Cuatro menores saharauis y dos ucranianos ya conviven estos meses de verano con familias rabaneras volcadas en la solidaridad

Entre la alegría y la timidez, pero siempre con la ilusión que entraña todo inocente corazón de niños que se saben privilegiados al recalar en una tierra de paz y entre acogedoras familias ávidas de entregarles su amor más sincero, seis menores extranjeros están ya viviendo en Argamasilla de Calatrava un nuevo verano de tranquilidad y experiencias diferentes a su cotidianeidad de origen.
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Cuatro llegan de los campamentos de refugiados saharauis en el desierto argelino y dos de una Ucrania en estado de ficticia tregua en el conflicto bélico con Rusia que olvida el resto de Europa. Los pequeños repiten en su mayoría y salvo uno, que ya disfruta de la playa con sus albaceas rabaneras, fueron objeto este miércoles junto a sus familias de acogida de la tradicional recepción oficial que cada año brinda el Ayuntamiento.

La alcaldesa Jacinta Monroy, que estuvo acompañada por el concejal de Bienestar Social Sergio Gijón, entregó a cada uno de estos niños y niñas mochilas con diferentes regalos y una pequeña ayuda para quienes por espacio de dos meses les van a cuidar, brindando así un gesto de gratitud para unas familias que no miran lo que la crisis se empeña en segar, sino la solidaridad que se siembra con estas acogidas temporales.

“Aquí tenemos niños saharauis y niños ucranianos, dos realidades muy distintas que para Argamasilla es la misma porque somos una ciudad acogedora y educadora y para nosotros es algo grande que pasen dos meses aquí entre nosotros”, significaba una regidora “tremendamente feliz” por la entrega y el ejemplo de las seis familias que se mantienen inasequibles al desaliento.

Por eso Monroy Torrico expresaba también de viva voz el hecho de estar “muy agradecidos a estas familias que se comprometen a hacer esta tarea tan importante que sin lugar a dudas les supone también una inversión económica y de esfuerzo a todos los niveles, porque tienen que ejercer además una responsabilidad”.

A cambio y como incentivo, el Consistorio facilita todos los recursos y actividades propias del verano, sin olvidar el apoyo médico y social en la población. “Es bueno para nosotros poder apreciar también estas realidades diferentes y convivir con ellas y aprender que lo material no es todo y que hay diferentes formas de vivir y de apreciar la vida, algo que nos hace crecer como personas también a todos nosotros”, decía Torrico.

Luis Manuel Alfaro, presidente de la Asociación ‘Oasis’ de Amigos del Pueblo Saharaui, también intervenía para agradecer el apoyo de instituciones públicas como la Diputación o el Ayuntamiento y para reconocer que aunque tenga un peso nada desdeñable la cuestión económica, “es más la voluntad de las familias pues estar con niños que no son tuyos durante dos meses supone una responsabilidad grandísima”.

Este año tampoco parten de cero puesto que son familias repetidoras, que llevan ya muchos años acogiendo. “Hay que valorarles ese esfuerzo porque, estén en la situación económica en que estén, hacen lo que sea puesto que su empeño es que el niño tiene que venir”, refería Alfaro.

Una actitud que, aun a pesar de las diferencias sociales y religiosas, hace que los padres naturales que quedan en Argelia sin sus pequeños durante estos meses de julio y agosto “comprendan nuestra solidaridad”. Además, como ha podido palpar el presidente de ‘Oasis’ cuando ha estado en los campamentos de estos refugiados, “los niños regresan con muchísimos recuerdos y experiencias”. Y es que, añadía Luis Manuel, por encima de lo material los niños “lo que se quedan en el corazón es si los has llevado al parque de atracciones o a la playa, la experiencia que han vivido aquí en España con alguien que les acoge desinteresadamente; eso es lo que se quedan en el corazón y lo que allí transmiten a sus padres”.

Fernando y su familia llevan ocho años acogiendo saharauis y califica de “experiencia perfecta” su gesto. Su propio hijo es prácticamente de la misma edad que el pequeño que les viene visitando en estos últimos veranos. “Son como hermanos, están las 24 horas juntos, comparten todo y se ve claramente cómo el cariño es grandísimo; no hay barreras entre los niños y los adultos deberíamos parecernos a ellos”, afirma.

Este año tienen una cierta congoja porque con 12 años, en principio, el programa ‘Vacaciones en Paz’ termina para su hijo temporalmente adoptado. “Pero buscaremos la forma de no perder el contacto y además nunca se sabe lo que puede pasar”, apunta.

Eva, por su parte, suma su segundo año acogiendo a un niño ucraniano. En su familia tienen claro el papel de dar cabida a otros pequeños que lo necesiten. Por eso forman parte también del programa de acogimiento familiar de Castilla-La Mancha y se ofrecen como familia de respiro para una niña procedente de Las Casas de Ciudad Real.

Su chico ucraniano, de diez años, “es muy bueno, se adapta a todo muy bien y como ya lo conocemos del año pasado nos lo ha puesto muy fácil”. La diferencia idiomática, añade, no es problema pues, como añade esta madre de familia, “los niños no necesitan hablar mucho para podernos comunicar”. Asegura que su pequeño acogido estos meses entiende más de lo que habla, pero los gestos y los traductores hacen el resto.

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