LETRAS COLADAS: La casa de la señora Rábago (8)

LETRAS COLADAS: La casa de la señora Rábago Manuel Valero

Un apacible arrebol tintaba con una transparencia de acuarela el bello paraje donde la casa de la señora Rábago se medio asomaba al acantilado. Gregorio y Alvarito seguían en la playa buscando entre las rocas la fauna olvidada por la marea y Alba había ido al pueblo con su hermano Luis a comprar una tarta helada para la cena.

Esa noche le tocaba a Luis la casi imposible empresa de hacer distendida y liviana la velada, y eso había sido motivo suficiente para que los Tena tuvieran una excusa con que bromear durante toda la mañana. Pero ahora justo ante del atardecer, no había nadie más en la casa que la señora Rábago, Aurora y el maestro. Hasta ellas, de pie en el porche, contemplando el espectáculo gratuito e insuperable de un atardecer sin bruma, llegaban las notas del piano. Eran notas aparentemente sin sentido que poco a poco se ordenaban en un fraseo entre animoso y lánguido. En realidad, no eran producto de la inspiración del señor Liébana sino un tocar sin pretensiones a modo de entrenamiento, y por si de algún recodo de esos acordes sin gloria, surgía de repente alguna progresión que mereciera la pena.

-Un gran hombre, un impenitente solitario pese a su fama, los conciertos, la prensa y todo eso…-dijo la señora Rábago doblando unas servilletas- Y un buen amigo de la familia. Cuando murió mi marido, él estaba en Nueva York invitado por el Instituto Cervantes. Se enteró, al regresar a Madrid. Me telefoneó y vino enseguida a depositar flores en su tumba…      

{mosgoogle}-¿No se ha casado, verdad?- Aurora lo sabía pero lo preguntó…

-No, ha sido cabezota hasta para eso. Ha tenido varias oportunidades pero siempre flaqueó ante el compromiso. Y, mujeres, pues ha tenido muchas. ¡A saber! Con tanto viaje y tanto trajín. Mujeres ocasionales, para aliviarse uno, no sé si me entiendes…

-Claro, que la entiendo doña Aurelia…

Hubo un silencio breve.

-Pero el recuerdo de aquella muchacha lo acompaña siempre… Esa fue la única vez que amó de verdad a una mujer. La amó tanto que ninguna otra ha podido suplantarla, como ves. –Doña Aurelia señaló con un ligero vaivén de cabeza hacia el interior de la casa donde tocaba el maestro- Sólo nos lo contó una vez a mi marido y a mi. Lloraba como un niño. Y jamás volvió a referirse a ello…  

-¿Qué pasó? –Aurora se acomodó en la mecedora.

-A principios de los 60, no podría ahora precisar el año con exactitud, Alfonso, ya despuntaba con el violín en la Orquesta Sinfónica de Madrid, tanto que se convirtió en el segundo violín solista, una injusticia porque era bastante mejor que el primero, pero Alfonso no tenía un tío capitán de los nacionales y, bueno, ya sabes como son esas cosas, hay cosas que nunca cambian…

-Bien, ¿y qué?

-Entonces conoció a una chica muy guapa. Se llamaba Ursula. Iba todos los sábados a oírlo tocar, pero yo creo que a lo que iba era a verlo a él. Era argentina, hija de un diplomático de alcurnia, agregado a la embajada argentina en Madrid. Así que entre los dos nació la pasión que es el pebetero del amor, y a él se entregaron en cuerpo y alma, por este riguroso orden. Aunque yo no estoy muy segura, porque el perfecto equilibrio entre uno y otra, quiero decir, el cuerpo y el alma, es lo que hace que el amor sobreviva…  

Alba se balanceó suavemente en la mecedora…

-Estoy de acuerdo en eso, doña Aurelia, completamente de acuerdo…

-¡Pero es tan difícil! El caso es que Alfonso y Ursula –prosiguió- vivieron su mutua correspondencia de la mejor de las maneras, alocados, sin planes, saboreando intensamente el momento en que estaban juntos, y las horas en que estaban ausentes, desesperados por la lentitud de la espera. A medida que se sucedían las citas, su amor crecía como una enredadera y decidieron comprometerse… Hasta que llegó todo a oídos del diplomático, aliñado con la necesaria maledicencia sobre la conducta impropia y liberal de su única hija. Así que la recluyó en la embajada a cal y canto, pero Ursula se las ingeniaba para escaparse, sobornaba a los empleados y los criados, salía de la vivienda de la embajada pretextando cualquier olvido cuya reparación era necesaria, llegó incluso a deslizarse por una cuerda de sábanas hasta que su padre la esperó una noche, y así llegó la muchacha de su encuentro con Alfonso fue enclaustrada en una de las habitaciones bajo llave, como una presa…

-¡Qué horror!- se quejó Aurora-. ¿Por qué tanto afán en oponerse a esa relación?

-Había un conocido bodeguero de Logroño, muy rico, que tenía un hijo con el que llevaba los negocios. Diplomático y bodeguero acordaron el casamiento de ambos…

-Pero eso es una…estulticia, es…medieval. ¡Por el amor de Dios! –exclamó Aurora que se puso de pie de la rabia.

-No lo creas, hija, sobre todo en determinadas alturas de la sociedad y en aquellos tiempos. A los tres días de su cautiverio, Ursula se lo dijo a su padre, más bien se lo escupió, y aquéllo… oh, señor, qué cruel puede llegar a ser el destino a veces…

-¿Se lo dijo? ¿Qué le dijo? No sería que…

-Sí. Ursula estaba embarazada…  

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