Buscando a Azorín por La Mancha (20)

Ramón Fernández Palmeral

De Puerto Lápice al Mar Menor de La Mancha

Sr. Azorín:

   No eran las del alba sino la hora de la sobremesa cuando nosotros salimos de Puerto Lápice dirección sur hasta Villarta de San Juan. Nosotros salimos contentos, tanto como don Quijote, «tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. Mas viniéndole a la memoria los consejos de su huésped acerca de las prevenciones tan necesarias que había de llevar consigo, especial la de los dineros y camisas, determinó volver a su casa…». Nosotros regresábamos al mar menor de La Mancha, me refiero a Las Lagunas de Ruidera, por supuesto, camino de Villarta de San Juan, Cinco Casas, Argamasilla y Ruidera. Nos quedaban aún 71 kilómetros para llegar al Hotel La Colgada y darnos una ducha.

   Al salir de Puerto Lápice hacia el sur nos equivocamos de carretera, yo seguía la N-420 para Arenas de San Juan y Daimiel, zona húmeda donde renacen los Ojos del Guadiana en las Tablas del mismo nombre, que es Parque Natural, donde el tímido río toma dos compañeros, los afluentes el Cigüela y el Azuer. A ambos lados de la carretera viejos olivares cenicientos, de troncos centenarios, se ríen de nuestro error con sus ramas en asa y sus ojos burgueses, di la vuelta en una explanada donde se veían grandes tinajas, gigantescas tinajas gordinflonas como cisternas de camiones, unas de pie y otras tendidas, cercadas en una propiedad privada. Hice un cambio de sentido y tomé la autovía A-4, y me desvié para Villarta, pueblo por el que usted pasó y lo nombró al final de la crónica VII, de La ruta…, y nos describe: «Pero el tiempo ha ido transcurriendo: son las dos de la tarde, ya hemos atravesado rápidamente el pueblecito de Villarta, es un pueblo blanco, de un blanco intenso, de un blanco mate, con las puertas azules». Usted venía de Argamasilla de Alba a Puerto Lápice lo hace en una jornada en el carrito conducido por ese hipotético Miguel y la jaca. De Villarta a Puerto Lápice hay unos 10 kilómetros y usted llega a las cinco de la tarde.

   Usted tampoco nos habla del puente romano tendido a la entrada de Villarta que da paso al río Cigüela, a lo mejor no lo vio. ¿Por qué usted no nos habla de este puente? Quizás porque Miguel de Cervantes tampoco lo nombra o porque se conoce vulgarmente como el puente viejo y no como puente romano. Tomé algunas notas del cartel informativo instalado junto al puente, situado en el kilómetro 145,6 de la N-V. Datos fiables: tiene una longitud aproximada de 460 metros de longitud y 7 metros de anchura, con 47 ojos, divididos en tramos, uno de 19 ojos y en el segundo de 25 ojos, los otros 3, de grandes dimensiones, todos distintos y distribuidos de forma irregular, salvan una zona pantanosa, que forman cuando llueve el Cigüela y el Záncara. Construido en piedra y argamasa para unir las localidades romanas de Laminium-Consamburus. Actualmente se le somete a una rehabilitación con motivo del IV Centenario para que sea peatonal, todo un acierto. En 1809, en la guerra de la Independencia se destruyeron los arcos 7 y 11. Hay otro puente romano en Arenas de San Juan que ha de esperar otra oportunidad.

   Víllarta de San Juan fue una antigua fortificación defensiva de la Orden de San Juan. «Villa Harta», es decir, villa apretada, cercada o amurallada. Paramos a ver la iglesia de san Juan que estaba cerrada, fue construida a finales del siglo XV y principios del XVI. Su estilo pertenece al gótico tardío, reforzada con contrafuertes tiene aspecto de fortaleza más que de iglesia. Continuamos hacia el centro de Villarta, aparcamos junto a unas escaleras que dan a la plaza de la Paz donde está el Ayuntamiento, edificio de 1970. Contigua a la fachada del Ayuntamiento se encuentra la Torre del Reloj que es un edificio cuya construcción data del siglo XVII, de cuya época sólo se conserva el primer tercio, en cuya puerta estaba aparcado un coche de la Policía Local. Subimos las escaleras en diagonal hasta un el bar-cafetería con terraza, desde la cafetería veíamos una casa señorial cuya fachada ocupa casi toda la parte norte, conocida como Casa del Requete, posterior a 1913, tiene un gran patio interior.

