Las industrias culturales, un yacimiento de empleo para Castilla-La Mancha

Concha Sanz Miguel (Directora del Curso de Digitalización del Patrimonio Cultural de la UCLM)

¿Cabe alguna duda de que las industrias culturales representan un potencial de crecimiento económico y de creación de empleo para Castilla la Mancha?

Los organismos internacionales como la UNESCO, el Consejo de Europa, la OCDE o la Comisión Europea suelen referirse a las industrias culturales como aquellos sectores que conjugan la creación, la producción y la comercialización de bienes y servicios de carácter cultural protegidos generalmente por derechos de propiedad intelectual. De modo que la dualidad cultural y económica de esas industrias es su principal sello distintivo.
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Aunque resulta habitual utilizar las dos expresiones indistintamente, el concepto de industrias culturales forma parte del conjunto más general de las industrias de contenidos que incluyen el patrimonio, la edición, la prensa, la música, el turismo cultural, las artes del espectáculo, el diseño y toda la producción audiovisual (radio, cine, televisión, video, fotografía, videojuegos ….). Pero la era digital ha propiciado la aparición de un nuevo sector muy potente y dinámico formado fundamentalmente por pequeñas y medianas empresas de base tecnológica y por proyectos de I+D específicamente orientados a la actividad cultural que no puede clasificarse como  cultura de masas. En el contexto de este artículo, industrias culturales se refiere a esas prácticas relacionadas con la digitalización del patrimonio, la producción editorial digital, la administración digital, la teleformación (eLearning), la gestión de contenidos Web y la creación y gestión de museos, archivos y bibliotecas digitales. Actividades todas ellas reveladoras de modernidad y de la presencia de espíritus creativos y emprendedores.

En las regiones más avanzadas del mundo, el citado campo de actividad ya ha superado con creces la etapa de los pioneros autodidactas, multicompetenciales y aislados, para entrar en una fase de estructuración, cualificación y profesionalización del sector. Las profesiones de la cultura propias de la era digital se encuentran ahora en manos de equipos multidisciplinares integrados básicamente por técnicos, tecnólogos (humanistas con competencias tecnológicas), y expertos en contenidos (historia del arte, historia, geografía, antropología, arqueología…). Pero el surgimiento de este sector de actividad industrial no se produce por casualidad.

Hace ya ocho años, en Helsinki, el Consejo Europeo calificaba de vital para la competitividad Europa y para la salvaguarda de la diversidad cultural, el apoyo de los estados al desarrollo de las industrias culturales, teniendo en cuenta el lazo sustancialmente positivo que se venía apreciando entre cultura y desarrollo socioeconómico en la Europa de los Quince. En las conclusiones del Consejo, se hacían públicos unos datos oficiales según los cuales, “en 1995, el sector cultural proporcionó empleo en los países de la Unión Europea, a tres millones de personas aproximadamente, lo que supuso un 2% de todos los puestos de trabajo de la Unión Europea.” Las conclusiones del Consejo de Helsinki se mostraban rotundas al señalar que “en el transcurso de los años noventa, el empleo ha venido creciendo de manera significativamente más rápida en el sector cultural que en el conjunto de todos los sectores.” Se esperaba que el desarrollo de la sociedad de la información y el avance de las tecnologías punteras fueran a suscitar en el futuro una demanda creciente de servicios y bienes culturales. Y así ha sido, pese a que, como es habitual, la ola del progreso todavía no se ha acercado a nuestras costas.  

La resistencia española en aparecer en los puestos destacados en materia de desarrollo educativo, científico o de inserción en la sociedad de la información empieza a ser proverbial. ¡Y qué decir del lugar que ocupa Castilla la Mancha en el ya triste panorama nacional! Pese a ello, algunos nos resistimos a aceptar que estemos marcados por una especie de fatalidad que nos condene a renunciar a la competitividad en todo lo que al desarrollo cultural atañe. Es más: estamos convencidos de que en estos momentos precisamente concurren las circunstancias necesarias para dar un giro copernicano a los indicadores regionales de desarrollo cultural: el patrimonio artístico, literario, histórico y monumental de Castilla la Mancha es objeto de admiración en el mundo entero; la UCLM está formando a los especialistas con las competencias imprescindibles para el desarrollo de las industrias culturales y de la informatización masiva de la cultura; nos consta que la voluntad política para el diseño de estrategias regionales globales para la cultura existe y que es firme. Ahora sólo nos falta acertar en establecer la coherencia entre buenas intenciones y actuación, y así poder entablar el tramite de organización de las sinergias entre las partes implicada.  

Entre tanto, es justo considerar que la cultura en Castilla la Mancha sufre principalmente del mal de falta de política. La valorización de la cultura por parte de la Junta de Comunidades es ciertamente creciente en términos cuantitativos (presupuestarios), pero no lo es en términos cualitativos, si consideramos la dificultad manifiesta del gobierno autónomo para creer en la independencia, la integridad y la fecundidad de nuestra cultura, valorándola plenamente como recurso y como finalidad. Cuando la política cultural no ocupa un espacio relevante en los discursos, ni es convertida en un objeto de alta política, cuando se mantiene discretamente en el fondo la caja negra de las actuaciones gubernamentales, obviamente, no está donde debería estar.

