Buscando a Azorín por La Mancha (17)

Ramón Fernández Palmeral

El Toboso de mis amores

Señor Azorín:

   Como su viaje en marzo de 1905 le llevó desde Campo de Criptana al Toboso, sería negligente por mi parte saltarme «la gran ciudad de El Toboso», y como en este viaje no vamos a desplazarnos a ella, voy a recordar otro viaje anterior que hicimos al domicilio de la sin par Dulcinea, princesa de La Mancha, emperatriz de los caballeros andantes; una metrópolis, no se muy bien dónde lo he leído, que se salvó de la destrucción por las tropas napoleónicas en 1809, por ser, precisamente, la patria de Dulcinea. Este romántico proceder del invasor francés, este indulto a un personaje literario trasciende la realidad cruel de la historia. Sin embargo, a pesar de todo este bagaje entre la historia y la ficción, El Toboso aun no figura en el catálogo del los Conjuntos Histórico-Artístico, y eso que sus ediles y amigos del saber no paran de organizar actividades culturales.

   Usted le dedica dos crónicas a El Toboso, la XIII y la XIV en su maravilloso y comentado libro, que ya dijera José María Valverde que usted era «el mejor crítico de la obra cervantina». En la primera crónica nos narra que llega a El Toboso en un carrito, volvemos a las refutaciones del medio de transporte que es la clave de todo viaje. Si usted llegó a Criptana en tren, y se desplaza de Criptana al El Toboso en carrito, ¿dónde alquiló el carrito?, hubo de ser en Criptana, pero no nos dice nada sobre un nuevo carretero, o ¿caso usted nos habla de un carrito conceptual como una continuación a las crónicas anteriores?, para que el lector ingenuo, no atento a sus juegos malabares haga una elipsis o una asociación libre sin pararse a pensar en la logística tan necesaria y precisa en los libros de viajes como el caso del francés Pierre Loti, que no equivoca los medios de transporte en sus infinitos viajes alrededor del mundo, porque en realidad no los nombra.

   En la crónica XIII usted entra en El Toboso: «El Toboso ya es nuestro. Las ruinas de paredillas, de casas, de corrales han ido aumentando; veis una ancha extensión de campo llano cubierta de piedras grises, de muros rotos, de vestigios de cimientos. El silencio es profundo; no descubrís un ser viviente; el reposo parece que se ha solidificado». Una descripción injusta del Toboso como un pueblo triste y muerto, la iglesia con «la torre cuadrada, recia, amarillenta, de la iglesia y las techumbres negras de las casas», nos habla de una ermita ruinosa, negra, entre árboles escuálidos, para llegar a la síntesis de que en este pueblo reina toda «la tristeza de la Mancha».

   Era media noche más o menos cuando Don Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso, cuando el pueblo era un remanso de sosegado silencio, no se oía ni el ladrido de los perros, el rebuzno de un jumento, el gruñir de los puercos ni el mayar o maullar de los gatos, cuando le pidio a Sancho que le guiara al palacio de Dulcinea. «Guió don Quijote, y habiendo andado como doscientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra [si era la medio noche poca sombra podía dar la torre], y vio una gran torre, y luego conoció que tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo: –Con la iglesia hemos dado, Sancho» (II,9). Esta famosa frase no tiene segunda intención ni puede tenerla, como escribe Martín Riquer y también Francisco Rico, y sólo quiere significar que en vez de dar con el alcázar o palacio de Dulcinea han dado con el edificio de la iglesia. Porque la iglesia es el eje central de este pueblo como de tantos otros de La Mancha, que como un faro/torre y el lenguaje de sus campanas anuncian los acontecimientos más puntuales de una sociedad rural, desde un nacimiento, a un entierro, una fiesta o las llamadas a misa.

La nota de Martín Riquer dice:

   «No obstante, esta frase, desfigurada de cómo la escribió Cervantes («Con la Iglesia hemos topado») ha venido a significar que no es conveniente que en los asuntos de uno se interponga la Iglesia o sus ministros, a pesar que nada de esto estuviera en la intención de Cervantes». La realidad es que se ha convertido en frase proverbializada para indicar un enfrentamiento con una autoridad de la que hay que cuidarse. Porque evidentemente el diálogo «quijotesanchesco» no continúa por estos derroteros, aunque le maldiga con «-¡Madito sea de Dios, mentecato!», al equivocarse Sancho por tomar una callejuela sin salida buscando el supuesto palacio.

