¿Educación para quién?

Mª Luisa Soriano Martín (Viceportavoz Grupo Popular Cortes de C-LM)

Me da la sensación de que la asignatura llamada pomposamente Educación para la Ciudadanía trata de esconder, no sé si por desidia o por mero desconocimiento, una serie de valores de nuestra historia y de nuestra cultura que no deberíamos permitir que nuestros hijos abandonasen.

Y lo más grave es que en ayuda de una materia que, más que enseñar, lo que hace es moldear las conciencias, salen de la oscuridad, siniestramente, sus cómplices, que sepultan, aún medio vivo, un patrimonio conceptual riquísimo, bajo las losas de su apoyo, de su justificación y de sus amenazas. Utilizando unos métodos más propios de regímenes rancios, con la rapidez de la corriente eléctrica, un crecido número de máquinas humanas obedecerán y consagrarán una serie de ideas, en muchas ocasiones sin entenderlas, y siempre sin calcular que, metidas contra natura en los tiernos cerebros de nuestros hijos, servirán de palanca para llevar a la sociedad entera a un adoctrinamiento que la haga fácilmente manejable: Un Mundo Feliz.
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Vender esta asignatura como una herramienta para el conocimiento de los derechos y libertades es publicidad engañosa. ¿Qué derechos? ¿Qué libertades? Decía Montesquieu que “una cosa no es justa por el hecho de ser ley: debe ser ley porque es justa.”, y el contenido de esa asignatura atenta contra las leyes naturales más básicas. Leyes que, desde las primeras civilizaciones, han servido para la evolución de las sociedades, lo que ha permitido alcanzar, a día de hoy, cotas de intolerancia, sexismo o violencia bastante inferiores a las que las generaciones anteriores manejaban. Esas leyes naturales han servido de base para que la condición humana se haya ido puliendo. Por eso, romper esas leyes naturales sería un acto de inconsciencia por nuestra parte, y un triunfo injusto para las minorías que tratan de introducirnos como carneros en los corrales de la más revenida ignorancia.

Obligar a un alumno a que estudie unos valores, definidos como ideales solamente por un grupo reducido de pensantes, sin contar con el consenso de los padres o de la mayoría de los sectores sociales de nuestro país, es, a todas luces, injusto y propio de sistemas totalitarios de gobierno.
Máxime cuando esos supuestos valores se han extirpado sin anestesia y sectariamente de un conjunto de asignaturas como la Historia, las Ciencias Sociales, la Filosofía o la Literatura.

Son estas asignaturas las que pueden enseñar el respeto a la vida, propia y de los demás, así como la aplicación objetiva de la democracia como forma política que define no sólo los derechos que los alumnos tienen en sus colegios, sino también los deberes que sirven para curtir sus personalidades, en un ámbito en el que se les premie por su esfuerzo en el conjunto de actividades que desarrollan. Quitar horas de estudio de los grandes filósofos, de lectura de los grandes escritores y de conocimiento de los pueblos y civilizaciones que nos han precedido convertirá a nuestro país en un rebaño que se alimente del pienso de la vanidad. El que conoce la historia no repite los errores cometidos, en cambio, el que la desconoce no tiene posibilidad de escape de los fracasos más estrepitosos.

Imagino los anuncios de la vuelta al “cole” de los centros comerciales en tonos pardos, sin el dinamismo y la alegría que los caracterizan, y a nuestros hijos sentados en pupitres con olor a madera húmeda, en clases en las que serán adoctrinados y en las que, si nadie lo remedia, ondeará la sonrisa bobalicona de ese que está empeñado en decirnos lo que hay que pensar y en suplantar a los padres en la educación moral de sus hijos.

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