De heresiarcas, traperos y hombres de Dios (27)

Manuel Cabezas Velasco.- La discreción del criado de don Rodrigo hizo que la aparatosa caída de don Sancho no causase mayor revuelo del necesario. Nadie debía conocer su llegada a la casa. Discretamente el muchacho de confianza del “criado del Maestre” había avisado a su señor para informarle de la llegada de su amigo y socio. Una vez levantado, don Rodrigo acompañó hasta donde había quedado el heresiarca, causándoles sorpresa la maltrecha situación del nocturno visitante.

heresiarcas
Palacio de los Oviedo, Almagro (Ciudad Real)

– Sancho, mi buen amigo, ¿qué os ha ocurrido? – se dirigió Rodrigo al que aparecía postrado en el suelo.

– Perrrdón… disculpe mi compostura, no era mi intención causar ningún desvelo a estas horas de la noche, y más aún ser una carga por mi maltrecho estado – respondió débil de fuerzas Sancho, tratándose de incorporar para evitar una situación tan embarazosa.

– ¡Juanillo, ayúdame con don Sancho! – se dirigió don Rodrigo a su criado. ¡No te preocupes Sancho, estás en tu casa! Ahora no es necesario que hables, descansa, por la mañana temprano me acercaré a la estancia y conversamos sobre qué hacer antes de tu regreso a casa – se dirigió a su amigo, viendo el gesto de incomodidad que mostraba.

– Rodrigo,… debo hablar con Diego…- en ese momento, cuando Sancho se dirigía a su anfitrión, apenas le quedaron fuerzas para más, y quedó profundamente dormido. En ese momento, Rodrigo y el joven Juanillo se retiraron a sus respectivas estancias. Previamente el señor había avisado a su muchacho de confianza para que estuviese alerta si ocurría algo durante la noche y que hiciese lo más cómoda posible la estancia de tan ilustre y tan querido visitante. Entre los cometidos asignados a Juanillo uno de los más importantes era acercarse muy temprano a la residencia de los Villa Real, en la calle homónima, para poner sobre aviso a don Diego y que tomase las debidas precauciones.

Entretanto, medio en sueños, Sancho recordaba como en la oscuridad de la noche había llegado a Almagro, observando la muralla de tapial que aún circundaba la villa. Su construcción venía de mediados del siglo XIII e incluso de comienzos del siglo siguiente. Su deterioro se ponía de manifiesto al estar sometida a reparaciones continuas que suponían altos costes para el concejo municipal que no podían sufragar. La muralla poseía almenas, pretil y adarve al que se accedía mediante escaleras. La puerta por la que Sancho vino de Toledo era la de Villa Real, que no sólo servía de salida para dirigirse hacia el norte y Toledo, sino que era la puerta habitual que comunicaba con la ciudad de realengo que se encontraba más cerca, Ciudad Real. Otras puertas, siguiendo el sentido de las agujas del reloj, unían la villa de Almagro con diversos territorios de la meseta y del terruño peninsular: El Salvador, Corral de Concejos, Bolaños, Añavete o de Granada, de San Francisco.

Los primeros rayos de sol llegaron a la villa de Almagro. La residencia de don Rodrigo mostraba más actividad de la usual. Las instrucciones del señor de la casa se habían seguido a rajatabla. De pronto, un repiquetear insistente procedía de la puerta principal:

– ¿Quién va respondió Juanillo desde el interior? – preguntando a quien aún desconocían que pudiera ser.

– ¡Soy yo, don Diego, Juanillo, ábreme la puerta, el tiempo es oro! – respondió el de Villa Real, que unas horas antes había sido avisado por el propio muchacho.

– ¡Pase usted, señor De Villa Real, le esperan en el despacho de don Rodrigo, hágame el favor que seguirme! – respondió el joven.

Ambos se dirigieron al despacho de don Rodrigo, donde ya se encontraba junto con don Sancho de Ciudad. Al ver a don Diego, el de Ciudad Real se incorporó y con gesto amable le dio un efusivo saludo a su amigo, socio y, a veces, vecino.

– ¡No te preocupes, Sancho, los tuyos están bien, aunque debemos ser cautelosos y esperar lo inesperado! – le puso Diego de Villa Real al tanto de la situación. ¡Aún es pronto para saber si debemos preparar nuestra partida a otras tierras, pues todo depende de la posición que tenga el Maestre respecto a la política de los monarcas! Sabemos, sin duda alguna, que don Enrique tiene ya una posición bastante débil respecto a las jóvenes aspirantes a sucederle. Tanto Isabel como la Beltraneja están buscando rodearse de unos bandos lo suficientemente fuertes para arrebatar a su contrincante cualquier opción de obtener la corona castellana.

