Gracias a la vida

MarcelinoEsto no es una réplica al acertado artículo de Antonio Fernández Reymonde publicado en miciudadreal.es y titulado “La despoblación del territorio”. Con su permiso, apenas pretendo retomar el hilo del asunto dando un picotazo de mosquito a la masa madre dejada por él a punto de fermentación.

Estoy en la misma zona donde escribí mi anterior artículo. Un pueblecito de la Sierra de Francia ubicado en una encrucijada de caminos. Una cruz imperfecta, digamos que mal hecha. El brazo derecho apuntando a Salamanca, el inferior a Béjar, el superior a Ciudad Rodrigo y Portugal, y el izquierdo a la Alberca.

De continuo viven alrededor de cien personas. Su demografía y pirámide de edad nos dan la voz de alerta: ¡pueblo en peligro de extinción! Sí, reúne los requisitos para una segura desaparición, pero, la verdad, no lo parece.

Todas las casas están en perfecto estado. Las que no son nuevas han sido reformadas. La tienda de comestibles –llamada el comercio- la atiende un caballero austríaco desde quince años atrás. Tiene farmacia, abierta mañana y tarde. El horario es flexible, reconozcámoslo. El famoso cartel de “ahora vuelvo” puede convertir el ahora en una eternidad. Otra variedad de cierre circunstancial es cuando aparece el rótulo de “vuelvo enseguida, estoy desayunando”. La ventaja es la complicidad de las vecinas de al lado: Te chismorrean si se acaba de ir o está a punto de llegar, pues le tienen tomado el tiempo a la farmacéutica; incluso si pones cara de drama porque te urge, acaban soplándote dónde suele desayunar. Esto se llama vivir en comunidad, para bien o para mal.

El pueblecito tiene un bar donde ponen unas tapas estupendas, eso sí, pagando. Y un mesón-hostal, y otro hostal, y otro –y ya van tres- y hasta el comienzo de la crisis disponía de siete bares-restaurante. La gente es bastante mayor, tirando a muy. Son habladores. Todo el mundo te saluda. Tengo el honor de haber sido invitado a la casa de alguno el mismo día de habernos conocido, simplemente por mostrar sincero interés en cómo conseguía unos hermosos calabacines. Me invitó a cazar un topo por la mañana temprano. Le tenía harto y estaba seguro de por dónde iba a salir. Recibí una lección magistral sobre algo inimaginable para mí: el funcionamiento de este indeseado roedor subterráneo.

He aprendido a cultivar ajos, y llegado a comprender -¡por fin!- porqué siempre se me morían cuando jugué a campesino de maceta en mi casa de urbanita. Los paletos de ciudad nos hemos creído eso de que el agua es vida y, claro, con los ajos eso no va; conclusión, los ahogaba una y otra vez.

Tengo el placer de contar con la sensata y amena conversación de varios nonagenarios. La cabeza en su sitio; su forma de ver las cosas, también; al igual que sus recuerdos. Es maravilloso escucharlos rememorar su vida. Alegrías y tristezas. A esa edad hay de todo. En su boca las amarguras son menos. Debe ser la pátina de la sabiduría: todo lo endulza. Andan erguidos. Y el que no, modela un arqueo suave confundible con cierto destartale de orientación caprichosa.

Dos días por semana, hombres y mujeres se reúnen en el centro social. Ellos juegan a las cartas, ellas al bingo. Se juntan unos cincuenta: la mitad del pueblo. No he oído desvariar a ninguno. Esa cosa llamada Alzeimer no tiene fonda en este pueblecito. Hay mucha vida entre los miles de años de humanidad mezclados con naipes y cartones de líneas y plenos.

Hay un centro de salud y un arrollo donde de jóvenes iban a bañarse en las pozas formadas entre las lajas. Y el tamborilero que los hizo bailar vive en el corazón de todos. Hay un día al año creado en su recuerdo y organizan, ¡cómo no!, una gran comida en su honor.

Bromean y discuten con la misma facilidad. Cuchichean los unos de los otros y se achuchan como si tal cosa. De jóvenes, en la fiesta de San Juan, los propios vecinos representaban una obra de teatro en los corrales. Los dirigía el cura. El mismo que después se hacía el despistado cuando veía a mozos y mozas deslizarse en el oscuro a descorchar el cava de sus anhelos. A ninguno tuvo que explicarle nadie los secretos de la intimidad más cómplice. No son de leer, son de hacer. Están acostumbrados a resolver problemas, a no pararse ante nada. Una mujer de 91 años me dijo: “Siempre había algo que hacer. Cuando no era en el campo era en la casa, y si no en la cama”

Vaya, vaya, con la generación reprimida…

Esta semana conocí a otro aventurero de poca monta como yo. Un profesor de literatura de una Universidad española -Y digo esto porque hoy es imposible ser aventurero de verdad, está prohibido- Divagando sobre los libros hizo referencia al mito de lectura.