   A pesar de que es evidente que nombra la iglesia con minúscula, lo cual identifica a un edificio y no a la Iglesia con mayúsculas como entidad religiosa. No era posible otro sentido, sino el panegírico, porque como dice la Aprobación de la Segunda parte de don Quijote, escrita por el censor y capellán toledano El Maestro Josef de Valdivielso, y firmado en Madrid, a 17 de marzo de 1615, escribe: «no contiene cosa contra nuestra fe católica, ni buenas costumbres».

   No nos habla usted del convento de las Trinitarias Recoletas. Unos párrafos más adelante «La sensación de abandono y de muerte que antes os sobrecogiera, acentúase ahora por modo doloroso a medida que vais recorriendo estas calles y aspirando este ambiente». Nos dice que la calle principal se llama del Diablo, y no es verdad. Nos dice que la mansión de la más admirable de todas las princesas manchegas es una «almazara prosaica»; en la nota 37 de la edición José María Martínez Cachero, aclara: «A la almazara en que Azorín vio convertida [en] la supuesta casa de Dulcinea de El Toboso, ha sucedido en días más recientes la instalación de una biblioteca cervantina, con mobiliario y objetos típicos de la Mancha». Sin embargo, a mi entender hay un error, ya que esta biblioteca cervantina está frente a la iglesia y se denomina Centro Cervantino y es, hoy día un Museo de ediciones de El Quijote que abrió sus puertas en 1983, no tiene pinta de haber sido almazara.

   La historia del Toboso se remonta a tiempos ibéricos y romanos, fue musulmana hasta las Navas de Tolosa en 1212. Formó parte del Común de la Mancha (1353). En 1531, la emperatriz Isabel (esposa de Carlos V, la mujer más bella de su tiempo), le concede el privilegio de Villa, quedando el término del Toboso reducido a 223 kilómetros cuadrados. Tiene 2.069 habitantes en el censo de 2001 y esta a 635 metros de altitud. En el Toboso hay otra famosa Isabel Fernández Morales, “Ama” de la hospedería La Casa de la Torre, dice Antonio Aradillas que la casa tiene un pozo con la misma profundidad de la altura de la torre de la iglesia. ¿Cuánto miden? Cada nueve de octubre (onomástica del bautismo de Cervantes), es fiesta de guardar en La Casa de La Torre, se otorga el título de Dulcinea a la mujer que más se haya distinguido en difundir la obra cervantina. Y a «Media noche era en filo, poco más o menos» (II,9), es ocasión de rondar a Dulcinea, con guitarras y poesía por las calles que llevan nombres de poetas españoles.

   Al final de esta crónica, usted nos contará la leyenda en boca de los toboseños, de la dueña de la casa de la supuesta Dulcinea doña Aldonza Zarco de Morales, pero no se llamaba Aldonza sino Ana Martínez de Zarco Morales, de ahí el nombre de Dulcinea (Dulce Ana). El viajero puede visitar tres museos: La Casa-Museo de Dulcinea, el Centro Cervantino y el Museo de Humor-Gráfico Dulcinea con una colección de ilustraciones humorísticas cedidas por el dibujante gráfico Mena, Mingote y otros dibujantes, en una casa manchega rehabilitada. La Casa de Dulcinea es realmente lo más conocido, casa de labor manchega pero de algún hidalgo o caballero, no pechero, que se construyó en el siglo XVI con planta rectangular y dos alturas, con una tercera en la parte central a modo de torreón, fachada de piedras y portada adintelada que se remata con cornisa y dos escudos, sillares en las esquinas. Al interior en la planta baja ofrece la típica estructura de un caserón manchego con cocina y dependencias de labor, huerto trasero, pozo, y dormitorios en el segundo piso, y una redistribución de enseres para recrear la época. Alberga un Museo quijotesco, decorado al estilo manchego de la época con techos de vigas de madera, chimenea y enseres domésticos. Hay que pagar un óbolo para visitar el interior del museo.

   Hemos de recordar por obligación algunos párrafos de la carta de un enamorado: De don Quijote a Dulcinea: «El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene [esta es una fórmula ya usada en la Galatea]. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento…» (I,25).

