Buscando a Azorín por La Mancha (8)

Ramón Fernández Palmeral
El castillo de Peñarroya

Señor Azorín:

   Nuestra ruta quijotesca para el día 11 es salir de Ruidera hacia la Argamasilla de Alba por la carretera CM-3115, la señal de dirección marca 31 kilómetros de distancia. Tomadas las primeras curvas, ya en los extramuros aparecen unos laboriosos y cuidados huertos a la izquierda, debajo de la carretera donde ya aparecen unos labradores agachados con los almocafres y arrancando la hierba que creció sin licencia; son Juan, Pedro, Antonio, unos hombres discretos, honrados y pegados al terruño porque una mano con callos es siempre un contrato garantizado. No es hora de regar porque el riego, por lo general, se hace al atardecer cuando la tierra está descuidada, reposando, presta a dormir ante el rocío de la noche.

   Empiezan las siniestras curvan, apenas hay tráfico, son las nueve y media de la mañana, el encinar va tomando su terreno y los acebuches, que antes fueron olivos, domesticados en el injerto y en la aceituna cornicabra –la segunda variedad más cultivada en lo que a número de hectáreas se refiere pero la tercera en producción–, se han comido el terreno. La cornicabra es una variedad de aceituna originaria del pueblo toledano de Mora, es la gran variedad manchega (Toledo y Ciudad Real). Es larga y puntiaguda, con forma de cuerno, de ahí la procedencia de su nombre. En ciertas zonas se le conoce como Cornezuelo.

   Llegamos al castillo de Peñarroya sobre las diez menos cuarto, la luz de la mañana nos traía recuerdos levantinos, hacía un poco de aire frescote, mi mujer se quedó dentro del coche porque decía que tenía frío. El castillo tiene unas amplias explanadas a ambos lados, donde aparcan autobuses. El castillo está a 12 km. de Argamasilla.

   Dentro del coche y antes de salir, saco el libro de La Ruta… En el capítulo IX «Camino de Ruideras» de su ya reiterado libro, que llamaré de aquí en adelante La Ruta…, para abreviar, nos habla usted del castillo de Peñarroya. Pero yo he viajado a la inversa, o sea, que usted venía de Argamasilla a Ruidera, y mi viaje es al revés, desde Ruidera a Argamasilla, que el orden no alteras los factores del producto final de nuestro relato, usted escribe:

   «Son las diez y media; ante nosotros aparece, vetusto [he contado que esta palabra la usa usted 16 veces en este libro] y formidable, el castillo de Peñarroya [la nota 27 del la edición de Cátedra 214, nos la amplía José María Martínez Cachero, que explica su historia]. Subimos hasta él. Se halla asentado en un eminente terraplén de montaña; aun perduran de la fortaleza antigua un torreón cuadrado, sólido, fornido, indestructible…». Más adelante, en el mismo texto nos dice que el castillo de Peñarroya no encierra ningún recuerdo quijotesco, efectivamente en el Quijote no aparece el nombre de Peñarroya, las únicas peñas nombradas son Peña de Francis y Peña Pobre.

   Hay una torre cuadrada sin matacanes que forman almenas y merlones, un poco más abajo se ve un tejado nuevo de una construcción más reciente. Desde el coche no se le ve la puerta de entrada, pero una vez el viajero se acerca, aparece la entrada franca, sin puerta que la proteja. Dentro se ve la puerta de una casa sobre unos escalones, es verde, seguramente de algún guarda que no veo, aquí está también la Cofradía de Alabarderos de la advocación a Nuestra Señora de Peñarroya. En el interior se refugia una capilla entre gruesos muros, cerrada con verja, segura por los siglos, con una imagen de un Cristo, pero no me hagan mucho caso, porque yo en esto de la imaginería religiosa no entiendo mucho. Unos palomos ladrones, con sus picos cortos y las protuberancias blancas de los orificios olfativos grandes, se refugian en una pequeña hornacina donde habita una pequeña campana, a modo de campanario, y en una tronera alto del adarve, entran y salen otros palomos de pechuga brillante, estos palomos no paran con sus gorgoritos, con su su grú-grú,grú, porque es tiempo de aparearse y no cejan en su empeño de cortejar a las palomas cansadas de decir «ahora no que me duele la cabeza».