-Mira, eso de que leer enriquece es una de las mayores tonterías que se repite una y otra vez sin que nadie le ponga coto. Las bibliotecas están llenas de libros llenos de idioteces, insensateces y falsedades, elevadas a la categoría de la respetabilidad por estar escritas en un libro; nada más. Como hayas tenido mala suerte en la elección…….prepárate.

No le faltaba razón a ese profesor heterodoxo. Uno ha leído cosas, historias, sobre la España de hace 90 años que no encajan unánimemente con las vivencias de los verdaderos protagonistas. No es raro que suceda así. El que escribe lo hace a través de su propia experiencia o de la de otros. El asunto es que mientras la fuente oral primigenia se pierde con la muerte del sujeto, el transcriptor o intérprete de aquella fuente se convertirá en inmortal a través de sus escritos, y las siguientes generaciones recrearán el pasado mediante los filtros ideológicos, antropológicos, filosóficos, o cualquier otro, presentes en el transcriptor.

Es una humilde reflexión para quienes viven obsesionados con una idea monolítica de la historia. Otorgando infalibilidad a unos y negando el pan y la sal a otros. Y como apuntó el referenciado profesor, uno puede haber leído mucho de algo y no haber servido para nada. Simplemente por un error en la elección.

El pueblecito donde me hallo se morirá algún día. Puede ser. Hoy por hoy es un canto a la vida, y esto es así porque los que deberían estar moribundos según los parámetros del fundamentalismo sociológico y médico no lo están, al revés, disfrutan de una vitalidad envidiable, incompatible –dicen- con su edad. Como expresé antes, no son de mucho leer, son de hacer. Y les importa un comino lo que piensen quienes únicamente saben vivir en un laboratorio o parapetados entre libros, gran parte de ellos de dudosa utilidad, según mi nuevo amigo el profesor de literatura.

Sin tapujos
Marcelino Lastra Muñiz
mlastramuniz@hotmail.com

PD: En honor a una vida vivida entre la realidad de las cosas, frente a otras pseudovidas virtuales, parapetadas entre cachivaches.

Os dedico “Gracias a la vida” de Violeta Parra, en versión de un trío femenino de excelentes voces: “Las Tres Grandes”

https://www.youtube.com/watch?v=Dmu8cux9m6c

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18 COMENTARIOS

  1. Aunque los sofistas me acusen de venir a vender mi libro, lo repito: hay mucha gente joven llamando a nuestras puertas. Nuestros pueblos agonizan, nos falta mano de obra*, nos sobran personas dependientes, tenemos un modelo económico agonizante.

    *(El paro real no suele ser el de las estadísticas. Todos lo sabemos. La economía sumergida en España -por culpa de empresarios sinvergüenzas llega a los 168.000 millones de euros anuales, que representan unas pérdidas de 26.000 millones para las arcas públicas CADA AÑO). Entre temporeros y jornaleros hay mucha gente que lleva ese modo de vida, de trabajar un tiempo y luego vivir del paro o las ayudas. Bien es cierto que desde 2008 la crisis ha sido brutal, pero antes de 2008 había mucha gente que hacía eso y así seguirá siendo. Es inevitable).

    Abramos de una vez por todas las puertas de la casa común (España) con sentido común, vayamos por el camino de la I+D+i y la industria tecnológica. Dejemos de lado el mundo ladrillo y hamaca. Y probemos. Peor que como estamos ahora no vamos a estar.

    Es más, no olvidemos que los refugiados e inmigrantes en general solo quieren ir al Norte, usando a España como lugar de paso, eso nos da una idea de lo que piensan de nosotros…y bien ganado que lo tenemos.

    De nuevo hay que evitar juzgar a los seres humanos por la piel y la procedencia. O eso, o nos tendremos que comprar un Kit de suicidio cuando dejemos de trabajar porque no tendremos ni para comer.

    • Y dale con los sofistas. Que no, Hobbes, que solo intentábamos centrar el balón, lo contrario de lo que hace un sofista. Ir al meollo del problema. Acoger a los refugiados y a toda suerte de inmigrantes es una cuestión de humanidad y de justicia. Pero el problema de la despoblación tiene que ver más con planteamientos que deben ser valientes y que los políticos deben afrontarlo desde ya. Y luego, cuando nos sobre tiempo, hablamos , como hace Marcelino, de relatos bucólicos y de existencias arcádicas en poblaciones pequeñas. Pero serán eso, relatos, vivencias. Después, una vez terminadas las vacaciones , regresamos a las urbes donde se nos ofrecen toda clase de bienes y servicios, librerías, buenos hospitales y demás. La gente va donde encuentra curro. Y su idea de tener trabajo no pasa por cultivar una huerta, que es lo que pueden encontrar en los pueblecitos: huertas no cultivadas porque los hijos de los hortelanos saben que cuesta mucho sudor lograr hortalizas y después venderlas.
      Claro que hay pueblos que han ido aumentando su población incesantemente, Tomelloso es un ejemplo, con más de un 10 por 100 de extranjeros en su padrón. Pero, amigo, los tomelloseros son de otra pasta emprendedora.

