LETRAS COLADAS: La casa de la señora Rábago (9)

LETRAS COLADAS: La casa de la señora Rábago

Manuel Valero

Aún no había anochecido. El crepúsculo adquirió un tono de ceniza. Las dos mujeres seguían en el porche. La señora Rábago contando la malograda historia amorosa del maestro, y Aurora atendiendo con una concentración casi mística. Las dos suspiraban de vez en cuando. A lo lejos se oyó la voz de Gregorio que apremiaba al pequeño Alvaro a trepar por el cantil con más diligencia.

-Ya vienen- susurró Aurora-. Y luego retomando la historia donde la dejó doña Aurelia repitió: embarazada…

-Sí, amiga mía. Así que ya te puedes imaginar cómo se lo tomó su bien pensante padre.

-Me temo lo peor –dijo Aurora, cubriéndose los hombros con una Rebeca, pues la brisa traía en su vuelo un agradable frescor.

-Lo peor de lo peor. El señor diplomático la envió de inmediato a Buenos Aires y desde allí la trasladó a una hacienda familiar casi en el borde austral. En aquellas latitudes vivió Ursula su embarazo, confiada en que si no podía compartir su vida con Alfonso lo haría con su bebé. ¡Qué equivocada estaba!

{mosgoogle}-¿Qué quiere decir, señora Rábago? ¡Me asusta!

-Un ginecólogo amigo de la familia, el señor diplomático tuvo siete hijos y dos que murieron al poco de nacer, fue mandado llamar hasta la hacienda para asistir a Ursula… Oh, cielo santo, ¡cuánto debió sufrir!

-Siga, Gregorio y Alvarito están al llegar…

-Dio a luz a una preciosa niña pero Ursula no lo supo hasta años más tarde cuando ya su vida dio un giro irreversible – La señora Rábago se detuvo para liberar una profunda congoja-. Tuvieron que hacerle cesárea, así que cuando se reanimó, le dijeron que la criatura había nacido malformada y muerta. De nada le sirvieron a la pobre Ursula los gritos, las súplicas, los llantos, exigiendo ver a su bebé.

-¿Qué pasó con la niña?

-Lo que suele ocurrir en estos casos. La entregaron a un hospicio regentado por monjas…

Doña Aurelia apremió.

-Cuando se repuso de la intervención, Ursula regresó a Buenos Aires. Todo lo que había en ella de vitalidad y alegría se convirtió en rencor y odio. Abrazó el movimiento de los montoneros del que fue una de las activistas más radicales, tanto que acabó, en una violenta clandestinidad, cuando Perón decidió prescindir de ellos. Tras el golpe de Estado contra Isabelita, los militares fueron a por ella y desapareció… Hay quien dice que su cuerpo fue lanzado al Mar del Plata desde un avión pero no hay pruebas de ello. Lo único que se sabe es que jamás volvió a aparecer ni viva ni muerta cuando los militares la sacaron de su cama.

-¿Y el señor Liébana?

-Nunca consiguió verla desde el día en que el diplomático selló la calle de Madrid a su hija. El, desesperado, intentó saltar la valla de la embajada, forzar la puerta de entrada a golpes, gritaba e insultaba a todos… por lo que fue detenido. Al día siguiente, Ursula partió a la Argentina y él fue liberado tras ser multado por escándalo público. Y pasaron los años. Alfonso se dedicó en cuerpo y alma a su otro gran amor, la música. El destino quiso que viajara a Buenos Aires con la Orquesta Nacional. Allí la vio por última vez. Ursula se enteró por la prensa y, bueno, superado el primer latigazo, optó por el enfrentamiento más que por la huida. Lo que Alfonso vio cuando llamaron al camerino no fue a Ursula, sino a otra persona. El dolor y el odio la habían transformado, tanto, que ya no quedaba nada en su corazón de todo cuanto un día sintió por nuestro ilustre huésped. Hablaron, y eso fue todo. Ni siquiera un abrazo, nada. Ursula era una roca, altanera, insensible. Al cerrar la puerta, Alfonso se derrumbó allí mismo. Y poco después, como te he dicho, Úrsula desapareció, mejor dicho, la hicieron desaparecer… hasta hoy. Y ahí lo tienes, toda una autoridad musical, celebrado y aplaudido en medio mundo, y más solo que la una…   

Apenas hubo acabado la señora Rábago su relato cuando el saludo impetuoso de Gregorio deshizo en un santiamén aquella extraña atmósfera de melancolía tan sólo perceptible para las dos mujeres. Las notas también acabaron de sonar y, el señor Liébana apercibido de la reunión del porche se sumó a ellos. El grupo aumentó cuando Alba y Luis hicieron sonar el claxon en señal de aviso.

-Bien, pues ya estamos todos en amor y compaña –soltó la señora Rábago, agradecida por el reconfortante antídoto que suponía volver de nuevo a la realidad del presente, un presente habitable, a pesar de todo.

-Vega rápido, hay que meter la tarta en la nevera antes de que se deshaga. Ah, y preparáos que me ha prometido Luis una actuación de enmarcar – dijo de corrido Alba, con una risotada reprimida.

-De eso seguro – terció Gregorio, cogiendo la tarta que puso en dos zancadas en el frigorífico.

-Me temo, jovencito, que esta noche no vas a poder contar con mis servicios…-se excusó el maestro.

-No… si tampoco va hacer falta –respondió Luis, en tono abúlico con las manos en los bolsillos y la cabeza hundida en el socavón de sus hombros. Al segundo de los Tena lo mismo le daba participar o no en esa ocurrencia familiar, obviamente prefería el escaqueo pero una vez asumida aquella situación sin escapatoria, saldría allí, haría unas cuantas tonterías (que ya tenía pensadas)  y a otra cosa.

Ya era de noche cuando los Tena, don Alfonso y la dueña de la casa se instalaron en la mesa para cenar, pero antes de pasar, el compositor retuvo un momento a Aurora por el brazo.

-Las he visto muy concentradas en lo que hablaban. La compañía de la señora Rábago y su conversación son impagables, ¿verdad Aurorita?

-Así es, maestro…

-Oh, no me llames maestro que esa honorable graduación sólo es digna de Beethoven…

-Perdón, pero me ha salido de improviso…Si, con la señora Rábago las horas se van como por ensalmo.

Aurora miró detenidamente a don Alfonso y por primera vez descubrió en los ojos del músico los pálpitos de una sutil pero persistente tristeza, a la que se había habituado a fuerza de trabajo, de años, y de mujeres ocasionales. Don Alfonso cedió el paso a Aurora y después de cenar, salieron al jardín. El fresco de la noche no era molesto sino reparador…

-Troncos y troncas, o sea, pavos y pavas, señoras y señores, que no me quiero dejar a nadie – Alba hizo la presentación acentuando la jerga juvenil mirando de reojo a su izquierda donde su hermano Luis, sin inmutarse y con aires de tímida superioridad, esperaba su actuación- ¡Luis el visera lánguida, el mejor rapero del Cantábrico…

Y acto seguido salió Luis, marcando un paso ritmoso, chasqueando los dedos, con los pantalones ocultándole las zapatillas, una camiseta hasta las rodillas que llevaba estampada una calavera que era el macetero de una planta de tabaco feliz , y por su supuesto, tocado con gorra cuya visera miraba a Barcelona…             

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