Considero que el gran paso cualitativo se dará el día en que la cultura empiece a recibir en la política regional el tratamiento prioritario que se merece, al mismo nivel que la sanidad, la educación o el empleo. No hay otro camino, a mi modo de ver, que optar por  que la dispersión y la modestia del esfuerzo regional en materia cultural ceda el protagonismo a un Plan de Desarrollo Cultural en toda regla. El PDC consistiría en una estrategia global, metódica y transparente para la Región, debidamente acompañada de sus correspondientes instrumentos programáticos y financieros. Debería consistir en una herramienta específica y potente con tres ejes fundamentales: el apoyo al desarrollo de las estructuras necesarias a la creación de un tejido industrial sostenible para la cultura; un programa de digitalización masiva del patrimonio cultural regional; y un programa ambicioso de promoción y divulgación de la cultura castellano-manchega a nivel interno e internacional. A un plan de esta naturaleza, no le podrían faltar los apoyos europeos y nacionales necesarios para alcanzar sus objetivos.

Para la implementación del PDC, la Consejería de Cultura debería actuar como centro coordinador de acciones transversales que implicarían especialmente a los departamentos de Educación y Ciencia, Trabajo y Empleo, Turismo y Artesanía e Industria y Sociedad de la Información. También debería hacerse responsable la Consejería de la formulación de una política de integración sistemática de la cultura en las relaciones exteriores de la Región.

Los proyectos que aspiraran a formar parte del programa cultural de la Comunidad de Castilla-la Mancha deberían obligatoriamente perseguir con claridad algunos de los objetivos que se formulan a continuación, destinados todos ellos a conjugar la promoción y divulgación del patrimonio cultural regional con el uso de las nuevas tecnologías, a fortalecer el sentimiento de pertenencia a la Región de los ciudadanos castellano-manchegos o a facilitar que nuestra cultura ocupe el lugar que le corresponde en el concierto de la cultura universal:   
•    la contribución fehaciente de la cultura al desarrollo socio-económico regional;
•    la elaboración de estadísticas y de estudios en materia de cultura, empleo y crecimiento económico en la Región;
•    la creación de productos y servicios multimedia con contenidos culturales de calidad;
•    la incorporación a mercados internacionales de las innovaciones regionales en materia cultural;
•    las actividades orientadas a fomentar el intercambio dinámico con otras culturas;
•    la movilidad de los profesionales de la cultura en aras al intercambio cultural o al contacto con centros de excelencia del campo de la cultura;
•    la participación en convocatorias europeas y nacionales sobre cultura en la sociedad de la información;
•    la puesta en red de la actividad cultural regional;
•    la valorización del patrimonio cultural y de la historia de Castilla-La Mancha;
•    la promoción y difusión regional, nacional o internacional de la cultura y la historia de Castilla-La Mancha resaltando su contribución al patrimonio cultural de la humanidad y al diálogo y la comprensión entre culturas;
•    la facilitación del acceso de los ciudadanos a la cultura;
•    la incitación a los ciudadanos para participar en la vida cultural regional;
•    el apoyo a la creación de artistas castellano-manchegos y al desarrollo de nuevas formas de expresión cultural;
•    la contribución a la formación de artistas creativos y de otros trabajadores del ámbito de la cultura;
•    la cooperación en la promoción y la competitividad de las industrias culturales entre los sectores público y privado;  
•    la actividad orientada a la creación de productos y de puestos de trabajo destinados al turismo cultural;
•    …
Las industrias culturales resultan absolutamente cruciales para la política regional, pero no sólo por el papel determinante que desempeñan en el crecimiento del empleo y de la economía. Ese sector de actividad contribuye como ningún otro a incrementar el conocimiento y las competencias estratégicas regionales, favorecen la interacción social y aumenta el atractivo de nuestra Región para las empresas y para los ciudadanos del interior y del exterior. La potenciación y el incremento del reconocimiento y de la divulgación de nuestras señas de identidad contribuirían sin duda a aumentar la autoestima de los castellano manchegos.

Pero si no nos movilizamos a tiempo, ¿qué podría ocurrir? Como en el resto de los sectores económicos, desde los años 90, las industrias culturales son objeto de un proceso ininterrumpido y creciente de alianzas y fusiones que ya han dado lugar al nacimiento de grandes grupos transnacionales con un inmenso poder económico en los campos de la música, las editoriales, la prensa y el mercado audiovisual. No es difícil imaginar que los sectores emergentes a los que venimos refiriéndonos en este artículo acaben corriendo la misma suerte.

Por lo general, a nivel de opinión pública la polémica suele centrarse mucho más en los daños que este tipo de concentraciones pueden ocasionar en el derecho de los ciudadanos a recibir una información plural, que en las amenazas que entrañan para la salvaguarda la diversidad cultural del planeta. Sin embargo, la difusión altamente estandarizada de contenido de imágenes, música o textos tienen una repercusión importante en la protección de nuestra idiosincrasia cultural, pues es fácil que la originalidad y la creatividad acaben sacrificadas en el altar de la rentabilidad. El riesgo más conocido para la diversidad cultural es el que hace que los productos de la cultura autóctona se alineen con el magma homogeneizador de la cultura única. El segundo riesgo consecuente se refiere a la exclusión del espacio cultural internacional. No hay que perder de vista que, en ambos casos, lo que está en juego no es sólo nuestro derecho a la expresión cultural, sino el derecho al desarrollo económico.

Frente al panorama amenazador que anuncia la globalización de la cultura, tanto la UNESCO como la Comisión Europea presionan sin cesar a los Países Miembros para que no bajen la guardia en la defensa de la cohesión y la diversidad cultural y que se afanen en la multiplicación del diálogo entre culturas. La promoción de todas las culturas es la única forma de enfrentarse a las amenazas de uniformización y de marginación cultural.

Sin duda, no resultará fácil, pero no hay otra opción: es urgente que preparemos el terreno  movilizando toda la creatividad y las energías de que seamos capaces, y mostrar que estamos a la altura del desafío consistente en construir una estrategia regional de promoción y expansión sin precedentes de nuestro patrimonio y de los valores culturales definitorios de nuestras señas de identidad. Se trata de un imperativo ético.

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