–Buenas tarde, dos descafeinaos con leche.

–De sobre o de máquina –en todas partes la misma pregunta.

–De sobre y con leche que no esté muy caliente –El camarero era un joven diligente, charlatán, que me comentó que había dejado Madrid para instarse en este pueblo, gracias a la venta de su piso madrileño.

   Tomamos el desvió a Cinco Casas por una carretera en línea, donde se ven marjales, trigo y alcacel, aun temprano. Cinco Casas se haya dividida en dos zonas urbanas, una que es pueblo nuevo de calles rectilíneas y casitas bajas y la torre nueva de una iglesia, y la zona vieja, que se halla al pasar el viaducto del tren; nos acercamos hasta el antiguo apeadero donde usted nos cuenta que bajó, en la crónica II. Nosotros visitamos la cerrada estación, al final de una sola calle de casas viejas, la estación está pintada de rojo bermellón con grafittis, como se puede ver en la fotografía, tiene dos puertas y cinco ventanas. Cinco Casas es una pedanía que parece abandonada, del ayuntamiento de Alcázar de S. Juan, con una población de unos 600 habitantes, de economía principalmente agraria con un albergue de temporeros. Este pueblo nuevo se fundo en 1919. La estación, situada entre Alcázar de San Juan y Manzanares, ahora está cerrada y abandonada.

   Nos cuenta usted, señor Azorín, en la crónica II, que se trasladó desde Madrid a Cinco Casas, que es lo mismo que decir Argamasilla, en tren; debió salir de la desaparecida estación Mediodía. Aunque usted reconoció en Madrid (IV) que bajó en Alcázar de San Juan, y es así, porque no nos habló de la Fonda Museo del Ferrocarril de la estación. En mi artículo 15 he olvidado mencionar que dicha fonda ha cumplido 130 años desde su fundación (1875-2005), regentada por la familia Fernández, el fundador fue un tal Fernández Marchante. Actualmente se pueden observar, sobre el mostrador de la cafetería, tres maniseros gigantes, expuestos dentro de urna de cristal. Sobre las paredes se aprecian carteles informativos sobre la fonda-museo, entre ellas una foto de grandes dimensiones de la pila bautismal donde le echaron el agua a Miguel de Cervantes, un pie de página nos informa que en 1740, D. Blas Antonio Nasarros halló la partida de bautismo de D. Miguel, fechada el 9-10-1547, en la Parroquia de Santa María la Mayor.

   Hay un diálogo con Los Miguelista del Toboso, crónica XIV; usted nombra a un tal Blas, que no es otro que Blas Antonio de Nasarro: «–Señor Azorín: que Miguel sea de Alcázar, está perfectamente; que Blas [Antonio de Nasarro] sea de Alcázar, también; yo tampoco lo tomo a mal: pero el abuelo, ¡el abuelo de Migue!, no le quepa duda, señor Azorín, el abuelo de Miguel era de aquí…»

   Visitado el apeadero de Cinco Casas desde esta pequeña localidad partía el camino para Argamasilla de Alba, trayecto que hizo en diligencia: “tras largo caminar en la diligencia por la llanura, entráis en la villa ilustre.. ” Aunque parece ser que Azorín nos miente, no viajó sólo, le acompañó un antiguo reportero llamado Miguel, y cuando llegaron a Alcázar de San Juan alquilaron un carrillo tirado por una pequeña yegua. Según escribió en La amada España, según José María Martínez Cachero.

