De heresiarcas, traperos y hombres de Dios (19)

Manuel Cabezas Velasco.- La noche había posado su manto sobre la ciudad, la penumbra inundaba edificios, calles, callejuelas y todo aquello que bajo ella se posaba. Era el momento propicio para pasar desapercibido. No había ningún ruido que mostrase la presencia de ninguna persona cerca de la imprenta. En ese momento padre e hijo se miraron a los ojos y decidieron salir de su escondrijo.heresiarcas

– ¡Ten cuidado muchacho con hacer algún ruido, debemos alertar lo menos posible de que aún estamos aquí! – le indicaba el padre al hijo. Ya estaban cubiertos con el manto estrellado, aunque la luna no era lo suficientemente luminosa para que fuesen avistados.

– Sí, padre, sólo me tienes que decir qué necesitamos para nuestra marcha y yo lo busco – respondió el muchacho a su progenitor. Con un gesto le señaló que todo lo llevaba consigo.

Una vez fuera de las estancias de la imprenta, ocultándose entre las sombras de la noche, se alejaron de la ciudad padre e hijo, emprendiendo un rumbo aún desconocido para ellos. En la huida, el pensamiento del maduro impresor recordaba todo lo que dejaba atrás, los esfuerzos que le habían requerido para sacar adelante la imprenta y lo difícil que sería volver a tener algo parecido. Había oído hablar de que en tierras de Zaragoza estuvo su padre, y allí mismo encaminaba sus pasos.

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Sancho aún recordaba las dificultades que mediada la década de 1460 había tenido en su amada Ciudad Real. Eran tiempos convulsos en los que las luchas entre los hermanastros Enrique e Isabel por el trono castellano y las intrigas de los diversos partidarios, habían dividido también el parecer entre los correligionarios conversos, algunos serían más proclives al cuestionado monarca Enrique, mientras que otros estarían recelosos y esperarían algún cambio albergando esperanza en una futura reina como Isabel.

Además, en ese tiempo se estaba preparando en secreto el enlace con Fernando de Aragón, cuyas gestiones transcurrirían a lo largo de gran parte del año 1469.

El destino de Sancho, la ciudad de Toledo, aún andaba convulso por las luchas de poder existentes entre las oligarquías, por lo que su llegaba debía estar llena de prudencia y con cautela contactaría con los linajes conversos que aún eran de entera confianza.

Dos años antes, entre los bandos surgieron ciertas hostilidades a raíz del cobro de unas rentas en la población de Maqueda. El préstamo lo tenía el cabildo de la iglesia primada en dicha localidad, y el arriendo correspondía a los judíos. Entrometióse entonces el alcalde Alvar Gomez – del linaje de los Silvas – para tomar diezmos y primicias y cursó la orden al alcaide Fernando Escobedo de que persiguiera a los arrendadores hebraicos y los apalease. La reacción del cabildo no se hizo esperar, pronunciando sentencia de entredicho en aquella ciudad, la cual fue leída desde el púlpito de entrecoros. El estallido no se hizo esperar y las disputas entre Alvar Gómez y el canónigo D. Fernando Pérez de Ayala mostraban posturas irreconciliables. La solución a adoptar para el mejor acomodamiento supuso la entrega a la justicia ordinaria del apaleador Fernando Escobedo, que quedaría preso en el palacio arzobispal bajo el cargo del bachiller Treviño. Además, el alcalde debió entregar una fianza de unas diez mil doblas y la promesa de que tales usurpaciones no se repetirían. El acuerdo pareció aplacar los ánimos, aunque sólo fuese por el momento.

Horas después, el alcalde, Fernando de la Torre y un grupo de conversos armados fueron a reclamar al preso, armando mucho revuelo a través de la mismísima Catedral, dando muerte incluso al clavero Pedro de Aguilar que encontraron a su paso. El clamor no se hizo esperar. Las parroquias serían convocadas con el toque de rebato, para ponerse en armas y combatir a los sacrílegos profanadores del templo. Las tres parroquias proclives al conde de Cifuentes serían la excepción.

Los mensajes a los lugares de la mesa capitular eran urgentes, pues los numerosos conversos tenían tomadas las Cuatro Calles, la plaza de las Verduras, y Ayuntamiento y sus aledaños. El pendón de Ajofrín pareció que dio la respuesta, liderando un grupo de unos ciento cincuenta valientes. Mas los saqueos e incendios durante dos días en el centro de la población mostraron un paisaje desolador: mil setencientas casas habían sido calcinadas en pleno barrio de la Magdalena. Más de cuatro mil vecinos quedaban sin un techo y sin sus posesiones. Las llamas con su voraz energía recorrieron las calles de la Sal, la Rua Nueva, las alcaicerías de los paños, la alcaná de los especieros hasta Santa Justa, el Solarejo, la calle de los Tintoreros y algunas casas más.

Sin embargo, las tornas cambiaron para los conversos y su suerte comenzó a ser esquiva. Fernando de la Torre fue preso, su hermano Álvaro ahorcado. El tumulto pregonaba a voces “Quien tal face, que tal pague”. Así, el linaje de los Silvas tuvo que replegarse, el conde de Cifuentes y Alvar Gómez acompañados de muchos conversos se escaparon de la refriega. Su refugio, San Bernardo. Otros se acogerían a sagrado en iglesias y conventos. Y cuando apenas se llevaban 9 días del mes de agosto, Toledo pareció recuperar la calma.

En este proceso Pero Lopez de Ayala tuvo que tomar diversas providencias contra los cristianos nuevos que tan grandes destrozos habían provocado, recuperándose las medidas tomadas en tiempos de Pedro Sarmiento a partir de las cuales se verían privados de todo oficio y beneficio, civil o eclesiástico. A los cabecillas del tumulto les serían confiscados los bienes, y se les prohibiría a todo converso la posesión de armas de todo tipo, salvo que fuese un cuchillo romo de un palmo de largo.

Estas medidas provocarían la emigración de todos aquellos que se verían afectados, aquellos que pertenecían a una clase rica y acaudalada.

Un año después el rey requeriría en vano al de Ayala la entrega de la ciudad, pues estando puesto a merced del maestre D. Juan Pacheco y del arzobispo Carrillo, la seguía gobernando en nombre del infante.

En este ambiente enrarecido Sancho a lomos de su caballo avistaba la ciudad de Toledo.

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