Preservar la capa de ozono es proteger nuestro futuro

Rosario Arévalo Sánchez (Consejera de Medio Ambiente de Castilla-La Mancha)

   Hoy celebramos el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono. Una conmemoración que estableció la ONU en 1995 para sensibilizar sobre la importancia de proteger la capa de ozono, ya que filtra la luz solar e impide los efectos adversos de la radiación ultravioleta sobre la tierra.

   Resulta cuanto menos paradójico festejar una jornada que no tendría sentido si el ser humano hiciera el uso adecuado de los recursos naturales que nos ofrece el planeta. En este caso, la amenaza que pesa sobre la capa de ozono nos ha hecho señalar este día en nuestros calendarios.

   Ante todo, la nuestra es una inigualable oportunidad para manifestar la necesidad absolutamente vital de conservar la capa de ozono. Siempre he sido partidaria de la formación y la educación como vehículo eficiente en el camino hacia la buena práctica. Este conocimiento adquirido debe sacudir nuestras conciencias y estimularnos para actuar en la dirección correcta. En el importante caso que nos ocupa, es más que prioritario, es totalmente trascendental que así sea. Lejos de circunloquios literarios que pudieran edulcorar la realidad, lo cierto es que en esta empresa nos jugamos mucho, hipotecando también el futuro de las generaciones venideras.

   Los últimos años de la década de los 80 trajeron consigo un considerable consumo de sustancias que atentaban gravemente contra la capa de ozono. Gracias al aumento de información y catalogación de los agentes perniciosos, hemos conseguido aquietar esta tendencia, pero no erradicarla, y las consecuencias pudieran estar revelándose ya. Efecto invernadero, cambio climático, inundaciones, desertización, aumento de las patologías relacionadas con la piel, cambios en las causas de morbilidad. Una lista que podría tomar tintes más dramáticos si no educamos convenientemente nuestra conducta.

   A menudo suponemos que nuestras acciones no infieren mayores consecuencias en términos globales. Olvidamos que la actividad de cada individuo se corresponde siempre con una de las infinitas variables de un colosal sumatorio. Una única actuación inversa a esa propensión no interrumpe la cadena, pero sí la apacigua. Por eso es esencial que todos sumemos esfuerzos para alterar la tendencia cambiándola de signo.

   Quizá desde las distintas administraciones podamos erigirnos portavoces de este propósito pero nuestra voz ha de materializarse en el ejercicio individual de todos y cada uno de los agentes sociales… de todos y cada uno de los hombres y mujeres que habitamos el planeta. De lo contrario, este día carecerá totalmente de sentido.

   El dióxido de carbono, el metano o los CFCs, incluso en pequeñas cantidades, son capaces de implantar un peligroso efecto invernadero. La temperatura media de la Tierra ha crecido más de medio grado en los últimos 130 años. Parece constatada la relación directamente proporcional entre el aumento de la temperatura y el de las cantidades de estos gases dispersos en la atmósfera.

   Los científicos nos advierten de que las consecuencias pudieran ser cada vez más negativas: desiertos aún más cálidos y secos que agravarían la situación de pobreza en Oriente Medio y África; glaciares y casquetes polares derretidos poniendo en peligro la población cercana y provocando la subida de las aguas; cientos de kilómetros costeros desapareciendo bajo el mar dejando sin hogar a casi 120 millones de personas que se verían obligadas a emigrar al interior; tierras de cultivo convertidas en enormes desiertos estériles…

   Está en nuestras manos soslayar este desenlace. Cada ciudadano, desde su espacio, puede contribuir en este propósito. El reciclado de materiales, el uso del transporte público, la apuesta por las energías renovables, la eficiencia energética o las viviendas “saludables” son sólo unas pequeñas y sencillas pautas de comportamiento que nuestro planeta reclama con urgencia.

   Asimismo, la sensibilidad ambiental de las administraciones ha aumentado y se está trabajando desde distintos ámbitos para evitar los efectos perjudiciales a los que me refería antes. Las directrices emanadas del Protocolo de Kioto son un claro ejemplo. Contamos, por tanto, con los instrumentos necesarios y, entre todos, podemos conseguirlo.

   Preservar la capa de ozono es proteger nuestro futuro, una fundamental apuesta por la vida que depende exclusivamente de nosotros. Obremos, pues, conscientes de esa absoluta responsabilidad, esforzándonos por no hipotecar el presente de las generaciones venideras.

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