Día Internacional de la Juventud

Isabel Rodríguez (directora del Instituto de la Juventud)

En 1999 la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 12 de agosto como el Día Internacional de la Juventud, a la vez que revisaba los resultados de su Plan de Acción Mundial para la Juventud (PAMJ) aprobado en 1995, diez años después del primer Año Internacional de la Juventud que se celebró en 1985, estableciendo una nueva manera de entender las necesidades de los jóvenes y las jóvenes, y de las actuaciones de los gobiernos destinadas a dicho grupo de población.

Desde aquella ocasión, se ha instado a los gobiernos a que se acercaran con mayor sensibilidad y eficacia a los problemas de la juventud, aumentando sus posibilidades efectivas de participación social, y contando con sus demandas como parte de la solución a las situaciones más desfavorables y no como un problema en sí mismas.

{mosgoogle}La fecha coincide en nuestra sociedad con los momentos habituales del relajo estival, pero siempre es una oportunidad para reafirmarnos en los compromisos asumidos con la población juvenil y, por eso, incluso en estos momentos, son muchas las personas que de una manera más lúdica siguen trabajando en nuestros campamentos, albergues y en nuestras calles, por la implicación y educación de los jóvenes y las jóvenes.

Pero la evolución favorable de las condiciones de vida en las sociedades opulentas, la mejora de las políticas y los servicios públicos para jóvenes, no debe dejarnos indiferentes ante los más de 200 millones de jóvenes que viven en la pobreza en todo el mundo, los 130 millones que son analfabetos, los 88 millones de desempleados y los 10 millones de enfermos de VIH/SIDA. Actualmente, el 18% de la población mundial de jóvenes vive con menos de un dólar diario y un 30% lo hace con dos dólares (800 millones de jóvenes).

Como Naciones Unidas, nosotros tenemos confianza en el papel que los jóvenes pueden desarrollar en la mejora de nuestra sociedad, más allá de algunos estereotipos pesimistas que se centran en la ausencia (o continua pérdida) de los valores de los jóvenes.

Esto contrasta notablemente con los más de 11.600 jóvenes inscritos en la Oficina Regional de Voluntariado para realizar labores de colaboración social en programas de voluntariado medioambiental, social, cultural o turístico, o los 200 participantes cada año en el programa de Jóvenes Cooperantes, que deciden implicarse en un proyecto en América Latina o África, para mejorar las condiciones de vida de quienes tienen mucho menos que nosotros.

Este año tenemos un motivo adicional para tomar consciencia sobre las oportunidades que tenemos, para pensar y actuar desde lo local a lo global. La Comunidad Iberoamericana de Naciones declaró el 2008 como Año Iberoamericano de la Juventud, y dedicará su próxima Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno a la reflexión sobre el lema ‘Juventud y Desarrollo’, apostando por la juventud como agente protagonista y no sólo como receptora de iniciativas.

Disponemos de 150 millones de jóvenes a ambos lados del Atlántico, compartiendo lazos históricos y culturales, dispuestos a acompañar a las instituciones gubernamentales en el camino del desarrollo.

Según el Informe 2007 del Banco Mundial, no ha existido jamás el mejor momento en la historia para invertir en los y las jóvenes, por lo que debemos volcarnos como sociedad en realizar un esfuerzo para dotar a la juventud de habilidades de innovación, de gestión del conocimiento, de adaptación al cambio y emprendimiento, absolutamente vitales para que discurramos por el camino del desarrollo económico, social y cultural.

Poner a la juventud en el centro de atención es pues imprescindible, desde la educación, la salud, el empleo, la cultura, la igualdad de género, el medioambiente o cualquier otra línea de actuación, porque de esta percepción transversal de las actuaciones vendrá la mejor transformación de nuestra sociedad.

Podemos invertir en la juventud con la certeza de que es una inversión en el desarrollo de cada uno de los territorios que componen nuestros países, de nuestra región, proyectándonos hacia el futuro, hacia estándares de mayor calidad de vida, de inclusión social y de mayor competitividad.

La inversión en el capital humano, en las personas, en su educación, en su inclusión y desarrollo, es la clave para que toda la sociedad progrese, y los jóvenes los mejores destinatarios del esfuerzo conjunto de la sociedad, seguros de la reversión colectiva de los beneficios de esta tarea.

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