      • Los Tomelloseros son grandes: muy trabajadores , valientes e inteligentes pero una cosa no quita la otra porque en Tomelloso la situación económica no es idílica, el paro ronda el 27,59%

  2. Totalmente de acuerdo con ese profesor. Leer puede no haber servido prácticamente de nada si la elección ha sido errónea o se carece de la más mínima capacidad de juicio crítico o discernimiento.

    «Porque no el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente.» Ignacio de Loyola (1491-1556) Religioso español.

      • Si son libros católicos por supuesto los quemamos…

        Lo que ha cambiado la Inquisición!!

        Juan Manuel de Prada bajo Auto de Fe progresista!!

      • D. Ángel, le sigo desde hace tiempo. ¿Por qué esa hispanofobia? Estoy segura que Ud. es un lector empedernido, pero pareciera que siempre leyera lo mismo aunque intervengan diferentes autores.

        Con su manera de proceder Ud se aleja de la razón crítica, puesto que solamente dirige sus diatribas a un mismo lado, y es impermeable a lo demás.

        Por cierto, ¿de dónde ha sacado Ud que deben quemarse los libros?

        El profesor al que alude D. Marcelino ha dicho una verdad como un templo. Las librerías están plagadas de libros de dudosa utilidad. Y como en el resto de las cosas, hay que saber elegir. No por leer a todas horas uno es más sabio. Por ejemplo, pásese el día leyendo libros de autoayuda y posiblemente acabará viviendo en una burbuja virtual, ajeno a la vida real.

        En todos los aspectos es fundamental el saber elegir, y los libros no son una excepción.

        • Y el discurso de que lo importante es leer, sea lo que sea, porque siempre se aprende algo, es una insensatez. Y va siendo hora de cambiarlo ¡Claro que es bueno leer, faltaría más! Pero es realmente provechoso seleccionar las lecturas; no lo digo en plan censor, sino como acción racional que busca en aquéllas enriquecernos en algo concreto.

          Por otro lado, la lectura provechosa, necesita de aprendizajes previos; en primer lugar haber aprendido a leer bien, y desarrollar la capacidad comprensora, de lo contrario leeremos banalidades, como mucho.

        • ¿ Ángel hispanófobo? Ni hablar. No hay nadie que ame más un país que aquel que critica sus taras. No me fío de los que solo hablan de las maravillosas tradiciones, de los que cantan » que viva España». Menos tradición y más evolución. Por descontado que los abuelos que describe Marcelino no me gustan. Se puede tener 90 años, vivir en una aldea y amar la música y la buena literatura. Como ejemplo mi bisabuelo , un hombre de campo , al que mi padre de niño le leía a Verne y Salgari antes de acostarse porque , si no, no podía dormir. Y que , cuando su vecina rica, ponía un disco del tenor Miguel Fleta, se plantaba en la puerta de su vivienda para escuchar sus arias.

        • No lo veo así. Honestamente lo digo. Quien critica por sistema sin aportar solución alguna se convertirá en una persona tóxica para la comunidad. La razón crítica es muy necesaria. Yo -y, por supuesto, puedo estar equivocada- no la veo en D. Ángel. Por eso se lo digo con toda mi buena fe. No tiene por qué hacerme caso, ni tampoco yo debería preocuparme por escribirle. Si lo hago es por mi sensación de que podría aportar mucho más sin esa hispanofobia que destila (quizá tú no la veas; para mí es evidente)
          Gracias

  3. Los pueblos son depositarios activos de los conocimientos y sabiduría ancestrales que se enfrentan al riesgo permanente de su propia supervivencia debido a la amenaza de políticas públicas adversas.
    Debemos saber aprovechar como oportunidades los recursos que poseen nuestros pueblos como una de las mejores maneras para combatir la despoblación.
    Ya decía el escritor checo Milan Kundera que «la vida es la memoria del pueblo, la conciencia colectiva de la continuidad histórica, el modo de pensar y de vivir»….

      • Lo había olvidado, D. «Á.R.».
        Entonces, fuego, fuego, fueguecito, quema, quema con pasión…
        ¡Arde y que de tus cenizas renazca una narrativa valiente, justa y emocionante!….
        Así nos va…..

        • Ha llegado el día en que el beato de Liébana resulta más interesante y sutil que las novelonas sentimentaloides e insustanciales que alcanzan el Premio Planeta.

  4. Como diría Rosendo, maneras de vivir en peligro de extinción.
    Conozco esa zona y esas gentes: alli toqué el piano algunos veranos cuando era estudiante. Castilla la Vieja es distinta a nuestra tierra.
    Gracias por tirar aún más del hilo de mi anterior artículo: sería mejor conquistar la tierra yerma que la Luna (están locos estos rusos, Marcelino)

  5. Ya que va de libros y de pueblos,os propongo «La España vacía», de Ergio del Molino. Creo que no se pierde el tiempo y aclara bastante el problema de la despoblación. No es ni sociología, ni libro de viajes, ni ensayo a la usanza aunque de todo tiene.

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