– ¡Y también dependerá del juego de Marqués de Villena, don Juan Pacheco, hábil maestro en intrigas de la corte! ¿y, cómo no, de su tío el arzobispo de Toledo, don Alfonso Carrillo? – puntualizó el propio Sancho a lo escuchado de su amigo.

Los tres, Rodrigo, Sancho y Diego, se miraron de forma cómplice asintiendo ante tal afirmación, mas sabían que sin la protección de la Orden y del propio Marqués, sus posiciones correrían la peor de las fortunas.

– ¡No hay más tiempo que perder! – señaló Sancho a sus amigos. ¿Cómo puedo acercarme a visitar a los míos sin levantar sospechas? ¿Existe alguna vigilancia que deba evitar?

– Esta noche te acercamos a su casa, aunque primero enviaré a Juanillo para que ponga a los tuyos sobre aviso – señaló Rodrigo a sus acompañantes. El joven muchacho estaba presente. Tanto Sancho como Diego asintieron a la propuesta del anfitrión. ¡Juanillo, acércate a la casa de don Sancho y entrega esto a doña María, su señora! – le dijo su señor al joven.

– ¡Mejor, Juanillo, entrégaselo a mi hijo Juan, él sabrá mejor que hacer! – corrigió lo señalado por don Rodrigo. El muchacho entonces miró a su señor y este con un gesto afirmativo le respondió que estaba de acuerdo.

– ¡Gracias amigos por vuestra ayuda! – indicó Sancho a sus acompañantes. En ese momento los tres mostraron una mirada cómplice y se pusieron a preparar el regreso de Sancho con su familia

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– ¡Todo está resuelto, muchachos, nada habéis de temer! – señaló doña Juana a los jóvenes padres que habían pasado la noche en su casa. ¡Acabo de volver del palacio del Duque, necesitan una muchacha que ayude en las cocinas y al impresor no le vendrían mal dos brazos más tan fuertes como los suyos para su ardua tarea!

– ¿Cómo podremos agradeceros lo que estáis haciendo por nosotros, señora? – le mostró Ismael todo su agradecimiento a la nacida como Mariam, que, por su edad, era conocedora de toda la vecindad de Híjar. Mientras la joven Cinta mostraba en su rostro un gesto de ternura y agradecimiento a la par que alimentaba a su joven retoño. Aunque Cinta estará habituada a las faenas de la casa, la cocina no le será ajena, ¿por qué habéis pensado en mí para un trabajo en una imprenta? – le preguntó a la señora sorprendido de su juicio.

– ¡Joven Ismael, que un converso te entregue esos escritos así para que algún día hagas justicia con ellos, sólo podía significar una cosa: que podías divulgarlos de alguna manera! – le precisó la señora Mariam al joven.

– ¡Cierto es, señora, pues mi oficio estaba relacionado con los libros, así fue como conocí a Cinta, pero era un joven mozo que cargaba con los fardos de un librero…! – respondió el joven. ¡…trabajo del que nunca me arrepentiré pues encontré al ser más hermoso de la tierra, y además me otorgó la dicha de ser padre! – miró con ternura a su amada, en el preciso instante que el ser que había llegado a la vida no paraba de succionar del pecho de la joven.

– ¡No hay problema con eso muchacho, el impresor ya conoce tu situación y te irá explicando lo que debes hacer! ¡Eres joven y tus brazos les serán muy útiles, mas si eres listo podrás aprender mucho con él! ¡Viene de las tierras del Levante como vosotros, y además contáis con el beneplácito del Duque, nuestro protector! – le respondió la señora al muchacho. Estaréis conmigo un par de días, para que os ponga al corriente de las tareas que os van a encomendar y luego ya podréis incorporaros a vuestras respectivas labores.

– Gracias señora, ¿cómo podremos agradeceros tan valiosa ayuda? – preguntó el joven con gesto agradecido. ¡Mientras tanto iré a buscar un lugar donde vivir, para que no le seamos más molestia!

– ¡Nooo, muchacho, no tenéis que marcharos de casa! Además, hace años que vivo sola y la compañía no me vendría mal. Y, ¿cómo voy a dejar de ver a ese hermoso bebé que es una preciosidad? ¡Os quedáis conmigo, no faltaba más, aunque si no queréis ser una carga, acordamos una pequeña renta y así me ayudaría en mis ingresos! – le precisó la señora Mariam, que se encontraba encantada de la nueva familia postiza que le había llegado de otras tierras.

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