   Pasado el rastrillo, se llega al patio de armas por una especie de puerta, estamos rodeados por la muralla, desde la terraza, cuyos piedras del pretil, que algunos desalmados derribaron, se ven caídas sobre el terraplén. A mi izquierda aparece una especio de ermita-cueva artificial protegida por una verja de hierro, dentro hay un tesoro, un tesoro que reveló el moro Allen al capitán Alonso Pérez de Sarabia, cuando lo tomó el día 8 de septiembre de 1198; el moro dijo que si le salvaban la vida contaría donde estaba el tesoro, se la perdonaron y el moro contó donde estaba el tesoro, un verdadero tesoro espiritual: la Virgen de Peñarroya, patrona de Argamasilla y de la Solana, amén de otras joyas materiales. La imagen actual es de piedra blanca que parece mármol de Macael en hornacina, custodiada por dos pergaminos del mismo material pétreo, un manuscrito que cuenta la historia del castillo y su leyenda mariana. Fue un castillo musulmán conquistado después por las órdenes militares de Santiago y San Juan…

   Al borde mismo del castillo de Peñarroya, enfrente, se ve la presa del pantano de Peñarroya, no se ven instalaciones hidroeléctricas; es una pena no aprovechar este «guadiano» salto de agua. La Confederación Hidrográfica española o aprovechamiento integral de los ríos, fue idea del Conde de Guadalhorce, que era el sevillano Rafael Benjumea y Berín (1876-1952), ministro de Fomento de la dictadura de Primo de Rivera ente 1926 y 1930. Aunque nada tiene que ver con esta presa, ni con el Canal del Gran Prior que riega las tierras de la Argamasilla dentro del plan Nacional Hidrográfico actual que es de la Ley 10/2001. Pero la historia del Canal del Gran Prior es mucho más antigua, y la escribió doña Pilar Serrano de Merchán, que por avatares de la vida es además secretaria de las sociedad cultural de «Los Académicos de la Argamasilla», pues bien en el capitulo 5.- «Las Aguas», páginas 83-111, de su libro La Argamasilla que nos precedió (1875-1923), Ediciones Soubriet, 2001. Nos explica los avatares de las aguas regables y potables:

   «Los conflictos surgen a partir de una Real Orden de 11 de junio de 1783, ya que en esta fecha se le autoriza al Infante don Gabriel, Gran Prior de la orden de san Juan, la construcción de un Canal, derivado del río Guadiana Alto, que empezaba en el pantano o laguna de Miravetes –depósito de las aguas– y terminaba en río Záncara». El río Záncara es afluente del Cigüela, cerca de Villarta de San Juan.

   Después, en 1841 llegó la desamortización y el canal fue secuestrado a la orden de San Juan, y vendido, pero de esta historia casi cervantina no quiero ocuparme. Porque aquí en la Mancha, como ya he analizado antes, uno puede decidir acordarse o no acordarse de algo a voluntad, lo cual es una ventaja, un as en el recuerdo.

   Abandonamos el castillo y tomamos dirección a Argamasilla de Alba. Empiezan los cultivos de regadío gracias al canal, la carretera empieza a llanear, hay un cruce que dice Tomelloso, pero nosotros lo pasamos de largo, ya se ve en el llano Argamasilla, ya estamos cerca. Me pregunto, ¿existirá aún la vieja y amable fonda de la Xantipa que ponía de cenar duelos y quebrantos, salpicón o acaso alguna olla de algo más vaca que carnero? Aquella viuda de ojos grandes y labios abultados de la que usted nos habla al final de capítulo II y en el VI de La ruta… Ya estamos en la deseada Argamasilla, hay una rotonda, un Stop, un molino a la derecha, un don Quijote de pie, enfrente el símbolo de la ciudad: un Quijote y un Sancho, cabalgando, y un letrero: En un lugar de la Macha.

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