   Su crónica II, «La Marcha», está contada desde la fonda de la Xantipa, cuya dueña era una viuda de Argamasilla de Alba, ahí nos hace un flash back del viaje en tren desde Madrid hasta la estación de Cinco Casas. Posterior a 1905 se construyó una línea férrea entre Cinco Casas y Tomelloso con estación en Argamasilla de Alba. Hubo una línea férrea entre Cinco Casas y Tomelloso, con una estación intermedia en Argamasilla de Alba, que se abrió el 15 de febrero de 1914, por ello, evidentemente, Azorín no tomó este tren que le hubiera dejado en el apeadero de Argamasilla. Su constructor fue Francisco Martínez “El Obrero, político y escritor de Tomelloso. Tenía la línea 19,250 Km, y tres puentes metálicos. Se suprimió el servicio de viajeros en abril de 1971. Continuó como tren de mercancías por la línea de régimen de maniobras. El último tren especial, «Manantial del Vino», pasó el 5 de abril de 1987. Ha sido una constante e inútil reivindicación de la Asociación Manchega de Amigos del Ferrocarril. Se pacto una Vía Verde, que los Ayuntamientos no han cumplido hasta le fecha. Recojo la pérdida de esta línea como homenaje a Azorín, que tanto amor tenía por los llamados «caminos de hierro», como lo demuestra en su libro Castilla.

   En uno de mis viajes de Alicante a Andalucía, con parada la estación de Alcázar de San Juan, observé que hay una parada de veinte minutos para cambiar la cabeza de la locomotora, esto hace que los viajeros que viajan en Arco mirando al frente, lo hagan luego de espaldas. Bajé y pegunté a un interventor sobre la antigua línea férrea entre Cinco Casas y Tomelloso, y me dijo:

–Hace unos veinte o veinticinco años dejó de funcionar, los socialistas la cerraron por falta de rentabilidad, así como los apeaderos de Marañón y Herrera de la Mancha.

–Muchas gracias por la información.

   Ciertamente, en 1905, no existía la línea férrea entre Cinco Casas y Tomelloso, pues de lo contrario Azorín hubiera viajado en ferrocarril, como tanto le gustaba y del que escribió los inicios del ferrocarril en España, en su libro Castilla (1912). Hoy día existe un regional diario entre Albacete y Ciudad Real, con parada en Cinco Casas a las 8.05 horas. Este tren manchego sale a las 6.35 horas de Albacete y llega a Ciudad Real a las 8.55 horas. Desde Cinco Casas continúa con paradas en Manzanares, Daimiel, Almagro y Ciudad Real. Me he prometido hacer esta ruta, debe ser una gozada viajar por el queso manchego del llano.

   La carretera recta como una regla continúa hacia Argamasilla, el trigo y el alcacel, los marjales, y las grandes norias con sus aspersores giratorios regando, la llanura esta domesticada, dócil, apacible, mientras ya el sol da sus últimos aletazos y ha hecho una raja en el cielo, por donde entre cortinas, se anunciará el crepúsculo.

   Pasamos otra vez por Argamasilla de Alba, sin detenernos, los jóvenes mozos de 80 años charlan sentados en la plaza de España; era ya esa hora de la tarde en que apetece dar un paseo y charlar de cómo están los programas basura de la televisión y las últimas noticias de la violencia de género. Sansón Carrasco seguía allí de pie con sus libros bajo el brazo. La carretera para Ruidera continúa por muchos kilómetros cogida de la mano del Canal del Gran Prior. Otra por el Castillo de Peñarroya con la luz amarilla de sus piedras, con el tono del as de oros, las aguas del pantano no se ven. Mi mujer escribe a mi dictado en el bloc de notas, datos que no quiero olvidar para después tener razones fiables a la hora de pasarlos a limpio

   Cuando entramos en Ruidera los labradores del huerto siguen allí, la tierra es esclava de los afanados labradores. Me viene a la cabeza un cuarteto del soneto 26 de El rayo que no cesa (1936) de Miguel Hernández:

Por una senda van los hortelanos

que es la sangrada hora del regreso,

con la sangre injuriada por el peso

de inviernos, primaveras y veranos.

   Entramos el pequeño mar de La Mancha por la Laguna del Rey [se refiere a Carlos III]. Después de asearnos se hace la hora de cenar en la cafetería. Me senté en el borde de la cama, mirando las nocturnas aguas de la laguna, con las tres barcas varadas en sus boyas amarillas que seguían soñando con las playas y el mar, los tres patos volvieron a rondar a una tajada de luna menguante un poco más al sur de las lomas lejanas, más al sur de cuando las vimos ayer noche.

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