A Eduardo

Felipe Medina Santos

  

Iba siempre por la izquierda. Con la vida pegada a la pared y el miedo pegado a la pechera. Orgullo de juventud aupada en deportivas y precaución en las esquinas por si la pistola, por si la bomba, por si el terror nacía en los cruces. Era sospechosa la lluvia y la sombra de los árboles.

   Diez y nueve de Febrero. Dos mil dos. Las prisas son las prisas. Y había quedado con la ilusión de vivir y no podía llegar tarde. Subió al coche y le explotó la sangre en pájaros rojos, en granadas lorquianas. Arco iris de dolor, yugulada la esperanza. A lo mejor no llegaba a tiempo a la cita y la vida no sabría esperar. Y se iría poco a poco, sobre las deportivas blancas, de espaldas a la juventud, con el miedo ganando las olimpíadas de la muerte.

   Lo envolvieron como a Ignacio Sánchez Mejía. Que nadie lo viera de frente porque hay que revestir las heridas de elegancia. Aunque el dolor suba como una cosecha de cuchillos, como espigas amargas, como amapolas reventonas.

   Ha estado ante sus asesinos. En la Audiencia Nacional. Catorce de Noviembre. Con un sol madrileño cálido e íntimo. Acunando el dolor de una madre que murió a los ocho meses. De infarto, dijeron los que no entienden de maternidades fecundas. De pena, de tristeza, de melancolía es lo más seguro.

  
Y padre quedó maltrecho, mutilada el alma, con ortopedias para ir apoyando la inseguridad de la vida.

  
Eduardo miró a sus asesinos. De frente. Como quien ve el mar manchado de oscuros chapapotes. Sentado sobre la gallardía de quien ha sido más fuerte que el odio. Recordando a su madre, a su padre. Asegurando que ni ETA ni nadie le ha movido de sus ideales políticos. Con la serenidad de quien se siente con ganas de luchar por la paz, por el equilibrio de una sociedad sin odios.

  
Compañeros de izquierdas, madres buenas y padres honrados que siguen luchando por sus hijos. Todos abrazados al muchacho que un día apoyaba la vida en unas deportivas blancas.

  
Nadie representando a la Asociación de Víctimas de Terrorismo. Ausente Alcaraz y los corifeos del odio que apuestan por el fracaso, que no entienden el valor de la palabra. Rajoy, Acebes, Zaplana estaban en un mitin exigiéndole al gobierno respeto para las víctimas de ETA. Reprochando que los demócratas hemos traicionado a los muertos. No estuvieron al lado de Eduardo Madina cuando sólo la dignidad y un cristal blindado lo separaban de sus asesinos.

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