   Nos habla usted de los Miguelistas del Toboso que no son otros, sino aquellos que creen que el abuelo de Miguel era del Toboso, y donde aparece en escena don Silverio el maestro, a quien usted le dedicó su libro La ruta..: «Al gran hidalgo don Silverio, residente en la noble, vieja, desmoronada y muy gloriosa villa de El Toboso; porta autor de un soneto a Dulcinea…». La crónica XIV está dedica íntegramente a describir y a conversar con don Silverio, el tipo más clásico de hidalgo que ha encontrado en tierras manchegas, y nos dirá que existe una afinidad entre él y los muros en ruinas del Toboso, y que tiene la idea de que Miguel de Cervantes era de Alcázar, por la teoría ya desechada del alcazareño don Francisco Lizcano y Alaminos que en 1892 publicó un libro donde habla de la partida de bautismo de un tal Miguel de Cervantes Saavedra nacido el 9 de noviembre de 1558. Don Silverio tiene un pleito con los frailes y una colmena con una ventanita de cristal por donde puede verse trabajar a las abejas, y por dos veces se aferra en afirmar que el abuelo de Miguel era del Toboso. También lo reafirma doña Pilar, una dama manchega, tan española, discretísima y afable que sirve un «brebaje amoroso».

–¿Sabes tú qué es un brebaje amoroso? -pregunto a mi mujer con discretas palabras, por si acaso.

–Eso será una manzanilla con miel y jalea real, ya que don Silverio tiene una colmena. Y además si se le echa una ramita de hierbabuena ya tienes un té moruno. Y si no tienen hierbabuena pues sirve también la hierba-luisa.

   Esta señora doña Pilar aparece y desaparece en la crónica como las manchas de alcohol en la camisa. Tanto si Cervantes era de Alcalá o de Alcázar usted arremete contra los académicos o eruditos siempre orgullosos e impertinentes a los que considera «un poder oculto, poderoso y tremendo». Por qué quitarle a los del Toboso la creencia de que aquí han vivido parientes de Cervantes cuando hay una casa que llaman La casa de Cervantes, con un escudo de familia o de armas con los símbolos heráldicos: Dos ciervas en campo duermen, /la una pace, la otra duerme;/ la que poace, paz augura; la que duerme, la asegura.

Y mi mujer me pegunta con la ruta en la mano:

–Si Miguel no era del Toboso sino de Alcázar, según don Silverio, y el padre de Miguel se llamaba Rodrigo y el abuelo Juan, ¿por qué Azorín adjudica lo de «Los Miguelistas» a los del Toboso, no lo entiendo? Lo lógico hubiera sido llamarles pajes de la princesa de La Mancha.

–No le des más vueltas, una rosa es una rosa –me pongo rilkeriano-, que esto de «cervantear «conduce a inventar y polemizar. Esto es porque si los de Argamasilla son Académicos, los de Criptana son Sanchos, pues los de El Toboso serían Miguelistas, pero como ha resultado ser de la complutense ciudad, quieren que la familia de Cervantes sea de allí. En fin, no tiene otra explicación.

–De acuerdo, bien, y qué importancia tiene esto, qué cualidad peculiar es esta tontería. Lo importante, creo, es el viaje, el camino.

   El abuelo paterno de Miguel se llamaba Juan Cervantes, y según los más rancios eruditos como Nicolás Díaz de Benjumea el abuelo paterno era de Galicia, corregidor en Osuna, cuyo apellido se nombra en honra en los anales de las guerras contra los «moros en España», ahora según Andrés Trapiello era cordobés, estudió leyes, llegó a teniente corregidor y se instaló en Alcalá de Henares. Escribe este autor que en 1819 Navarrete publicó Vida de Cervantes, acompañado de documentos ilustrativos, que fijan la opinión de que Miguel nació en Alcalá de Henares, calle Imagen, pero no fue hasta 1858 cuando se declaró oficialmente la villa complutense como patria de Miguel de Cervantes. Porque si el Miguel de Alcázar nació y fue bautizado en 1558 no pudo ser soldado en Lepanto en 1571. Por el origen del abuelo se cree que Cervantes era converso de origen judío, de ahí que siempre se la adjudicaran contaduría y recaudaciones, cosa de judío es contar maravedíes y buscar la x, porque donde hay una x hay matemáticas. Y por esto no le dejaron pasar a las Indias con arreglo a las Leyes de Ovando que no daban salvoconducto a converso, bien de origen morisco o judío.

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