Los abuelos: un valor en alza

Carmen Quintanilla Barba (Presidenta de la Comisión Nacional de Mayores del Partido Popular)

  
Desde algunas instituciones y ONG´s, se intenta, desde hace algún tiempo, institucionalizar el día 26 de julio como “Día de los Abuelos”, convirtiendo ese día en la fiesta del agradecimiento merecido, en la jornada en la que reconocemos públicamente la enorme labor de los mayores y su papel protagonista en el seno de nuestras familias, como cuidadores informales e incansables de sus nietos. Por este motivo y para apoyar esta bonita iniciativa, escribo estas letras reflejando la grandeza de todos los abuelos que día a día ejercen de padres y madres sin dejarse llevar por el desaliento, entregándose a su labor con ilusión y sobre todo, con mucho, mucho amor.

   Ser abuelo hoy en día es un valor en alza. Atrás quedaron aquellos abuelos cariñosos a los que se veía sólo de visita y de vez en cuando. Atrás quedaron aquellos mayores que veían pasar sus días como el guerrero que descansa tras una ardua batalla. Ahora los abuelos se manchan de barro infantil, empujan columpios cargados de risa, esperan a las puertas de los colegios ilusiones de niño y escuchan llantos desesperantes de sus nietos. Y todo esto, sólo por ver felices a sus hijos, asumiendo que el reposo está aún por llegar y que después de todo, la vida les reservaba una tercera actividad que el guión no contemplaba.

   Benditos abuelos. Mi admiración por ellos no conoce límites. En el momento de sus vidas en el que la obligación laboral ha dado paso al ocio y en el que la responsabilidad de educar a los hijos por fin se completó, reciben con los brazos abiertos, a pesar de ese cansancio que sólo da la edad y que sólo alcanzaremos a conocer cuando nos llegue el momento, la difícil tarea de cuidar a los nietos, rindiendo cuentas a los hijos.

   Hay quien piensa que los abuelos no educan, malcrían, pero se equivocan. Se puede educar desde muchas órbitas y de maneras muy diferentes. Cuántos papás se habrán quedado con la boca abierta al ver cómo sus hijos obedecían antes a las palabras cariñosas y taimadas de un abuelo que a la férrea disciplina.

   Hoy los abuelos no quieren ser partes pasivas en la educación de sus nietos; no quieren mirar sino que demandan participar en hacer de ellos gentes de bien. Pero lo hacen desde una óptica distinta a la de los padres: mucho cariño frente a la seriedad y el enfado paterno, conciliar antes que imponer, en definitiva, guantes de seda para manos de hierro sabedoras de que la vida les ha dado la impagable oportunidad de disfrutar de las risas de la infancia, de las conversaciones con pequeños que apenas levantan un palmo de suelo y de lo genial y satisfactorio que es llegar a casa manchado de tierra tras una jornada de juegos y descubrimientos sin importarte el tiempo o las horas que les has dedicado y que has quitado a los quehaceres domésticos o laborales. Porque para ellos la vida corre también, y ninguno quiere evitar volver a ser un poco niños otra vez.

   Observar a un abuelo y un nieto compartiendo su tiempo, te da otra visión de esta vida: en el horizonte de los años, te espera una segunda maternidad, basada en el disfrute y un protagonismo que deja en manos de los mayores parte de la educación de los que formarán nuestra sociedad futura. Pero que poco se lo agradecemos. Se han convertido en canguros informales, que consuelan a nuestros hijos cuando lloran y ríen con ellos, en una sociedad donde las prisas dejan poco tiempo para valorar convenientemente su labor.

   Reconocer formalmente su tarea planificando el Día de los Abuelos, no sólo es positivo, es justo y necesario, para que nos paremos a reflexionar aunque sea durante una jornada lo que sería de esta sociedad sin la ayuda incondicional de los mayores.

   Inculcar el amor y el respeto por los mayores en nuestros hijos, como valor cristiano y permitir que compartan parte de su tiempo con ellos, puede aportarles mucho. El diálogo entre generaciones y la comprensión y el conocimiento mutuo de las problemáticas que afectan a cada edad, no sólo da otra visión de las cosas sino que contribuye a cimentar una sociedad donde la tercera edad del futuro no se vea relegada a segundos planos. Los niños y los jóvenes deben beber la sabiduría de los que ya han quemado muchas etapas vitales y dejarse envolver por la serenidad que da ver la vida desde lo alto de la montaña. Y los padres deberíamos apreciar también que cualquier fuente de cariño y amor hacia nuestros hijos es una inversión en ellos, en un momento en el que no compartimos tan intensamente el día a día con ellos. Pero cuidado, no son sustitutos paternos; son una valor añadido fundamental que enriquece a la familia y a su estructura, haciéndola fuerte en el respeto, en la convivencia solidaria y, en definitiva, en valores que en algunas ocasiones nuestra sociedad ha olvidado.

   Por todo esto y mucho más, gracias Abuelos, que, aún peinando canas y doliéndose, afrontan cada mañana con alegría e ilusión inmaculada el cuidado, la educación y los juegos de nuestros incansables pequeños, dándoles pacientemente el tiempo que a otros nos falta.

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