Llegamos

Claudia Mendoza

   Larga es la tradición del exilio en los pueblos de la lengua española. Tan larga como sus luchas por un porvenir que todavía no se hace presente. Quien dice exilio, nombra con ello las manos amigas y generosas tendidas al exiliado, y maldice también las ásperas manos que lo rechazan. Pero no siempre se alcanza a ver lo que el exilio representa en la vida de un hombre.
   Hay hombres oscuros y sencillos que se vieron forzados a dejar su tierra por haber sido fieles a su pueblo. Se habla de un exilio del que los hombres se vieron obligados a seguir para no verse entre la prisión y la muerte. Pero el exilio al igual que la Inmigración es una prisión, aunque tenga puertas y ventanas, calles y caminos. Es prisión y muerte también. Muerte lenta que recuerda su presencia cada vez que se arranca la hoja del calendario en el que esta inscrito el sueño de la vuelta. Y muerte agrandada y repetida día tras día porque el Exiliado vive en su mundo propio la muerte de cada compatriota y el Inmigrante la muerte de quienes no pudieron regresar a morir a su tierra.

   El exilio y la inmigración son un desgarrón que no acaba de desgarrarse, una herida que no cicatriza, una puerta que parece abrirse y que nunca se abre.

   El exiliado y el inmigrante viven siempre escondidos de los suyos, de su tierra, de su pasado. Y a hombros de una contradicción permanente: entre una aspiración a volver y la imposibilidad de realizarla.

   El exiliado y el inmigrante siempre están en el aire, sin poderse asentarse aquí ni allá.

   El destierro no es un simple trasplante de un hombre de una tierra a otra; es no-solo la perdida de la tierra como raíz o centro.

   “Si pierdes el centro, has dejado de tener un lugar donde afirmarte”

   Cortado de sus raíces, no puede arraigarse aquí, prendido del pasado, arrastrado por el futuro, no vive el presente. De ahí su idealización de lo perdido, la nostalgia que envuelve todo en una nueva luz.

   Y cuanto más avanza el tiempo, cuanto más permanece y dura el exilio, tanto mas crece la contradicción entre el ansia de volver y la imposibilidad de saciarla. Llega la serenidad que da la distancia en el tiempo. Y sin embargo, no se puede vivir un día y otro, un año y otro, se vive en el aire, sin tierra, sin raíz ni centro.
Pero el tiempo que mata, también cura, surgen nuevas raíces, raíces pequeñas y limitadas que se van extendiendo a lo largo de los hijos nacidos aquí, los nuevos amigos y compañeros, los nuevos amores, las penas y las alegrías recién estrenadas, los sueños mas recientes y las nuevas esperanzas. Y de este modo el presente comienza a cobrar vida, en tanto que el pasado se aleja y el futuro pierde un tanto su rostro.
Antes solo contaba lo perdido allá, ahora hay que contar con lo que se tiene aquí.

   Dramática tabla de contabilidades. ¿Acaso solo hay que contar con perdidas?
Pero para otros aun es tiempo de poner fin al exilio, porque objetivamente se puede volver.

   Y es entonces cuando la contradicción, el desgarramiento que me ha marcado mi vida años y años, llega a la desesperación hay que contar con lo que durante años no existía.

   En verdad las raíces han crecido tanto, tanto las penas y las alegrías, tanto los sueños y las esperanzas, tanto el amor y el odio, que ya no pueden ser arrancados de la tierra en que fueron sembrados. Ya no es fácil arrancarlos y sin embargo el alto e implacable muro se ha derrumbado y todo parece penderse en una decisión propia. Se puede volver si se quiere. Pero ¿se puede querer? ¡Otro desgarrón¡ ¿Otra tierra? Porque aquella será propiamente otra y no la que fue objeto de la nostalgia ¿Nueva atracción por el pasado (otro pasado) Nuevo arrancón del presente (otro presente)?

   Y entonces el exiliado y el inmigrante descubren con estupor, con dolor después. Con cierta ironía mas tarde, en que el tiempo no ha pasado impunemente y que tanto si vuelve como si no vuelve, jamás dejara de ser un exiliado o un inmigrante.

   Pero volver? Será una nueva nostalgia y una nueva ilusión.

   Puedo quedarme pero jamás podré renunciar al pasado que me trajo aquí y sin el futuro ahora con el que sueño tantos años.

   Pero la contabilidad dramática que me veo obligada a llevar no tiene que operar forzosamente solo con unos números: podré llevarla como suma de perdidas, desilusiones y desesperanzas, pero también ¿por qué no? Como suma de dos raíces de dos tierras, de dos esperanzas.

   Lo decisivo es ser fiel aquí no allí, por aquello por lo que un día se fue arrojado al exilio. Lo decisivo no es estar acá o allá sino como sé esta.

   Llegue y llegamos. Como era natural, con los bolsillos vacíos y sin documentación migratoria alguna.

   En cada uno de nosotros se debatían los más encontrados sentimientos: por un lado, la ira al recordar las frescas humillaciones y vejaciones. Y por otro la tristeza y la amargura al pensar en los que se quedaban, y también, el gozo de abandonar una tierra ingrata y la ilusión de alcanzar otra en la que seríamos tratados como ciudadanos.

   Ahora se que el exiliado y el Inmigrante somos la misma persona…

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