Un profundo convencimiento

Felipe Medina SantosAznar tenía un profundo convencimiento: Existían armas de destrucción masiva. Sabía de su existencia como todos los demás. Igual que el farero de Vigo y el capataz de los pasos sevillanos. Todos, sin excepción, éramos conscientes de la misma verdad. Nos lo había dicho Bush mientras apoyábamos los pies en la mesa oval. Todos estuvimos compartiendo amistad.Todos disfrutamos idéntica responsabilidad de amistad.

Ben Laden se entendía con Sadam. Habían sido, tal vez, compañeros de pupitre. Y esas son deudas que se pagan como se pagan las deudas del amor. Y todos, igualmente, sabíamos de esos amores secretos. Secretos y nada ortodoxos. Amores concubinos de infancia que había que romper cuanto antes para que el mundo no se infectara de no se sabe qué oscuras concupiscencias. Aznar, y todos nosotros con él, sabíamos de la complicidad de los gestos. Compañías peligrosas, muy peligrosas, de las que nos advertían los educadores cuando éramos niños.
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Por eso un hermoso día todos los españoles, con Aznar a la cabeza, nos reunimos con Bush y Blair en el marco incomparable de las Azores y decidimos que nuestro deber y la más gloriosa de las obligaciones nos llevaban a declarar una guerra preventiva a Irak. Terminaríamos así rápidamente con los concubinos amoríos de un dictador, aniquilaríamos las armas de destrucción universal y dispondríamos de petróleo suficiente para nuestros doscientos kilómetros por hora.
Bush-hermano visitó la República de España y lo predijo sin rodeos ni lenguajes hipócritas: nuestra entrada en una guerra, por ilegal que fuera, nos acarrearía grandes beneficios. El oro negro rebosaría de nuestros bolsillos con la condición, la sencilla condición, de matar iraquíes. Petróleo por sangre: estraperlo irremediable por necesario.

Y allá que nos fuimos, novios de la muerte, con nuestra experiencia histórica de matar moros, a las órdenes de Aznar. Todos éramos responsables de la sangre derramada porque todos éramos conocedores de la existencia de aquellas malditas armas, de la complicidad de Ben Laden y Sadam y de la existencia de un eje del mal. Y todos habíamos tomado la decisión de combatir cuerpo a cuerpo como occidente civilizado que somos, como guardianes de los valores eternos que somos, como vigilantes de la moral y del cristianismo que somos. Nuestra inclusión responsable en esa guerra era consecuencia del conocimiento que todos teníamos y del que nos había hecho partícipe el Sr.Aznar.

Ha llegado el ángel exterminador. Nos ha expulsado del paraíso. Nos ha expropiado el conocimiento del bien y del mal y Aznar y todo el pueblo español que consintió en esa guerra, junto a él, debemos exiliarnos y ganarnos el petróleo con el sudor de nuestra frente. Por ahí andaremos pariendo con dolor infinito un bienestar que hemos perdido como afeminados boabdiles.

¿Todos? ¿Todos? ¿Todos creímos a pie juntillas a los Aznar, Blair y el Emperador? Todos, menos esos millones de españoles que gritamos nuestro desacuerdo por las calles de todo el país. Menos los que siempre supimos que la mentira era mentira aunque se proclamara en las Azores. Menos los que nos negamos a salir del rincón de la historia, según se nos decía. Menos los que preferimos el sudor de cada día a la sangre derramada. Menos los que no quisimos ser cómplices de un cesarismo de mercadillo.Menos los que estábamos en contra del genocidio irakí.

“En ese momento todos pensaban (tercera persona del plural) que existían armas de destrucción masiva. Ahora, todos sabemos (primera persona del plural) que no era así. También yo” ¿No lo pensaba usted, Sr. Aznar? ¿Le engañó miserablemente Bush con el mismo cinismo que empleó usted en engañarnos a nosotros? ¿Por qué prefirió la visión belicistamente loca de Bush a la de la ONU? ¿Cómo se decantó por la ilegalidad del emperador antes que por la opinión de Naciones Unidas? ¿Qué concepto de amistad tiene Bush para engañar a su amigo José María? Si pretende ser inocente reconozca que cayó en el más burdo engaño. Si no lo engañaron, se precipitó en la traición más abominable al pueblo iraquí y al pueblo español. A ninguna de las dos cosas tenía usted derecho, y de ninguna puede salir impune ante la historia. Admita, señor Aznar, su incapacidad para haber sido Jefe de un gobierno democrático.

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