Fumar en pipa es de maricones, los hombres fumamos puros…

Fumar en pipa es de maricones, los hombres fumamos puros... Esta desafortunada frase la pronunció un importante empresario del panorama nacional y la prensa rosa, del que prefiero no citar su nombre.
Cogía un Cohíba con las manos, con postura torpe, quizás por procurar que se viese la vitola, a la vez que hacía crítica de dos fumadores de pipa que allí nos hallábamos, balbuceando aquella fatídica expresión. Era el preludio de un ingrato día de caza en Sierra Madrona, en el que no faltaron la lluvia, el frío y las malas palabras, amén del despropósito de la incomprensión.

Habíamos desayunado unas buenas migas, como las que hacía mi tío Santiago, mientras esperábamos el sorteo de los puestos, compartiendo espera con la conversación entre amigos, una buena copa y tabaco en sus distintas modalidades del consumo y, en ocasiones, disfrute. Unos tiraban de pitillo, otros de Farias y Brevas, alguno de Cohíba provocativo y  dos de pipa compañera. Cuando la suerte medió en atribución de armada y postura, se paró la fiesta y todos al campo. La lluvia hacía de las suyas, con compañía de frío seco, por paradójico que suene, y apostados a la espera de la fortuna venatoria, divisé, no muy lejos, a mi pecho, al empresario del Cohíba. Yo encendí la pipa, y fumaba con fuerza, a la vez que con el sombrero hacía señas mostrando mi posición. No tardé en ver como, desafiante, intentaba fumar su cigarro, sin dejar de mirarme. Parecía una competición de señales de humo, hasta que por efecto de la lluvia, mi risa afloró: el puro no humeaba, solo chorreaba agua de lluvia, mientras, mis dedos índices y corazón tapaban el hornillo de mi compañera, para esta ocasión una Vauen, impidiendo que pasase el agua. La mañana estuvo tranquila en lo que a caza se refiere.

Terminada la cacería, sin frutos, no cabía la posibilidad de rechazar unas buenas alubias con cochino, con aquella ensalada de tomate y cebolla, de la que me acuerdo hora, tras hora después y cada vez que rememoro la jornada. Acto seguido, café copa y pipa, para los que hacemos alarde de cordura y puro para otros. Yo me senté en un rincón, cerca de la chimenea de leña de encina, y me dedique a escuchar, mientras los que allí se congregaban, mentían y divagaban sobre temas de venatoria. No tardé en oler el humo del Cohíba cada vez más cerca. Allí estaba el potentado, con la postura torpe, no sabía coger el cigarro, cada vez más cerca de mi rincón. No pudo contenerse y me dirigió la mirada y la conversación, siendo conciliador, disculpándose por el desafortunado comentario que hacía mofa de aquellos que gustan de los placeres de personas de su mismo sexo y los fumadores de pipa. Yo siendo educado, le escuché, no sin demasiada atención, hasta que le sirvió de desahogo. Tras ello, le interpelé, y fui rotundo en mi afirmación participándole, que no es más maricón quien fuma en pipa, que quien fuma cigarros sin saber sujetarlos…

Fernando, que así se llama, se dio la vuelta y se ocultó entre la multitud. Minutos después le vi despedirse y marchar. Tras aquella despedida con celeridad, uno de los camareros me entregó una tarjeta en la que el potentado se disculpaba.

Días después y tras mucho meditarlo, le compré una pipa, no muy cara, ni vistosa y se la hice llegar a la dirección que rezaba en aquella tarjeta, con una nota, en la que escribí:

“Apreciado Fernando: espero que te satisfaga. No tengas miedo de probar, a riesgo de que te guste…”

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