Libertad y dignidad para la profesión periodística y derecho real a la información

Libertad y dignidad para la profesión periodística y derecho real a la informaciónUn comunicante anónimo ha hecho llegar a nuestra redacción una viñeta que podría haber sido censurada en un conocido y prestigioso medio de comunicación de nuestra provincia. Juzguen ustedes si los trazos que aquí mostramos son un claro ejemplo de apología del terrorismo, de exaltación xenófoba, de sexismo ultrajante, de flagrante atentado contra nuestros derechos constitucionalmente adquiridos, o de pornográfica y explícita obscenidad, como para que nuestros ojos y conciencia no puedan soportar la mera contemplación de formas y colores de una humorística realidad engendrados por la mano del genial autor.
Lo de menos, sinceramente, es la viñeta. Es sólo un episodio más del abuso absurdo y tiránico que perpetran impúdicos determinados poderes, independientemente de su color, sobre uno de los pilares más básicos que sustentan nuestra corrupta y ‘catetizada’ democracia local, provincial y regional. Viñeta censurada

Aunque pueda parecer que doy la razón a un amigo que defiende la malicia inherente a la publicidad, cosa en la que no creo, echen ustedes cuentas: ojeen un periódico, miren la televisión… elijan una entidad pública, busquen su anuncio y multipliquen por 500 ó 1000 €, vuelvan a multiplicar por el número de medios en los que crean que esa publicidad pueda exhibirse, y otra vez por treinta para estimar el montante mensual. Añadan a esa monstruosidad el ejercicio crítico de analizar el servicio público que ese anuncio, en el que usted ha fijado los ojos, desempeña. Efectivamente, y así es en un gran número de ocasiones, se trata de propaganda burda y barata sin ningún razón publicitaria creíble… ¿con qué objetivo, señores?

Es a través de ese uso indecente del dinero público con fines políticos privados y canalizado por medio de la publicidad, por el que se transmite la falaz tiranía mediática que infecta de podridos beneficios, no siempre de carácter pecuniario, las empresas de comunicación y por el que, colateralmente, se gangrena el libre ejercicio de la sana y necesaria profesión periodística. El chorreo de inmundicia, como pueden imaginarse, en la mayoría de medios públicos adquiere la dimensión de torrente.

Pregunten ustedes a nuestros sufridos periodistas o a sus familiares, y les contarán historias que les transportarán años atrás, a la más rancia censura franquista, al caciquismo caprichoso de la exigencias de señoritos ñoños e inútiles; aprendices de Goebbels que no pasan de eunucos fascistas, encumbrados sin más mérito que el del compadreo digital en el torticero y maquiavélico régimen del pelotazo y del pérfido amiguismo que con tanta vileza y sin escrúpulos nos somete y engaña.

Sé que hay personas que son conscientes de la situación pero que exigen a los profesionales de los medios que sean ellos los que se revuelvan en defensa de sus intereses. Sin embargo, no sólo se trata de condiciones laborales, ni de adquirir cierta dignidad en el desempeño del oficio, la afrenta trasciende al ámbito del derecho a la información. Por tanto, es una cuestión que nos compete a todos y por la que debemos luchar.

No hay progreso futurible para una sociedad manipulada. No permitamos la impunidad y el descaro con el que actúan estos terroristas navajeros del telefonazo y la represalia trapera. Sin un compromiso común, limpio y ciudadano, continuará el incesante goteo invisible de víctimas y el indecente sangrado de la bolsa común en beneficio de intereses económicos y políticos particulares.

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