LETRAS COLADAS: La casa de la señora Rábago (13)

LETRAS COLADAS: La casa de la señora RábagoManuel Valero

Una mañana, el músico se distrajo de su trabajo por una conversación extraña que mantenía la señora Rábago con alguien que había llegado hasta la casa. Alguien ajeno, que nadie esperaba a juzgar por las palabras de la dueña. Al principio pensó en algún turista o senderista despistado, o tal vez el cartero. De modo que el compositor siguió a lo suyo frente a un libretón enorme, asediado de hojas sueltas, una por cada instrumento, sobre la que escribía la notación con un lápiz que adornaba su oreja derecha cuando tocaba.

Como el rumor de voces prosiguiera se levantó un poco contrariado y se dirigió a la puerta, desde la cual observó que la señora Rábago hablaba, más bien trataba de esquivar a dos jóvenes, uno de ellos con una cámara fotográfica mientras se dirigían ya a la portezuela de la verja de acceso al jardín y al recinto de la casa.

-¿Qué ocurre, señora Rábago?- gritó el músico.

Los muchachos giraron sobre sí. El que no llevaba cámara se adelantó unos pasos. Los suficientes para cotejar la fisonomía de aquel hombre con un recorte de periódico que se sacó del bolsillo.

{mosgoogle}-Es él, señora, ése hombre es Alfonso Liébana.

Vencida, la señora se golpeó las caderas con ambas manos.

-Buena, la ha hecho usted. Son periodistas, ya me había zafado de ellos y aparece usted…

-¿De qué periódico son? –preguntó sin moverse del sitio.

-Del diario La Galerna –respondió el de la cámara.

-Es un pequeño periódico comarcal, sin importancia –dijo por su parte la señora Rábago, sorprendida ella misma por su falta de tacto.

-Señora, el que seamos un modesto periódico de la zona no nos hace menos importantes que El País, o El Mundo, menos influyentes, sí, pero no menos importantes, que quede claro, señora…

-Perdona hijo, pero llevas toda la razón. El señor Liébana está aquí de incógnito y no quiere que se corra la voz, claro que llegados a este punto, ya no sé si eso va a ser posible…

-¿Un periódico local? –volvió a interrogar el célebre compositor.

-Así es –dijo el que no llevaba cámara- Y repitió la cabecera, diario La Galerna…

-Hágalos pasar –ordenó.

Los dos chicos de apenas veinte años se miraron entre sí con el ardor profesional del principiante. Y poco después estaban sentados en uno de los ambientes del salón, cerca de donde el músico trabajaba. El de la cámara preguntó si podía hacer fotos pero el músico le pidió que aguardara un momento: quería cerrar unas condiciones mínimas antes de ser entrevistado. La primera que la entrevista no fuera publicada hasta el 1 de septiembre, y la segunda que, por favor, le mandaran a la señora Rábago, unos cuantos ejemplares. El redactor se extrañó de la modestia de aquella persona de la que le habían dicho que era la mayor autoridad del país en ese tipo de música. El chico no entendía una solfa de ello pero se había documentado brevemente para hacer las preguntas de rigor, que por otro lado, son siempre las mismas. Le dijo:

-Lo de la publicación tendría que llamar al periódico porque el director quiere publicarla pasado mañana, día de la Virgen de Agosto, dentro del especial que solemos hacer para esa fecha, pero lo de hacerle llegar unos cuantos ejemplares, no hay problema, de eso me encargo yo personalmente…

La señora Rábago presenciaba la escena un tanto atónita. Aquella celebridad frente a dos modestísimos redactores de una publicación que ni siquiera llegaba a la ciudad.
El chico llamó desde su móvil a la redacción.

-Trato hecho.

-Pues a cambio os voy a contar cosas que nunca he dicho a ningún medio, incluidos, los más importantes.

Y así fue. El músico respondió a las preguntas del redactor extendiéndose a su gusto. Era prácticamente un monólogo, pero el chico estaba encantado, mirando la grabadora con ansiedad. Estaba alucinado. El señor Liébana opinó sobre el trabajo de otros colegas, “las miserias del mundo artístico”, sobre los temas de la actualidad, tanto de casa como del exterior, de los nacionalismos, que ni siquiera son buenos para la música aunque hayan escrito páginas inolvidables, habló de la política y de los políticos que lo irritaban que no eran pocos, del cambio climático, de la aldea global, del agua, el vino, la patria, quienes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, del sentido de la lucha por la vida, de la fidelidad a los principios. Y de su obra, de su mejor actuación como director, de su debut, de anécdotas para dar y tomar y hasta de la música actual, lo que elevó enormemente la perplejidad de los chicos periodistas y de la señora Rábago, porque don Alfonso estaba, lo que se dice, puesto. No faltó, tampoco, información sobre el motivo de su presencia en la casa de la señora Rábago, su intención de componer quizá su obra póstuma, que ésta sería un neopoema sinfónico-se atrevió con la definición- y que como todo poema sinfónico describiría una historia.

-¿Qué historia? –preguntó el redactor.

-Una historia- respondió-una vieja historia.

Luego dijo:   

-El 1 de septiembre, no antes. Me lo han prometido. Si faltan a su palabra les mandaré al éjercito y nunca más mojareis la pluma, quiero decir, volveréis a escribir, al menos mientras yo viva- dijo en tono de burla-. Ah, y no os olvidéis de los ejemplares.

-No se preocupe, señor- dijo el redactor.

-Una pregunta antes de marcharos -. El señor Liébana cambió las tornas.

-Diga usted…

-¿Cómo os habéis enterado de mi presencia aquí?

-Una señora de la ciudad que tiene una casa en el pueblo lo vio el otro día con una chica sentado en la terraza de un bar y llamó a La Galerna. Investigamos por los hostales y las casas rurales de los contornos. Sólo nos quedaba la casa de la señora Rábago. Todo el mundo sabe que la alquila en verano…

-Muy bien, de acuerdo, ahora marchaos y trabajad bien la entrevista, ¿entendido?
Y redactor y fotógrafo salieron pitando, saludaron apresuradamente a la señora Rábago, se metieron en el coche y partieron a escape dejando tras de sí la estela de polvo del acelerón. Era como si llevaran la historia de sus vidas. ¡El señor Liébana en La Galerna en rigurosa exclusiva con cosas nunca dichas antes. Cojunudo!

El músico observó el gozo y la energía de los plumillas, le agradó el modo en que los había atendido y se sintió muy contento de haberlo hecho con un periódico casi desconocido. Si se hubiera tratado de algún periódico de relumbrón le habría dado con la puerta en las narices…

-¿Por qué lo ha hecho? –le preguntó curiosa y todavía perpleja la señora Rábago.

-No lo sé, Aurelita, tal vez me he sentido un buen cristiano. ¿Acaso no tienen derecho esos chicos a ser atendidos como si fueran estrellas del periodismo? Será divertido comprobar la reacción de los grandes cuando se enteren de lo que tengo entre manos por una hoja parroquial. Me siento bien, Aurelita, venga entremos le invito a una cervecita. ¿O prefiere sidra?…  

-Holaaa –gritaron los Tena, cuando acabaron de trepar la senda después de una mañana más de playa…

-Ya estamos todos, de nuevo…-dijo la señora Rábago.            


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