerciesen ciertos cargos y actividades de gran relevancia y que le otorgaban un poder parecido a ellos, hacía que la comunidad conversa tomase una serie de medidas precautorias en el seguimiento de sus ritos.

Habiéndose extinguido la judería de la otrora Villa Real en 1391 y años sucesivos – cristalizada por la propia venta del fonsario –, los por entonces cristianos nuevos judaizantes realizaban los ritos judaicos a espaldas de la comunidad cristiana, no pudiendo ejercitarlos en el templo judaico al no existir como tal.

Como sustitutivo de la sinoga o sinagoga, los líderes preeminentes y de mayor relevancia acogían en sus casas la celebración de estos ritos. La casa de Sancho de Ciudad era una de ellas, otra de su vecino Juan Falcón, y así en Ciudad Real llegaron a ser cerca de una veintena en las que se repartían los cristianos nuevos fieles a la ley mosaica.

En el caso de Sancho – fiel representante de la comunidad conversa y que bajo el calificativo de heresiarca era conocido, además de la consabida condición de rabí – cuando celebraba algún tipo de rito judaico, cuéntase que hacía incluso esperar a los hombres que le requerían para sus negocios si Sancho y su mujer estaban rezando y vueltos a la pared, rezos que eran habituales a lo largo del día.

Así sucedía que muchas noches Sancho, para cerrar los ritos del día, a medianoche se había levantado de la cama y comenzaba a rezar diciendo:

– ¡Abraham, Adonay,…! – así comenzaba cuando el rabí Sancho estaba leyendo haciendo la barahá, a lo largo de un tiempo de unas dos horas, dando gracias a Adonay por un día más de vida fiel a la ley mosaica.

Otras veces, hincado de rodillas, Sancho rezaba en voz alta, posando su barriga en el suelo, cuando llegando la celebración del Yom Kipur.

Por lo que respecta a su actividad como arrendador de alcabalas, al ser un impuesto perteneciente a la Hacienda regia, entre la misma y el arrendador se establecía una relación contractual conocida como carta de recaudamiento en la que se confirmaba la cesión del uso de la renta, indicando la caducidad de la entrega.

Con esta carta, Sancho y otros que ejercían de arrendadores, se constituían en titulares de la renta que podía tener carácter anual o de varios años. Sin embargo, no era el recaudador in situ sino más bien quien usaba esa renta.

Se encontraba entre unos de los más activos recaudadores y arrendadores de rentas reales a su amigo Juan González Pintado, conocido como el mozo, el otrora escribano de cámara del Rey Juan II, que fuera también su secretario, y también regidor de su ciudad natal, Ciudad Real.

En cuanto a la actividad de recaudador – arrendador, Juan González de Ciudad Real la ejercía ya desde la década de 1440 y en 1453 – año de la caída del tan amado y odiado condestable de Castilla don Álvaro de Luna – en relación a los diezmos y aduanas del obispado de Cartagena. También en su radio de acción se encontraba el arcedianato de Talavera y poseía la escribanía de Alcaraz desde la caída de don Álvaro de Luna en que se repartieron sus rentas entre los partidarios del Rey.

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La llegada a la floreciente Valencia albergaba para Sancho de Ciudad y sus acompañantes un hilo de esperanza, una tabla de salvación para alejarse del fanatismo de los Hombres de la Cruz. Aún quedaban por realizar algunas gestiones para la compra de una embarcación que les pusiese rumbo a la tierra prometida, que desde hace tres décadas parecía ser la Constantinopla tomada por los turcos. En aquel momento reparó en los dos jóvenes acompañantes. ¿Qué sucedería con ellos? – pensó para sí, pues no iban a tierra conocida y sus circunstancias no serían mucho más favorables que las que hasta entonces les habían acontecido.

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