Contenedores de vida y libertad

Contenedores de vida y libertadBlanca Calvo (consejera de Cultura)

Seguro que la mayor parte de ustedes saben que el 23 de abril se celebra el Día del Libro. Es un importante día de celebración. Por supuesto para mí, que no puedo ni quiero perder mi alma de bibliotecaria. Pero creo que para todos. Como personas individuales y como comunidad.

No sé si se han parado alguna vez a pensar en qué es realmente un libro. Yo lo he hecho a menudo, llegando a una conclusión: los libros son contenedores. En sus páginas, tras la pantalla de blanco y negro del texto o en color de fotos o ilustraciones, se encuentran los sueños, sentimientos e ideas de personas que existieron hace cientos de años, o que nunca llegaron a existir más que en la imaginación de otras personas. De novelistas que viven a miles de kilómetros de distancia y ven la vida casi exactamente igual que nosotros, poniendo en palabras algo que llevamos dentro y que no sabemos expresar, o de poetas ignorados que viven en nuestro mismo bloque y que un día, al leerlos, nos descubren una forma nueva de contemplar el mundo.
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Cuando abrimos estos contenedores nos encontramos con fuertes dosis de vida dentro de ellos. Vida en forma de paisajes exóticos, de datos nuevos sobre la realidad que nos rodea o que rodeó a nuestros antepasados, de aventuras reales o imaginadas, de pensamientos e ideas que nos transforman.

Lo bueno de los libros-contenedores es que nunca están totalmente cerrados y son permeables. Nunca forman un todo completo y acabado, porque entre contenedor y contenedor hay un montón de intersecciones complejas, laberínticas y apasionantes, de tal manera que penetrar en uno de ellos nos despierta el ansia de pasar al siguiente, y al siguiente, e ir aún más allá.

Estos contenedores mágicos tienen en su interior salas de espejos en los que podemos mirarnos como personas y, al mismo tiempo, grandes ventanas desde las que contemplar el mundo y nuestra sociedad. También tienen bálsamos que curan nuestras heridas y consuelos que alivian nuestras tristezas.
La censura y la estupidez los ha intentado destruir en muchas ocasiones, sin conseguirlo. Esa censura y esa estupidez son los mayores enemigos de los libros, porque los libros contienen, además de vida, libertad. Dan ojos al ciego y oídos al sordo, permiten correr al cojo y ser audaz al cobarde, dan que pensar al iletrado y hacen viajero al sedentario.

Los libros nos hacen mejores personas, porque nos hacen personas más completas. Y una sociedad de personas más completas y mejores es una sociedad mejor. Porque, por si no lo han adivinado o experimentado, en esas intersecciones entre los libros-contenedores, en esos espejos y en esos viajes que dentro de ellos encontramos, nos cruzamos con personas a las que aprendemos a entender y apreciar o con las que, al menos, podemos dialogar aunque no piensen como nosotros.

Termino citando a un gran poeta manchego-catalán-oriental. Universal, en resumen, como todos los verdaderos poetas. Es José Corredor-Matheos, que en el manifiesto conmemorativo del Día del Libro 2007 en nuestra región no pide: “leamos, por favor. Por el bien de todos, leamos. Leyendo vivimos muchas vidas, y la nuestra es más plena y más rica”.

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